Las mejores novelas de la Historia (VIII)

12 dic 2018 / 19:24 h - Actualizado: 12 dic 2018 / 19:42 h.
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  • Dino Buzzati. / El Correo
    Dino Buzzati. / El Correo

‘El desierto de los tártaros’ es ya un clásico de la literatura universal; una novela fundamental del siglo XX, escrita durante los comienzos de la Segunda Guerra Mundial; es la novela más reconocida de Dino Buzzati, autor italiano que participó desde el periodismo en algunas batallas que tuvieron lugar en dicha guerra.

Ya se dijo de esta novela que es kafkiana por su argumento opresivo; kafkiana por el absurdo de lo que inexplicablemente queda atrapado (en términos simbólicos) y no se resuelve; kafkiana porque lo incomprensiblemente irresoluto asfixia.

También se puede hacer una lectura de la novela tomando el tema del Otro; la otredad como lo desconocido que amenaza. O bien, dejar de lado a Kafka y a Todorov y acordarse de Beckett por la espera interminable: no sucedió hoy, pero puede que ocurra mañana. Y el absurdo de nuevo, que cuestiona el sentido de la vida, en este caso en particular, el de la de Giovanni Drogo. Porque El desierto de los tártaros es la historia del teniente Drogo que llega a la Fortaleza Bastiani, una Fortaleza de segunda categoría que como frontera marca el comienzo del desierto que se extiende tras ella. El desierto de los Tártaros precisamente, pero no porque haya Tártaros sino porque puede que los haya habido antiguamente. Puede que... Estamos ante una novela de la contingencia cuya trama se desarrolla en un lugar (en la Fortaleza, casi todo sucede ahí adentro) que empieza o acaba en el absurdo y el sinsentido (una Fortaleza para defenderse de un enemigo que tal vez es leyenda; una Fortaleza que se defiende de lo desierto).

Desde la llegada de Drogo a la Fortaleza, muy joven, hasta sus últimos días transcurren años, durante los cuales desea o planea irse de allí antes de que sea demasiado tarde, antes de ver su vida consumida en ese aislamiento; irse para volver a la ciudad y hacer una vida como la que hace la gente de allí. Pero no lo logra, y se queda atrapado en ese sitio de por vida. ¿Qué lo retiene? Sobre todo una esperanza: la esperanza de que por fin llegue la guerra, la esperanza del sentido. Una guerra que en varias ocasiones parece que va a suceder (puede que acontezca), pero que cada vez acaba siendo una falsa alarma y se posterga. Hasta que sí, llega la guerra, pero cuando llega lo encuentra a Drogo viejo y enfermo, entonces ya no tiene fuerzas para participar en ella. En la vida militar de Drogo, la que escoge y por la que sacrifica una vida civil, su realidad nunca es la guerra, siempre es la no-guerra.

Las mejores novelas de la Historia (VIII)
Portada de ‘El desierto de los tártaros’. / El Correo

Pero el tema es el tiempo: «la irreparable fuga del tiempo», como dice el narrador, y sus contrarios tener tiempo y estar a tiempo. Desde el comienzo de la novela, el paso del tiempo en la Fortaleza se configura casi como una maldición. Son muchos los que deberían haberse ido a tiempo pero no se fueron. Son algunas las advertencias que recibe Giovanni Drogo de que abandone el lugar mientras esté a tiempo; son varias sus elucubraciones acerca de efectivamente hacerlo, idea que cada vez cae en vacío por causa de un mecanismo absolutamente traidor que es pensar que todavía no hace falta hacerlo puesto que se tiene tiempo para eso. El tiempo es para el joven Drogo amenaza y antídoto al mismo tiempo. Hasta que ya no es joven y entonces el tiempo es lo que pasó precisamente porque había tiempo. Todo un contratiempo: Drogo que no llega a irse, una guerra que (le) llega a destiempo.

La muerte llega con la guerra. Como Drogo está enfermo y no puede participar activamente, se abre entonces su lucha interna. Una carroza pasa a recogerlo por la Fortaleza y se lo lleva lejos de la guerra, no para protegerlo, sino para quitarlo del medio porque es viejo y estorba. De allí el desencuentro de Drogo con la guerra que esperó toda la vida, pero entonces el encuentro con la nueva y última batalla: morir como un héroe. En la soledad de una cama desconocida, Drogo se propone un último intento de sentido, y la única oportunidad de su vida: entregarse a esa muerte patética -que sucede a la vista de nadie, en ninguna batalla real, defendiendo ninguna tierra y sin armas ni uniformes- con gozo, otorgándole el valor de heroica por el hecho mismo de soportarla con orgullo. Desde entonces, y por el poco tiempo que le queda (algunos instantes, unos suspiros) la guerra es interna, el desierto es su soledad y su cuerpo, casi muerto, es, paradójicamente, la única y última Fortaleza.