Nueva York (I): La intrahistoria de una ciudad

La editorial Sexto Piso publicó en 2010, ocho relatos o nouvelles y una novela conocida por todos sus admiradores, «Washington Square», en un grueso tomo que iremos despiezando en dos entregas para todos aquellos confinados en sus casas. Una recomendación muy literaria

16 mar 2020 / 09:24 h - Actualizado: 16 mar 2020 / 12:42 h.
"Libros","Literatura","Libros - Aladar","Literatura - Aladar"
  • Henry James. / El Correo
    Henry James. / El Correo

Historia de una obra maestra: Ambigüedad y celos

Ya desde el principio de este maravilloso relato protagonizado por John Lennox y Marian Everett; él un hacendado viudo que se ve en las últimas y ella el último grito en la sofisticación neoyorkina, muy viajada y muy vivida; vemos cómo la lucha de las clases casi aristocráticas con el submundo del Arte, y en este caso con un tercero en discordia, el pintor Baxter, pobre y genial artista, cuya carrera se basa en gran medida en los poemas de Browning, pone de manifiesto un juego literario sin precedentes.

Es una historia contada desde un narrador interpuesto que nos habla sobre los pensamientos y acciones de cada uno de estos tres personajes. Existe cierta apoyatura en una amiga de Marian, así como en otra de John a la que al enseñar la fotografía de su amada siente una dulce alegría por haber conseguido (¡y qué lejos!) tan grata compañía.

La sutileza, el intimismo de unos actos que por perversos (tal vez sea incluso peor asistir a ellos desde la butaca de lector que vivirlos) y maliciosos conmocionan y nos hacen pensar en una penetración psicológica, la conseguida por el escritor, que en nada es ajena al tipo de literatura que de él estamos acostumbrados.

Desde una de sus múltiples lecturas, aprendemos que, para ser artista de verdad, hace falta ser un golfo, algo que aprendemos hoy en libros de teoría que en nada aportan a quién no lo es y sobran a quienes son; debemos además estar comprometidos con algo que nace de la nada, del genio o de la mera observación en forma de supervivencia. Porque así es Baxter, un neoyorkino que ha recorrido medio mundo y que en el presente vive en un cuchitril de taller, no sin antes conocerse todas las pinacotecas europeas habidas y por haber, capaz de someterse al continuo escrutinio de Lennox, airado y comido por la angustia de los amores pretéritos de Marian, que poco a poco van cobrando visibilidad.

Por otro lado, la señorita Everett no es una dama comida por la locura precisamente y parece prestarse gustosa a los envites de ambos, de hecho, no niega (o afirma) que ese affaire que vivió con Baxter pueda estar regresando en ese mismo momento delante de las narices de John.

En el cuento dividido en dos partes y un posfacio de pocas líneas, todo esta medidísimo y desde él no sólo se explica el por qué, cómo, cuándo y dónde de los triángulos amorosos y su proyección narrativa, sino que los muestra de un modo pervertido, enfrentando a los personajes con detonantes y futuribles traumas, que cuestionan la manera de mirar.

Posiblemente desde el género de un terror suave e impreciso, el autor puso en este relato por primera vez traducido en España, de nuevo el dedo en la llaga sobre tantas cuestiones acuciantes.

Un caso de lo más extraordinario: Agonía

El coronel Mason vive enfermo en un hotel. El botones le anuncia la llegada de una prima que, por orden de su padre, no puede hacerse cargo de él económicamente y que responderá en su nombre ofreciéndole los mejores cuidados.

Con este punto de partida, Henry James elabora un relato narrado desde la distancia de una tercera persona no identificada, que encuentra su sentido como los de Tolstoi («La muerte de Iván Illich») aportando su toque contemporáneo y que recuerda a películas como «Los mejores años de nuestra vida» de William Wyler.

Aparte de estos dos personajes, destaca también el doctor Horace Knight, que, de visita en casa de la prima, tiene largos y enjundiosos parlamentos sobre el sentido del placer en la agonía, con él, sentido del que Mason ha claudicado, a pesar de haber llevado una vida recta y sacrificada en el frente por su país.

El inevitable azar se escapa entre las líneas del cuento, cuando Knight se declara a dicha prima, a pesar de que las líneas de diálogo anteriores son fundamentales para que Mason viva su propio romance con ella.

En el relato también hay un cuarto personaje que es la aya en que se transforma el botones. También aparece más familia de Mason, si acaso referida o latente, en concreto otro tío al que se califica de calavera y dilapidador de fortunas, en concreto de la propia, y a quién dejó su patrimonio un abuelo ausente. Averiguamos igualmente que la madre de esta bondadosa prima era de similar jaez a éste.

Todo sucede de un modo despacioso en espacios interiores y nos hace ver de nuevo cómo este caso extraordinario, por el que sólo el amor prolonga esa crónica de una muerte anunciada, pudiera provenir de un plan trazado por Knight para conseguir que esa angustia necesaria para sentir se haga prueba, o sea tan sólo mero oportunismo de conquista.

Es un relato contenido y conseguido en tanto no se oyen risas de fondo por los padecimientos de Mason, algo que sí ocurría en «Historia de una obra maestra».

El tono es por tanto el de un melodrama de corte clásico, en el que los mecanismos y estilo de James funcionan desde la relojería de lo perfecto.

No obstante, si sus padecimientos son producto de una vida sacrificada y abnegada, es porque la tristeza con la que vivimos su agonía puede al acto de un final ambiguo que así gana puntos ante el lector.

