«Demasiada felicidad», diez piezas clásicas
Cosechadora de grandes premios literarios internacionales, esta deliciosa escritora canadiense practica el relato desde un tempo dilatado y a la vez, rompedor y profundo.
En este volumen de diez piezas largas como una sinfonía, se nos muestra un trozo significativo de vidas quebradizas a través de relaciones sentimentales, o directamente rotas como la de aquella mujer que, ante tanta tragedia, siente hasta alivio por la muerte de sus tres hijos; o Sofía Kovalevski, matemática y novelista en un mundo de hombres, que vivió y pagó su injusta defenestración con creces. En concreto este «Demasiada felicidad», y me refiero al cuento dentro del libro, sublima a aquel que Raymond Carver escribió, dedicado a Antón Chejov e incluido en «Tres rosas amarillas», y no porque el homenaje sea expreso sino por lo estrictamente moderno que nos resulta.
Ya en «Dimensiones», relato que nos acerca a la vida de Doree, todo queda supeditado a la enfermedad mental de un personaje, desde cuyo padecimiento no hay capacidad de catarsis posible.
En «Ficción» ya empieza la autora a utilizar a seres altamente sensibles e inteligentes, en este caso gracias a la música como profesión, que no siempre combinó tan bien con el alcohol, formando aquí un cóctel nefasto, por más atractivo que resulte sublimarse en él.
De estos primeros, uno de los favoritos es «Pozos profundos» donde se hace un ejercicio de geología para describir cómo unos padres intentan salvar a su hijo de un accidente en unas rocas y cómo este se rebela desde su propia perdición en busca de una vida de la que cree falsamente sólo se redime ayudando a los más desesperados.
«Radicales libres» nos cuenta cómo la soltería puede llegar a ser un afán totalmente legítimo y cómo lo peor de la soledad irrumpe cuando menos te lo esperas.
«Cara» es no sólo un ejercicio emparentado con la fisicidad de Ingmar Bergman, sino una historia increpante y llena de poesía, que nos lleva directamente a «Algunas mujeres», más redentor para ellas, pero igualmente fascinante.
Finalmente, en «Madera» podemos oler y tocar los bosques canadienses, de tal forma que el campo semántico tan sinestésico, nos lleve a una falsa y genial sensación de paz.
Hermanada o enfrentada (nunca lo sabremos) con Margaret Atwood, al tratar esta última de convertir a sus heroínas en símbolos desde donde atacar lo atacable desde la literatura, debemos decir que estamos ante una escritora con entidad propia y más que solvente.
«La vida de las mujeres», Jubileé ese recóndito páramo burgués
La escritora Alice Munro se acerca con esta su única novela que funciona como acumulación iniciática a un lugar que bien podría ser el que la crió con sus padres presentes e incluso como una suerte de «La señorita Dalloway» de Virginia Woolf, a su propia y acostumbrada esencia. Y es que estos ecos se oyen en las siete partes de esta, por momentos, desazonante historia, que también funciona en su relojería breve (si es que un cuento es un capítulo significativo de todo un entramado) para culminar en un octavo epílogo (titulado «El fotógrafo») que empieza con las palabras de la madre de la protagonista narradora, Garnett French (sólo identificable como tal en la última línea del relato principal) a propósito de si Jubileé es o no un lugar apropiado para el suicidio, que sirve a su vez como declaración de intenciones.
Las siete partes, como decíamos, transcurren en esta localidad, perteneciente al condado de Wannawasee; dicha localidad la cruza el río del mismo nombre, si bien referencialmente también aparece Londres (no la capital británica o inglesa, sino otro páramo cercano esta vez a Toronto).
En «Flats Road» se hace gala de empezar por descripciones mínimas de un espacio parcelado dentro de la localidad, y donde sus habitantes masculinos y femeninos hacen una vida ordenada que se rompe con la muerte y el entierro, sin saber los más jóvenes donde es, de uno de los tíos.
«Herederos del cuerpo vivo» es un capítulo sangrante, donde ya no sólo hay memoria vicaria, sino construcción del recuerdo. La protagonista a la vez que mantiene una idea cabal sobre su familiar (si bien infantil), asiste a la violación indirectamente de una amiga del colegio, a la que dejan moribunda en un parque. De este trauma aprende con crueldad a desenvolverse, sabiendo que no podrá ya ser jamás su competidora, y sintiendo una lástima que no es propia.
