La guerra de los mundos

El cine de ciencia ficción que se hace en la actualidad suele estar muy alejado del mundo infantil. Muchas de las películas contienen elementos de terror o profundamente técnicos. Pero las cintas clásicas si son más asequibles para ellos

05 oct 2015 / 17:32 h - Actualizado: 05 oct 2015 / 21:08 h.
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«Y antes de que los juzguemos demasiado duramente, debemos recordar que la crueldad y la destrucción absoluta de nuestras propias especies ha caído no sólo sobre los animales, como los desaparecidos bisontes y el pájaro dodo, sino también sobre nuestras propias razas inferiores. Los tasmanios, pese a su apariencia humana, fueron enteramente barridos de la existencia en una guerra de exterminio llevada a cabo por los emigrantes europeos en el espacio de 50 años. ¿Somos unos apóstoles de la piedad tan grandes como para poder quejarnos de que los marcianos lucharan con este mismo espíritu?»

Esto es lo que dice el narrador de la novela de H. G. Wells La guerra de los mundos, que fue editada como libro, por primera vez, el año 1898. La primera versión cinematográfica apareció en 1952. Es la mejor de todas.

¿De qué trata, realmente, esa película? ¿De marcianos? No, ese es el vehículo que se usa para hablar de otra cosa mucho más cercana. Del ser humano. De su maldad, de cómo su instinto de supervivencia es capaz de sobresalir para arrasar la vida ajena, de la ignorancia en la que vive, de lo poco que pinta en el universo a pesar de creerse único y poderoso en un espacio tan pequeño e insignificante como es el planeta Tierra. Y de cómo podríamos ser aniquilados, de cómo estamos destruyendo nuestro planeta. Es lo mismo.

Byron Haskin, el director de la película, nos muestra al hombre confiado. Nada le puede suceder. Y tan ajeno a lo que pasa que da miedo pensar en ello. En ese momento, la interpretación que se buscaba era muy parecida a la que se producía sobre los escenarios. No había grandes diferencias entre cine y teatro. Recuerdo un momento, al principio, cuando el primer meteoro cae en la tierra (qué forma tan antigua de llamar a las cosas ¡meteoro!) los vigilantes del parque en el que se establece contacto avisan a las autoridades. Lo hace uno de los dos que aparecen en pantalla utilizando la radio. El otro, mientras, aprovecha la oportunidad para ver las cartas que hay sobre la mesa haciendo trampas. El actor exagera mucho los gestos intentando desviar la mirada del espectador hacia él tal y como hacen los actores de teatro. Importan las cartas porque el hombre confía en sí mismo.

Haskin nos muestra al hombre salvaje. Cuando hay que huir todo sirve, todo vale, la naturaleza animal aflora y nada se respeta. El gran enemigo del hombre en su huida es el propio hombre. Las naves marcianas no han llegado todavía a la ciudad y los hombres ya se están matando para librar su propio pellejo.

El director de la película nos muestra al hombre diminuto. Abandonados en un pedrusco enorme que llamamos Tierra, estamos expuestos a toda clase de peligros desconocidos. Ni siquiera el armamento nuclear podría solventar la papeleta.

Y H. G. Wells lo deja bien claro en su novela. Somos una raza salvaje y destructora. Les pido, por favor, que lean con atención esa frase con la que comenzaba. En un desliz del narrador, mientras intenta criticar una actitud terrible del hombre, habla de razas inferiores. Y es que esto es lo que hay. Somos como somos. Sin remedio.

Si tienen una copia a mano, echen un vistazo con atención. La pueden ver los niños. Y les gustará mucho. Marcianos que no dan miedo ya no quedan apenas.