«Fue después de leer a Bryce, que me plantee, por primera vez, dedicarme a la escritura»

Fernando González Nohra nos deleita con la aparición de su cuarta novela, un explosivo cóctel de sabores que utiliza el boom gastronómico global con afanes lúcidos y poco complacientes. Charlamos de lecturas por hacer y de esos clásicos que nos daban tanto

12 ene 2020 / 21:48 h - Actualizado: 12 ene 2020 / 22:08 h.
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  • Fernando Fernández Nohra.
    Fernando Fernández Nohra.

Este novelista limeño ya hizo nuestras delicias con «Por favor, no empujen», «Carroñero» o el libro de cuentos «Una cura para el cura (y otras formas de morir)», tras perseguir ese sueño de publicar en España, escribió un borrador que ya como tal nos hipnotizó, llevándonos al lado más salvaje de su protagonista, Aldo Peña. Con un estilo de aliento hosco y podíamos decir pútrido, no hace mucho que entregó a Bokeh «Con sumo placer», su cuarto libro y tercera novela, un texto igualmente preciso, coherente y vengativamente idóneo. Admirador de Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, John Fante o Charles Bukowski, está claro que todavía hay gente que lee y escribe desde las tripas, con eso que abunda tan poco: la emoción. Parece inevitable charlar un rato sobre estos escritores como si de compañeros de batallas perdidas se tratara.

Cuando hablábamos en los pasillos de la Escuela de Letras de Madrid, me contaste sobre la depresión que pasó Bryce tras la publicación de «Un mundo para Julius»; ¿por qué entre la nómina de malditos o semimalditos que te encantan es capaz de colarse un escritor que escribía tan aparentemente dulce y suave?

Puede que a uno de fuera le parezca que la escritura de Bryce es suave o dulce, pero es que lo que me contaba no lo era tanto. Quiero decir que puede que el estilo lo sea, pero no así aquello de lo que habla. Es más, fue después de leer «Reo de nocturnidad» que me planteé por primera vez dedicarme a la escritura, luego de que en una misma página reí y lloré a partes iguales como un desquiciado. Aunque pensándolo bien, si en una época fui lector empedernido de Bryce fue porque andaba buscando una voz que me contara cosas desde la perspectiva del limeño. Y la de Bryce me daba eso.

La novela habla del boom gastronómico que creemos que a nivel global vivimos; ¿a qué crees que es debido tanto programa de televisión superficial de cocina?

Creo que se debe a la deriva actual del mundo. Casi todo el puto planeta es igual: los gustos, los placeres, el disfrute... cosas que encuentro está muy bien que se hayan generalizado pero que es lamentable que se hayan homogeneizado. Antes predominaba el culto a la personalidad; ahora, el culto a la imagen. La comida, el arte de saber preparar un platillo para luego empujárselo uno mismo o bien para compartirlo con amigos, aporta a la imagen que se desea proyectar, le da un caché. Por eso en el Perú ya no hay tanto chico que quiera ser futbolista, ahora quieren ser chefs.

Haces una metáfora brutal con el mundo de la literatura; ¿hasta qué punto es oportuna o sólo una licencia?

Lo es porque cada campo, cada espacio en que se desenvuelve la gente adolece de o sufre de las mismas taras. Y es que para poder llamarnos con propiedad seres humanos, debemos albergar en nuestro interior al menos un mínimo de mierda que destilar o bien repartir con ventilador. Y esto es así en el ámbito que sea: las letras, los fogones, la ingeniería, la medicina, en el camión de la basura, etc.

«Fue después de leer a Bryce, que me plantee, por primera vez, dedicarme a la escritura»

¿Crees que la rebeldía es eficaz en un personaje como Aldo?

Aldo tiene que hacer lo que hace y de la forma en que lo hace. No le queda otra. Es como cuando viene alguien y me dice: «Oye, qué huevos que tuviste para dejarlo todo y dedicarte a la escritura» mientras yo pienso, no, nada de huevos, lo que pasa es que no sé hacer otra cosa...

El tema de la supervivencia también te obsesiona, ¿qué opinas de la literatura de evasión? ¿te atrae lo fantástico?

La literatura es evasión en el sentido de que nos permite, o debería, viajar y conocer otras realidades. Y ojo que digo realidades y no mundos: detesto los monstruitos o criaturas raras. A mí dame realidad, que ya por acá hay mucho engendro monstruoso: sólo hace falta abrir bien los ojos.

El humor negro también te encanta, ¿no es así?

Claro. Y por más que no quiera, se me sale. Soy peruano, qué puedo hacer.

¿Te gusta también el humor negro más elaborado? Danos algún ejemplo de lo que te inspira en este sentido.

Aprecio mucho el sentido del humor británico, aunque te mentiría si te dijera que lo consumo. Casi no veo tele ya, salvo cuando hay un partido de fútbol o pillo un buen documental. En Lima iba mucho al cine El Pacífico, un añejo y medio sórdido emblema del distrito en que vivía y donde podías encontrarme atornillado de lunes a viernes viendo lo que fuera que dieran porque esos días la entrada costaba una nada: menos de tres euros al cambio. Quiero decir, en el fondo, que no sé de dónde me vendrá, la cosa es que lo tengo y lo uso y que lo saco a relucir cuando las condiciones me obligan a ello o me lo permiten.

Dedicado también a la docencia, la lectura profesional y la traducción, ¿en cuál de estos tres campos te sientes o has sentido más a gusto?

En cada uno de ellos me he sentido muy bien, pero por temporadas. O sea, había épocas en que al frente de la clase me sentía como Robin Williams en «La sociedad de los poetas muerto»s, te lo juro, pero también otras en que ya me daban ganas de subir a mis alumnos a un avión y soltarlos en medio de la selva para que fueran devorados por las bestias.

Por último, ¿hasta qué punto crees que el movimiento MeToo está afectando a la libertad creativa en literatura?

Creo que la estamos cagando. Y mucho. O sea, puedes hablar de matar gente e incluso niños y no pasa nada, pero si en tu libro matas un perro o un gatito, ahí que arde Troya. Pasa lo mismo con el MeToo, que está muy bien y yo hago mías muchas de sus luchas y reivindicaciones, pero es que el violador no soy yo, pues, ¿me explico? El problema es la pérdida de perspectiva...