Cofradías

Toros y cofradías en la Edad de Plata: la apoteosis del Regionalismo

Las artes suntuarias se maridaron excepcionalmente con el toreo en el marco estético que presta la preparación y la estela de la Exposición Iberoamericana de 1929

29 mar 2023 / 17:18 h - Actualizado: 29 mar 2023 / 17:22 h.
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  • García Ramos sumó toros y Semana Santa en el cartel de las fiestas de Primavera de 1907.
    García Ramos sumó toros y Semana Santa en el cartel de las fiestas de Primavera de 1907.

La muerte de Joselito había dado la puntilla a la Edad de Oro –taurinamente hablando- abriendo la puerta de otra época apasionante cercada entre la Gran Guerra de Europa y la contienda civil española. Hablamos de la Edad de Plata, un período fecundo, creativo y luminoso al que tampoco iba a ser ajeno el toreo: La estela de Gallito y Belmonte –eclipsado voluntariamente tras la muerte de José- iba a alumbrar otra baraja de toreros irrepetibles como Ignacio Sánchez Mejías, catalizador de la generación del 27, o Antonio Márquez, Chicuelo, Gitanillo de Triana, Cagancho, Pascual Márquez o el Niño de la Palma, padre de aquellos cinco hermanos toreros que se apuntaron a la Soledad.

Pero la Edad de Plata, una y otra vez, nos pone a los pies de la Macarena a riesgo de perder el hilo taurino del reportaje. Los fastos del 50 aniversario de la coronación canónica de la Esperanza –en 2014- revelaron el auténtico sentido estético del universo macareno. Sucedió al terminar la misa estacional de aquel último sábado de mayo en la plaza que había ideado Aníbal González para poner la guinda a la Sevilla de la Exposición del 29. Hay que recordar aquel milagro estético -y religioso, por supuesto- que se alió a la devoción antigua de la Virgen de la Esperanza gracias a la clarividencia de varios autores fundamentales que revolucionaron la dimensión de la cofradía y de la propia Semana Santa de Sevilla.

El mismo recinto arquitectónico, la gracia efímera del movimiento del paso de palio de Rodríguez Ojeda y el pasodoble ‘Suspiros de España’ del maestro Álvarez Alonso formaron un todo indivisible. Veíamos, tocábamos, oíamos y pisábamos exactamente lo mismo que estábamos sintiendo y seguramente, podíamos oler en la primavera florida y plena. La música, la arquitectura de Aníbal González y las trazas evocadoras del fundamental palio rojo de 1908 -piedra angular de la estética de la cofradía moderna- nacían del mismo sentimiento y la misma vocación artística para rodear el único centro posible de aquel momento: la imagen y la devoción por la Virgen de la Esperanza Macarena.

¿Qué tiene que ver todo esto con el toreo? Es necesario para entender el universo creativo en el que se movieron aquellos toreros que pagaron tan cara la implantación de la revolución estética que habían legado José y Juan. Las circunstancias no son casuales y nos llevan a un mismo arco temporal que sirve para que todas las piezas encajen sin fisuras: el pasodoble inmortal había sido compuesto en 1902 y la construcción de la Plaza de España había comenzado en 1914, sólo dos años después de la alternativa de Gallito; uno después del doctorado de Juan.

Toros y cofradías en la Edad de Plata: la apoteosis del Regionalismo
Rodríguez Ojeda alumbró en 1908 este palio que cambió para siempre la estética de la Semana Santa.

El palio rojo de Juan Manuel

Entre medias se había alumbrado aquel dosel iniciático –cimiento de la Semana Santa popular y el legado juanmanuelino- que se convertiría en el canon inseparable de la presentación pública de la Virgen de la Esperanza. No acaban ahí las coincidencias. En 1907, sólo un año antes de la creación de ese fundamental palio calado habíamos visto asomarse al cartel de las Fiestas de la Primavera, obra de García Ramos, al nazareno inconfundible que había creado el propio Rodríguez Ojeda para terminar de forjar el concepto de cofradía popular que tenía en su cabeza. Junto al nazareno, un torero cargado de alamares con montera decimonónica que, de alguna manera, también está despidiendo una época.

