Robert Doisneau o la espontaneidad calculada

La madrileña Fundación Canal de Isabel II, situada junto a la Plaza de Castilla y hasta el 8 de enero de 2017, ofrece una imprescindible exposición dedicada a Robert Doisneau, quizás el artista que mejor entendió la ficción dentro de este medio. A medio camino entre la mirada innovadora de Cartier-Bresson y el mundo del cine, el trabajo de Doisneau merece toda nuestra atención.

26 nov 2016 / 12:00 h - Actualizado: 19 nov 2016 / 18:42 h.
"Fotografía - Aladar","Fotografía"
  • ‘El beso’. / Robert Doisneau
    ‘El beso’. / Robert Doisneau
  • ‘Les enfants de la place Hebert’ / Robert Doisneau.
    ‘Les enfants de la place Hebert’ / Robert Doisneau.
  • En la exposición se nos presenta a un Doisneau insumiso y caótico. / Fotografía: Robert Doisneau
    En la exposición se nos presenta a un Doisneau insumiso y caótico. / Fotografía: Robert Doisneau

Dentro de la exposición programada por la Fundación Canal en Madrid, «La elegancia de lo cotidiano» y en colaboración con el Atelier Doisneau, formado por sus hijas Annette y Francine, encontramos todo lo fotografiado por este soñador de fotogramas dispersos en su ciudad, París; así como una serie concebida posteriormente, en que relata la vida de la clase pudiente de Palm Springs, serie concebida y ejecutada en color, manera en que llegó a creer el artista tanto como en el blanco y negro de siempre. Muchas son las imágenes admiradas, pero también reconocemos alguna que otra ausencia notable, si bien el trabajo por series es sumamente respetuoso con el momento y la manera de hacer de cada instante.

Considerado por muchos por estar a medio camino entre el innovador Cartier-Bresson y la estética más simbólicamente cinematográfica (en sus imágenes vemos a Chaplin, así como a directores franceses de la época), se nos presenta a un Doisneau insumiso y caótico; a este primer adjetivo debemos una terca constante de retratar la realidad no tanto como realmente es, sino como él sueña que debe ser. Esta manera de mirar hace que las ficciones estén tan presentes en su estilo, que lleva a componer muchas veces desde las líneas y volúmenes de la derecha de cuadro y a partir de escenas callejeras de una manera nada forzada (hay también fotos que vemos más como encargos publicitarios eficaces y alimenticios que como tales ficciones) y sumamente cuidadosa.

Teniendo en cuenta que la primera foto expuesta data de cuando el artista tenía tan sólo diecisiete años, la amplia retrospectiva preparada por su familia empieza con cinco imágenes insólitas de la época, como son la del mono de feria con las manos y pies sujetándose a lo que pudiera ser su propia casa o un ring, la de la novia que da de beber cerveza al novio en la barra de un bar, la de la acordeonista ciega también en una cafetería con camareros y paseantes de la clase obrera, la del molesto hombre con fular ante las órdenes del camarero o la de los trabajadores de un taller que nos miran como si fuésemos parte de su propio fuera de campo. Tomadas como decimos a edad temprana, en ellas se sintetiza una forma de mirar caótica que poco a poco irá tomando forma.

Esta voluntad por la que se forjaría una identidad propia fuera de toda discusión comienza con El centauro en la Plaza del Ayuntamiento de París ese Hotel de Ville donde quedaría reflejado el posterior (todavía se discute si posado o capturado al vuelo) e inmortal El beso. En ella muestra a dos turistas de espaldas a la monumentalidad del edificio; cierta retranca muestra en El infierno donde muestra a un gendarme en la puerta de una terrorífica discoteca. De 1947 es La corneta de los domingos donde utiliza un objetivo gran angular que deforma las piernas del modelo sentado en una silla. Naufragio solitario es otra imagen donde juega con la idea de soledad en el escenario y como espectador, siendo Los agentes ciclistas un ejemplo un ejemplo de sombreado en blanco y negro con movimiento realmente reseñable. Una de las más conocidas de esta época es La mirada oblicua, donde una pareja mira sendos cuadros de una tienda antigua creando un doble eje invisible; desenfadada resulta La novia en Chez Gegene, en Los niños de la Plaza Hebert la mirada tiene sitio para cierta sugerencia de pobreza o marginalidad; más formalista resulta La rotonda de la Ópera de París, siendo increíble la profundidad de campo conseguida en El carrusel de Wallace. En Criaturas de ensueño parecemos habitar una de esas películas antiguas de Fernandel, siendo de un brillo único la de la carbonería Fundición Rudier; en Baño en Berretrot nos narra un típico y multitudinario día de playa. Por otro lado, La puerta de los álamos consigue detener el movimiento en el aire en un juego de luces y sombras siniestro que sugiere la visibilidad en El salto.

Entramos de lleno en la etapa más ficcional del fotógrafo, en Los panes de Picasso estamos ante una síntesis de La quimera del oro y ese juego de manos como panes. Los hermanos consigue la proeza de retratar a dos niños andando haciendo el pino, mientras dos colegiales empollones los miran de perfil, no se puede contar más en menos. La cinta de la novia es un guiño hacia El discreto encanto de la burguesía y Tres niños de blanco desarrolla una intuición sobre el volumen poderosa. Los collares de narcisos recuerda desde el registro más popular a ciertas películas románticas y en Autorretrato con Rolleiflex, el protagonista también demuestra solvencia en estudio.

De la serie que dedicó a investigar en colegios, tal vez la más conocida y reseñable sea La información escolar, donde un niño rubio mira perspicazmente hacia arriba, mientras su compañero trata de copiarle en lo que parece un examen.

La imagen La diagonal de escalones nos lleva a reseñar de nuevo la influencia de Cartier Bresson; en El probador de Lavin retrata a una modelo que recuerda a Shirley McLaine y en Madame Guimard muestra la capacidad de componer imágenes simples desde perspectivas complejas. Por otro lado los contactos de negativo sobre papel titulados Plaza de la Concorde son también de alto interés. En Le petit balcón juega de nuevo al choque generacional de las modelos. Muy entrañable resulta Los porteros de la rue Dragon donde retrata a un matrimonio desde fuera hacia dentro de su hogar. De puro cine negro es George y Riton, destacando también Madame Arthur adivina o el retrato en claroscuro de una pitonisa en mitad de su sesión. Destaca igualmente por lo provocador y moderno de su propuesta, Un ingeniero en un gasómetro.

La mentada serie realizada en color sobre Palm Springs contiene una treintena de fotos en las que alterna el uso de tres cámaras distintas (Rolleiflex, Leica y Hasselblad) con una visión que tiende a ridiculizar el ocio de los multimillonarios que por allí viven. Esta serie fue publicada por última vez en la revista Fortune en 2010 y pertenece a la etapa anterior a su fallecimiento en 1994.