«El pasado es nuestra maldición y nuestro paraíso»

Algaida publica «Cartas a las novias perdidas», LXVI Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid, concedido al escritor y columnista madrileño David Torres. Una obra donde se dan cita la familia, la hermandad y la fuerza de los lazos de sangre

25 sep 2020 / 12:47 h - Actualizado: 25 sep 2020 / 12:51 h.
"Libros","Literatura","Libros - Aladar","Literatura - Aladar"
  • ‘Cartas a las novias perdidas’. / Diseño José Luis Paniagua
    ‘Cartas a las novias perdidas’. / Diseño José Luis Paniagua

Pablo H. Casas ha ganado el Premio Nobel de Literatura, ha escalado el Everest y mantiene un romance con Monica Bellucci, pero sólo en su imaginación. Autor de guías de viaje en las que se inventa la mitad de los datos, se encuentra en Indonesia cuando recibe un mensaje de su hermano Fran, avisándole que su anciana madre ha desaparecido. Pablo regresa a Madrid para echar una mano en el negocio familiar y ayudar con los cuidados de su padre, enfermo avanzado de alzhéimer. Allí tendrá que lidiar con sus propios recuerdos de infancia, arreglar la difícil relación con su hermano y sufrir los tormentos del amor entre cartas a las novias perdidas y una correspondencia ilusoria con su madre ausente. Y también descenderá a los tenebrosos sótanos de la historia, las mazmorras de la Dirección General de Seguridad, donde su tío Tomás trabajó en los peores años del franquismo. En este brusco reencuentro consigo mismo, y con su familia, Pablo comprenderá que el pasado siempre vuelve, y a menudo de la

peor manera posible.

Estos son los mimbres con los que David Torres Ruiz, escritor y columnista de prensa madrileño, urdió el LXVI Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid, al que se presentó bajo el seudónimo de Lucca Brassi. La que un principio se titulaba Dos hermanos ha sido finalmente publicada por Algaida como Cartas a las novias perdidas, ofreciéndonos un originalísimo retablo donde se dan cita la familia, la hermandad y la fuerza de los lazos de sangre, las cuales vienen aderezadas con buenas dosis de metaliteratura e ironía.

Leer la historia de Pablo y Fran es como sumergirnos en el Antiguo Testamento —la religión judeo-cristiana tiene un importante peso en la novela— y reeditar la relación entre Caín y Abel; pero también la de Rómulo y Remo, o la de Anubis y Bata, quienes, al igual que Paco y Tomás —el padre y el tío de los protagonistas— «nunca se llevaban bien entre ellos y tarde o temprano acababan a golpes». Un enfrentamiento constante donde los efectos colaterales los sufren familiares, amigos, vecinos y hasta los ligues de ambos, dando luz a situaciones violentas y descarnadas, pero también a episodios tiernos e incluso divertidos. De ahí que el relato de Torres contenga ingredientes que lo emparentan con el drama, el relato de costumbres, el teatro bueriano y hasta el domestic noir, sin, por supuesto, adscribirse a ninguno.

«El pasado es nuestra maldición y nuestro paraíso»
El autor, David Torres. / Fotografía Virginia Arizmendi

Ya el propio título, extraído de una frase del presentador Felipe Mellizo —en los 80 estuvo al frente del Telediario—, da buena cuenta de la poesía nostálgica que inunda la novela. Y es que Cartas a las novias perdidas está escrito en primera persona, como una larga epístola que Pablo, el escritor-narrador que bebe del propio Torres, utiliza para comunicarse con el lector; y a su vez contiene todo un rosario de relaciones amorosas, a ratos creíbles, la mayoría inverosímiles, que nos ayudan a profundizar en su psique y en la de su hermano Fran a lo largo de varias décadas («El pasado es nuestra maldición y nuestro paraíso», según el autor).

Además de esto, la obra, que supera por poco las trescientas páginas, establece paralelismos entre la historia de ambos personajes y la de sus padres, cuyo vínculo con el cine es tan sorprendente como evocador —los ecos de Samuel Bronston y sus producciones épicas rodadas en España aportan algunas de las situaciones más brillantes del libro—. A esto se suma el ritmo, constante desde el primer capítulo, el lenguaje rotundo y a la vez lírico, la ambientación convincente y una banda sonora que parece sonar continuamente de fondo. Y para rematar el conjunto, la excelente cubierta de José Luis Paniagua, uno de los mejores diseñadores editoriales de nuestro país, cuyo significado sólo puede desentrañarse a través de la lectura.