Ese mismo nazareno ya había sido escogido por el pintor costumbrista en el famoso cuadro de la colección Bellver -Nazareno, dame un caramelo- que retrata la sensualidad y hasta la picardía que siempre ha estado aparejada con la gran fiesta de Sevilla. El cuadro podría ser la más temprana representación gráfica del macareno de la vaporosa capa de merino, el antifaz de terciopelo y capirote recortado y los escudos profusamente bordados que se venía a unir a la creación del nuevo concepto de cofradía de barrio en una Sevilla efervescente que es capaz de empeñar el colchón para ver a Gallito y Belmonte al que algunos, dicen, quisieron subir en el paso del Cachorro a la vuelta en hombros de uno de sus primeros triunfos como novillero.

El caso es que la Esperanza de la Macarena se ha convertido en un icono inconfundible de la ciudad en el primer cuarto del siglo XX. Los datos de suceden: Mariano Benlliure no es ajeno a esa corriente al retratar a la imagen -tocada con la valiosa corona de Reyes que recibió en la coronación popular de 1913- en el impresionante monumento funerario de Joselito El Gallo, una obra de 1925 que pone el impresionismo escultórico de su creador al servicio de un tipismo absolutamente regionalista, heredado del costumbrismo romántico. La propia Virgen de la Esperanza estrena un fastuoso manto en coincidencia con la muestra iberoamericana. Se trata del recuperado manto de tisú, que bien podría haber pasado a la historia con el nombre de manto de la exposición. Fue la última obra de Juan Manuel Rodríguez Ojeda -fallecido en 1930- para la Virgen de sus amores.

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Sánchez Mejías fue el catalizador del espíritu de grupo de los creadores del 27, reunidos en el homenaje a Góngora organizado por el Ateneo de Sevilla.

Evocación literaria

Aquel mismo año, Joaquín Turina había puesto la música de la famosa Saeta en forma de Salve con letra, nada más y nada menos, de los hermanos Álvarez Quintero, paradigmas de la escena costumbrista del momento. En ese mismo halo, aunque es posterior, hay que encuadrar el preciosista ‘Esperanza y Macarena’ de los maestros Quintero, León y Quiroga que bordó Estrella Morente en la misa estacional del aniversario de la coronación. Todavía estremece la letra, que también se unió al clima mágico que sólo culminó con ‘Suspiros de España’, el mismo pasodoble que despidió a Espartaco para el toreo el Domingo de Resurrección de 2015. La letra de Quintero, León y Quiroga dice así: “Amapola en el trigo, azucena morena, el Señor es contigo, Esperanza y Macarena...”

De estos botones musicales podemos viajar a la literatura sin movernos de la década prodigiosa de los años 20, escenario de la Edad de Plata. Federico García Lorca escribe en 1924 su Tardecilla del Jueves Santo sin dejar de mirar al toreo: “En mi vaso de luna redonda/¡diminuta!, se ríe y tiembla/ Pepín: ahora mismo en Sevilla/ visten a la Macarena/ Pepín, mi corazón tiene/ alamares de luna y de pena”.

Manuel Machado también recurre a la devoción de la Señora de San Gil para describir la madrugada del Viernes Santo sevillano: “Ay! ¡De no amar, de no creer, no hay modo/ cuando tu imagen célica aparece/ mecida entre el incienso en lontananza!”.

Rafael Alberti evoca la agonía de Joselito, muerto en Talavera en 1920, amparándose a la Virgen a la que dio tanto: “Virgen de la Macarena/ mírame tú, cómo vengo,/ tan sin sangre que ya tengo/ blanca mi color morena”.

Algunos años más tarde, en 1934, Antonio Núñez de Herrera pone a la Esperanza como principio y fin de la fiesta en su imprescindible ‘Teoría y realidad de la Semana Santa’: “Entonces...todavía la gente se reconoce, con la ciudad, salvada del derrumbamiento. Y los últimos supervivientes irán a ver entrar la Macarena”.

Podemos culminar esta evocación literaria con la aportación de Fernando Villalón, aquel caballista y ganadero que soñaba con criar toros de ojos verdes en sus tierras de Morón: ¡Madre mía de la Esperanza, /Novia de los macarenos!/ ¡La de la noche en los ojos!/ ¡La de la gracia en el cuerpo, /bordado de lentejuelas/ como el cuerpo de un torero!/ ¡La más bonita del barrio!/ Llévame contigo al cielo/ y enséñame aquellas cosas/ a mí, que soy macareno”.

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Juan Miguel Sánchez pintó el mejor cartel de la historia para la Semana Santa de 1931.

