Mitologías de la imagen

Roma es el más reciente proyecto del fotógrafo José Guerrero; un conjunto de treinta y tres fotografías y un tríptico en vídeo que recoge su acercamiento a la capital italiana y que se expone en la Galería Alarcón Criado de Sevilla hasta el próximo 29 de Abril.

25 mar 2017 / 12:24 h - Actualizado: 21 mar 2017 / 19:26 h.
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  • Dioclesiano, 2016. / José Guerrero
    Dioclesiano, 2016. / José Guerrero
  • Roma Tre Variazioni. / José Guerrero
    Roma Tre Variazioni. / José Guerrero
  • Septimius, 2015. / José Guerrero
    Septimius, 2015. / José Guerrero
  • Villa Livia, 2016. / José Guerrero
    Villa Livia, 2016. / José Guerrero

Si hay un medio artístico que sabe de memoria es la fotografía, siempre (o casi) anclada en el pasado, aludiendo a lo que estuvo, presentando eternamente en silencio lo irrecuperable. Como las ruinas de Pompeya, la fotografía se muestra inmóvil, congelada, recreándose a sí misma eternamente como instantánea. Es enormemente translúcida en la relación iconográfica con su referente inmediato, pero opaca en su impasibilidad ante la mirada, desafiándonos como algo que nos es familiar, pero a la vez se escapa del completo entendimiento, un espacio borroso en el que lo reconocible convive con una falta, un obtuso detalle en la superficie cristalina de lo visible que lo perturba.

La Galería Alarcón-Criado presenta el más reciente proyecto del fotógrafo José Guerrero (Granada, 1979), realizado durante su residencia en la Real Academia de España en Roma durante el periodo 2015-2016 y que toma directamente como título el nombre de la ciudad italiana. Un proyecto en el que Guerrero prolonga su habitual investigación alrededor de espacios y lugares concretos, siempre en búsqueda de aquellos limítrofes y transformados por la acción humana, de las zonas fronterizas donde el paisaje natural y la ciudad se contaminan mutuamente. Roma sin embargo amplia el potencial de sus imágenes a nuevas cotas, conformando el conjunto de piezas más sólido y maduro de su carrera, un paso adelante en la necesidad imperiosa de dotar al registro documental de nuevas capas de significación.

En Roma encontramos rastros innegables de anteriores proyectos del autor, del interés por registrar el extraño comportamiento del paisaje en las zonas de extrarradio en Efímeros, al hermetismo de la imagen que caracterizaba las neblinosas instantáneas en The Bay. Pero Roma va más allá, quizás porque la propia ciudad, con su potente mitología, se ofrece como terreno ideal para capturar un trasvase instantáneo desde la imagen a la idea, una trascendencia de la superficie al interior de la imagen que la fotografía agradece especialmente. Pero también por una mirada, la de su autor, cada vez menos descriptiva, que huye de panorámicas que anclen al espectador para intentar entrar en los poros de la arquitectura, en la misma piedra antes que en las formas que adopta.

La Roma que nos trae Guerrero, cercenada, mediatizada por su particular acercamiento, está lejos de La Dolce Vitta Fellliniana, de los flashes y las pasarelas, del encanto mediterráneo o de la silueta reconocible, mostrándose más cerca de aquella Italia que el cine retrato en la austeridad de Rosellini y su gran discípulo Michellangelo Antonioni. Una ciudad en pause continuo y perturbadoramente irrompible, eterna e impenetrable en más de un sentido, una ciudad cuya mitología inunda incluso sus grietas y en la que las construcciones humanas parecen tan autónomas como la naturaleza.

El eje conceptual de este proyecto es claro, trabajar sobre los estratos arquitectónicos de la ciudad, retratarla desde una perspectiva en la que el registro documental no pueda escapar al carácter mítico que la reviste de indescifrables misterios, de una narración silente que surge al ahondar en los sedimentos iconográficos sobre los que se ha edificado. Pero es bajo la mirada del fotógrafo que esta apuesta, ya ambiciosa y fascinante per se, acaba deviniendo en imágenes que van más allá de la propia ciudad y aspiran a la universalidad, premeditada, por supuesto, en su huida de encuadres amplios que describan lugares concretos y fácilmente identificables cuando se acerca a las gloriosas ruinas del pasado, y en la apertura visual cuando su mirada toca las del presente, en una analogía de la que estas últimas salen poéticamente realzadas, dignificando su más mundana belleza a la sombra de catacumbas o columnas milenarias. Se trata de un viaje hacia una idea más que a un lugar aunque ambos formen un conjunto indisoluble bajo el peso en que los inscribe la memoria.

La muestra se completa además con la primera pieza en vídeo del autor, Roma 3 Variazzoni, realizada junto al compositor Antonio Blanco Tejero (Jerez de la Frontera 1979), un tríptico en el que imágenes y música se retroalimentan bajo intereses comunes para explorar bajo la superficie, con la cámara sumergida en el agua o entre pasillos de piedra.

Roma es, en definitiva, la culminación de las continuas exploraciones de José Guerrero en torno al paisaje y los rastros humanos en el mismo, llevados a una poética que extrae un valor imperecedero de los lugares que pretende describirnos y haciéndolo a través de imágenes que van mucho más allá de sí mismas.