Nueva York (I): La intrahistoria de una ciudad

La coherencia de Crawford: Dos médicos

De inspiración probablemente chejoviana, cambiamos a una historia con narrador testigo (es el personaje amigo del protagonista) que no es otro que un médico como el mismísimo Crawford, amigo y conocedor tanto de su virtuosismo personal en un principio, así como de su magnetismo con las mujeres, como de su destino atroz.

Nos acordamos especialmente de «El pabellón número 6», relato o nouvelle que demuestra no sólo que la locura está presente día a día, sino que cuando a ella se une la miseria, aquella nos atrapa en mayor medida.

Estamos ante un relato de gran profundidad psicológica, donde de nuevo ellas tendrán menos que perder en igualdad de condiciones, sobre todo centrándonos en la relación de pareja principal.

El arranque describe a Elizabeth Ingram como una estatua, en el sentido de poco vivaz criatura, doliente en tanto sufre una enfermedad crónica a pesar de su corta edad; un blanco fácil para el seductor Mr. Crawford, hombre guapo, rico y bien posicionado socialmente. Pero como siempre, algo se mueve dentro.

El galán se presenta a sus padres y se da cuenta de que esta relación podría llegar a buen puerto. Las fiestas a las que ambos acuden hacen el resto.

Todo cambia cuando es el padre de miss Ingram quién le pide que no la visite más, pues a pesar de que es un tipo agradable, no está enamorado de él.

El señor Crawford entra en barrena a partir de aquí, y eso nos lo cuenta de manera sutil y a veces inespecífica su amigo médico.

Detalles como el hecho de no conocer a la nueva novia con la que por despecho se junta (no sabe si es Amarinta, Matilda o Jane) no nos da seguridad de que son o han sido una, tres o más, dan debida cuenta de una vida caótica, también por cómo define a su o sus nuevas amigas (insensibles, fieras).

El nivel de deterioro de Crawford es progresivo, como si a cada nueva línea del relato, bajáramos un peldaño más al infierno.

Las divagaciones de su amigo en torno al hecho de que alguien le cuenta que Elizabeth siempre fue una persona preocupada únicamente de los vaivenes de Wall Street, sirven de contrapunto dramático imprescindible, ya que es entonces cuando Crawford se ve incapaz de trabajar en nada, totalmente perdido en estos y otros deslices. Un paciente del narrador personaje será quién le informe.

Es este un relato que nos muestra una Nueva York provinciana, que resulta difícil de imaginar hoy, y esto lo sabemos debido a que existe un grado de cotilleo mayor al ordinario.

Un episodio internacional: Un gran libro de viajes

Este relato incorporado en el volumen sobre la tan mentada ciudad del Hudson perfectamente podría incluirse en otro llamado «Londres», ya que las dos capitales comparten personajes. Ni que decir tiene que estamos ante tipos más cosmopolitas, si bien no nos atreveríamos a decir burgueses, sino más bien aristocráticos y donde ingleses y americanos vacilan de su supremacía por pertenecer al país correspondiente, una supremacía que se parece bastante a la del fin de los tiempos.

Un matrimonio oficia de anfitrión, primero en una casa lujosa de la Quinta Avenida, y después en la cercana localidad isleña de Newark, donde ofrecen su residencia (propiedad de los Westgate) a los ingleses Beaumont y Lamberth.

Ya desde el principio averiguamos que uno acude por placer y el otro (Beaumont) tiene pendiente una demanda como abogado contra una compañía ferroviaria de Tennessee, lo que desasosiega sobre todo a J.L., el patriarca de los Westgate.

Enseguida vemos que si J.L. es arisco con ellos, más lo va a ser en Londres su mujer y amiga Bessi Alden. Mrs. Westgate es además una dama pomposa y arrogante, de esas que piensan que se les debe todo, y que, por ejemplo, dice antes de acudir a la capital inglesa, sólo encontrar allí de atractivo una tienda céntrica donde venden unas bonitas chaquetas.

También se retrata el clasismo a través de las relaciones sentimentales, y en este sentido parece querer dejar más espacio a Lamberth que al amenazante Beaumont; Lamberth el torpe, capaz de enamorar a Alden.

Utiliza asimismo el relato una gran diversidad de escenarios para mostrar si no escenas de masas tumultuosas, sí el poder de los prejuicios ante la pregunta que sobre Lamberth pulula (aunque tenga dinero para hacer estos viajes, ¿cómo es que no trabaja?)

Es esta una manera de mostrar cómo sobre todo en Nueva York, huéspedes y anfitriones se convierten unos en propiedad de otros; esto llega a ser así desde la prepotencia inicial de la señora Westgate.

Ante esta tesitura, lo que averiguamos seduce de Lamberth es su espontaneidad, algo que la encorsetada alta sociedad mira con alegría, pero siempre por encima del hombro.

James puede querer decirnos que a pesar de los clichés en Nueva York, el clasismo y agarrotamiento de las gentes puede ser mayor que en la ciudad más estirada por antonomasia. Más que nostalgia por su lugar de nacimiento, existe un gran amor por Londres como capital que conoció en su juventud y a la que luego se fue a vivir.

El relato hace cuestionarnos esos intercambios para aprender inglés u otras costumbres, compartiendo hogar y recursos, y muestra cómo hacerlo con totales desconocidos, lo que puede resultar algo más que molesto en ocasiones.