Al alcanzar este nuevo punto sólo podemos llegar a una certeza: La Macarena es un elemento más del pujante y desacomplejado panorama artístico de aquella Edad de Plata que se marchitó a la vez que el país se polarizaba en dos bandos irreconciliables: La Virgen de la Esperanza se convierte en inspiración de pintores, diseñadores, arquitectos, músicos, dramaturgos e incluso en musa de las vanguardias... Sólo hay que seguir el hilo cronológico. La Esperanza y su palio inconfundible protagonizan uno de los mejores carteles de la historia de la Semana Santa de Sevilla. Lo firma con acento impresionista el pintor Juan Miguel Sánchez en 1931, sabiendo estar a la altura de su tiempo. El autor -que también ideó el palio intransferible de los Negritos- concibe una auténtica explosión de luz en el palio de la Macarena aprovechando magistralmente las tintas planas a las que obliga la tipografía de la época.

Pero el aderezo de la Virgen no es ajeno a otras vanguardias y las artes decorativas del momento. Y de muestra otro botón irrenunciable al que no es ajena la simbiosis de Juan Manuel y Joselito, que adquirió en París las famosas mariquillas de cristal verde que forman parte de la imagen más difundida de la Macarena. La Esperanza había dejado de ser una dolorosa enlutada, ahora se convertía en una reina resplandeciente que se adornaba con preseas modernistas, como cualquier señora de la alta sociedad de la época. El propio Rodríguez Ojeda había puesto la guinda al conjunto y a la iconografía de la Esperanza con el diseño de la inconfundible corona –sufragada en parte con una novillada toreada por José- que materializó Casa Reyes con técnicas de joyería. Sin movernos de un estrecho arco temporal se había creado el modelo definitivo.

Pero hay que volver a la Plaza de España para cerrar este círculo: el palio de la Macarena era una prolongación de los paramentos de azulejos y la rejería. Se adaptaba como un guante a un escenario que parecía pensado sólo para acogerlo. La apoteosis de oficios artísticos -cerámica, albañilería, cerrajería- bebe de la misma fuente que el famoso palio estrenado en 1908. Se puede afirmar sin temor a equivocarnos que el palio rojo es a las artes cofrades, lo que la plaza de España, la gran obra de Aníbal González, es a la arquitectura del regionalismo o la obra de José y Juan es al futuro del toreo. El palio rojo de Rodríguez Ojeda, la música del maestro Álvarez Alonso, la atmósfera de la Primavera, el sueño del arquitecto que reinventó los esplendores de Sevilla y la faz de la Esperanza obraron un milagro que quizá se repita en 2064. Ojalá estemos para contarlo.

Toros y cofradías en la Edad de Plata: la apoteosis del Regionalismo
Mausoleo de Joselito en el cementerio de San Fernando, obra de Mariano Benlliure.

Retomamos el aura de José Gómez Ortega: su vinculación con la Macarena no concluiría con la muerte en Talavera, que espoleó la entrega de esa pluma de oro que Muñoz y Pabón convirtió en broche del fajín de la Señora. Ya en los años 30 se reciben varios vestidos de torear a través del hermano Alberto Pazos para componer varias sayas y un manto para la sagrada imagen. Incluso llegó a circular una leyenda urbana en torno al incendio de San Gil, en julio del 36, que situaba el escondite de la Virgen en el panteón de Joselito. Perdido su templo, la Esperanza anunció el final de la Guerra en la iglesia de la Anunciación -exilio forzado por el fuego del odio- vestida con una saya blanca confeccionada con un traje blanco de Gallito, que fue guiado al más allá siguiendo la imagen de la Esperanza que Mariano Benlliure levantó -toda una elegía en bronce- en el impresionante mausoleo del cementerio de San Fernando.

Escribió Álvaro Pastor que la muchacha que lleva a la imagen de la Esperanza en el viaje al más allá de Joselito era la María, mujer del cantaor Curro el de la Jeroma. Allí le llevaría flores hasta el día de su muerte Guadalupe de Pablo Romero -que falleció en su casa de Los Remedios en 1983- el amor imposible de José, que no pudo saltar esas convenciones de la época que estuvieron a punto de impedir sus funerales en la catedral. La pluma de Pabón, aquellas mariquillas Art-Decó y la corona de oro siguen recordando su memoria.