«La Princesa Ida» cuenta los primeros celos en la escuela, que son también académicos y por los que sentirse más elegante o guapa que otras, podría llevarla al tormento y a un espíritu de venganza frustrante.
Para abatir la desidia y el aburrimiento que todo ello le provoca, disecciona en «La edad de la fe» las diferencias entre las distintas religiones que, desde el hábito familiar de ir a misa, pueden verse de las cuatro diferentes que se practican, diferencias que rozan en ocasiones lo ridículo.
En «Cambios y ceremonias» o «Vidas de mujeres y niñas», el conflicto mostrado en «La Princesa Ida» se lleva a la adolescencia, a raíz de la aparición de un único caballero que, por supuesto no es tal, Chamberlain.
Por último, «Bautizo» habla más de la gestación de un proceso creativo ambicioso como el que le ocupa (la novela) y de cómo este se nutre no sólo de lecturas propias, sino de una educación sentimental repetitiva propiciada por su padre.
«Las lunas de Júpiter», distintos tipos de parejas
Tienen en común, los once relatos incluidos en este volumen, aparte de la necesidad de movimiento ante una realidad marmórea y en apariencia inamovible, la de contar historias desde la dualidad de personajes, ya sea porque participan dos principalmente en la acción, o porque el narrador personaje, normalmente no identificado, también lo haga con los principales. Son relatos especialmente exigentes con el lector, y en ellos la violencia cotidiana proveniente no necesariamente de la guerra de sexos y sí de parámetros tan subjetivos como la debilidad o fortaleza escondidas, son los protagonistas.
«Los Chaddeley y los Fleming», que pudiera sugerirnos una idea shakespeariana (»Romeo y Julieta») nos cuenta como la cosmovisión de una mujer a la que sólo sensibilizan las fotos de revistas de lujo donde las y los modelos lucen palmito, cambia al rodearse de mujeres trabajadoras comunes por necesidad.
«Alga marina roja» narra el traslado a un pequeño condado desde Kingston de Lydia, una librera y poeta que da sin querer con el hogar de Willa Cather, una escritora de renombre en Canadá; a través de los habitantes de esta casa descubrirá, no sólo que su ídolo literario murió en extrañas circunstancias, sino que el hombre al que momentáneamente dejó en Kingston, en la distancia pudiera ser una amenaza.
«La temporada del pavo», muestra de nuevo a una mujer de clase, obligada por una íntima necesidad a trabajar en una granja, junto a acostumbradas capadoras y descuartizadoras, algunas de ellas sin que sepamos si las une más compromiso que un menguado jornal.
«Accidente» es un relato de masas que ocurre en la puerta de una escuela de música, da la sensación de estar todo tan programado que el atropello con vehículo que realmente ocurre, apenas se vea entre tanta descripción.
Vuelve a lo magistral en «El autobús de Bardon», la historia de un viaje, que, si bien podría traducirse en huida, acaba siendo en su desventura y misterio un medio de conocimiento de la protagonista, incluso más que de aprendizaje.
«Prue», nuestro favorito, es además el nombre de una mujer que en su juventud fue adorablemente cínica con los hombres, y cuya edad sólo ha proporcionado la capacidad para sisar gemelos de plata, que guarda en una caja de tabaco y no vuelve a usar, a pobres hombres ricos.
En «La señora Cross y la señora Kidd», el desafío lector está en averiguar si realmente el escenario es un psiquiátrico o el jardín de un colegio. Ambas mujeres vemos como desprecian a un mongólico y se guardan de los locos, pero ¿por qué? .
«Cena del día del trabajo» también está marcado por la fatalidad en este sentido y junto con «Visitas» acaban (como en «Accidente») volviendo a escenas corales y complejas.
«Las lunas de Júpiter» cuenta los cuidados hospitalarios de una hija a un padre moribundo, que apenas es capaz de imaginar una playa solitaria, o una vista del horizonte marino. Su máxima ilusión es perder un dato perdido en su memoria, que tiene que ver con la astronomía y que hará que su hija tenga que ir a un planetario a la hora en que los niños de los colegios están de visita.