«¿Qué han hecho los romanos por nosotros?»

¿Sabía que los primeros «hipsters» datan del siglo I a.C. y fueron descritos por Cicerón? ¿O que las mujeres romanas ya utilizaban cremas antiarrugas? ¿En qué se parecen las bodas modernas a las de los tiempos de los césares? ¿Y el modo de vida en las grandes ciudades? Espasa publica «Calamares a la romana», del filólogo y profesor Emilio del Río, que responde a estas y otras muchas preguntas sobre nuestros antepasados

01 nov 2020 / 23:21 h - Actualizado: 01 nov 2020 / 23:25 h.
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  • Mosaico con banquete, Château de Boudry (Suiza). Siglos V-VI
    Mosaico con banquete, Château de Boudry (Suiza). Siglos V-VI

Que los romanos inventaron los acueductos, las carreteras o el calendario juliano es una obviedad. Basta con echar un vistazo a la inolvidable escena de La vida de Brian, de los Monty Python, para comprobarlo. Muchos también han oído hablar de su aportación en materia de leyes, programas de bienestar social o sistema de alcantarillado, algo que apenas ha cambiado desde los tiempos del Imperio. Sin embargo, la mayoría desconoce el enorme legado que esta civilización irrepetible dejó en cuanto a usos cotidianos; aspectos que hoy permanecen arraigados en las sociedades modernas y que cuesta imaginar que se idearan hace más de dos mil años. Gracias a la arqueología, al estudio de las fuentes antiguas y los numerosos esfuerzos por parte de historiadores, filólogos y expertos de otras disciplinas, muchas de estas costumbres han salido a la luz para permitir sumergirnos en el día a día de nuestros antepasados de un modo tan real como fascinante.

Uno de los mejores divulgadores de la Antigua Roma es el profesor titular de Filología Latina de la Universidad de La Rioja Emilio del Río Sanz, cuya pasión por la difusión y promoción de la cultura clásica le ha llevado a publicar un buen número de libros y a cosechar premios tan prestigiosos como el Nacional de la Sociedad de Estudios Clásicos (SEEC), el Nacional de la Sociedad Española de Estudios Latinos o la Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio. Asimismo es colaborador en medios como RNE, desde 2019 ejerce como director general de la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos del Ayuntamiento de Madrid, y ha ostentado cargos de diputado y senador en las Cortes Generales por La Rioja. ​

Tras el éxito de Latín Lovers (La lengua que hablamos aunque no nos demos cuenta), una obra donde Del Río nos muestra, a través de multitud de referencias al deporte, la economía, la comida, el cine o la música, que el latín está muy vivo entre nosotros, este 2020 vuelve a la carga con Calamares a la romana (Espasa), divertidísimo ensayo cuyo subtítulo reza: Somos romanos aunque no nos demos cuenta. A través de su lectura descubriremos infinidad de curiosidades sobre la época de los césares mientras evocamos temas de Alaska, Radio Futura o Gabinete Caligari, o reflexionamos sobre los problemas actuales, que en gran parte son herencia de aquellos. Y es que, aunque cueste creerlo, esta es una de las particularidades de un libro que, junto a sus capítulos cortos y el gran humor desplegado por su autor, se lee prácticamente de un tirón.

«¿Qué han hecho los romanos por nosotros?»

¿Vivían los romanos en pisos? ¿Cómo era la vida en una gran ciudad como Roma? ¿Comemos lo mismo que ellos? ¿Celebramos las mismas fiestas? Estas son algunas de las preguntas a las que responde Emilio del Río a lo largo de 243 páginas, las cuales están salpicadas de citas de autores como Juvenal, Séneca, Quintiliano, Petronio u Ovidio, quienes se convierten en verdaderos «guías» a la hora de introducirnos en la vida diaria de la civilización de Rómulo y Remo.

A modo de ejemplo, Calamares a la romana contiene apartados dedicados a la moda —una de las mayores preocupaciones de los romanos era lucir un peinado en condiciones—; a las relaciones amorosas —los emperadores Trajano y Adriano eran claramente bisexuales, y la esposa del segundo mantenía una amistad más que estrecha con otra mujer—; y por supuesto al ocio —desde las carreras de carros y combates de gladiadores a los juegos de azar en las tabernas—. Aunque, quizás, lo que resulta más llamativo, por lo novedoso, son los capítulos dedicados a los gestos obscenos —la moderna «peineta», en la que se levanta el dedo corazón con el revés hacia fuera, ya se practicaba en el siglo I d.C.; o aquel donde se describen los retiros veraniegos de las clases más pudientes —titulado Aquí no hay playa, sus curiosas páginas nos trasladan a Bayas, una ciudad de vacaciones situada entre Nápoles y la isla de Ischia, que pudo ser el antecedente de nuestra Ibiza y a la que Cicerón llamó púsilla Roma («Roma en miniatura»), dada su actividad frenética durante los meses de estío—.

Tampoco faltan las referencias a los horarios, que muchos romanos calculaban con la clepsidra o reloj de agua —un invento egipcio que llegó a Roma a través de los griegos—, y por supuesto a los establecimientos de comida y bebida, uno de sus lugares favoritos para socializar, muchos de los cuales estaban regentados por mujeres.

La obra incluye otras muchas sorpresas. Así podremos conocer la campaña que en el 67 a.C. organizó Pompeyo para acabar con la piratería que asolaba el Mediterráneo, de qué se componía la pasta dentrífica utilizada por entonces, o qué emperador bailaba de día y de noche mientras recitaba sus poesías.