«Al cuento solo le falta conquistar al público»

El onubense Hipólito G. Navarro regresa al relato con ‘La vuelta al día’, un volumen en el que reúne los textos dispersos que ha ido publicando en los últimos años

25 oct 2016 / 22:26 h - Actualizado: 28 oct 2016 / 07:08 h.
"Literatura"
  • El escritor onubense Hipólito G. Navarro, antes de presentar su libro en la Biblioteca Infanta Elena. / Pepo Herrera
    El escritor onubense Hipólito G. Navarro, antes de presentar su libro en la Biblioteca Infanta Elena. / Pepo Herrera

Después de publicar Los últimos percances, su celebrada compilación de relatos, Hipólito G. Navarro llegó a plantearse la posibilidad de dejar de escribir. Ahora, con motivo de su regreso a los anaqueles de novedades con La vuelta al día (Páginas de Espuma), confirma que aquella decisión iba en serio.

«Venía gente detrás con tanto talento, haciéndolo tan bien, que sentía que lo mío era cada vez más flojo», recuerda. «Incluso la manera humorística de contar se me fue yendo con cosas que me pasaron, me fui poniendo serio. Era hora de dejarlo».

Por suerte, Poli, como se le conoce en el mundillo literario, siguió escribiendo, y publicando: piezas dispersas, cuentos en revistas, encargos como el que recibió para una antología de relatos sobre El Greco... Algo que no pasó desapercibido para su editor, Juan Casamayor, que se encerró con él un día en el Hotel Inglaterra para dar forma al sumario de La vuelta al día. «Ahora que el libro ha salido, me pregunto, ¿por qué no antes? Porque uno a uno, los relatos me gustaban, pero no la idea de reunión. En esa puñetera reunión he estado todo el tiempo, pero en diez años no caí en una cosa: en la libertad del lector, la certeza de que el lector es el tipo más libre del mundo. ¿Por qué no imaginé que podría leerme por donde quisiera?».

Lo cierto es que el libro ha sido aclamado por crítica y público desde que llegó a las librerías, pero Navarro desconfía. «Soy muy incrédulo para los que dicen que les gusta. Muchas veces creo que se burlan de mí, o que me lo dicen por cariño. O pienso que esto es como invitar a alguien a casa, la comida es a las dos, pero haces esperar hasta las cinco, y claro, te hacen la ola porque ya tienen hambre. A lo mejor es eso, tenían hambre».

Había hambre, sí, de los muchos Hipólitos que conviven en la obra de este onubense de 1961: el tierno y el crudo, el desopilante y el sensible, el lúdico y el reflexivo... «Eso sí, he estado reescribiendo todo», advierte. «Hay al menos cinco cuentos que he reescrito prácticamente anteayer. Aprendí de Fernando Quiñones que tú puedes seguir trabajando los cuentos todo el tiempo. Algunos no tenían quizá arreglo, otros se han convertido en otra cosa... Creo que en conjunto no tienen nada que ver con lo que eran originalmente», añade.

No estropearlo

Junto a otros ilustres artífices de relatos, Hipólito G. Navarro ha sido de los que empezó a escribir cuando en España el género era denostado como menor, cuando no abiertamente ignorado, y en cambio ha perseverado lo suficiente como para poder celebrar el auge actual. Cuando se le pregunta qué le queda al cuento por conquistar en nuestro país, se lo piensa: «Bueno, no sé si se ha conquistado ya todo. Sí es verdad que por fin se ha convencido a la crítica, y hay editoriales que se dedican al cuento, y premios... Ahora le toca a los lectores: lo que le falta al cuento por conquistar es el público. Tenemos toda la cadena entera, menos el lector».

«En este sentido», prosigue el autor, «el siguiente paso sería no cagarla, no estropearlo todo como lo ha hecho el hermano de la distancia larga», dice refiriéndose a la novela. «Que no le pase, tampoco, como al microrrelato, que ha nacido hace relativamente poco tiempo, y ya está muriendo de éxito. Hay que mantener el tipo, lo que decía Umbral en el 77: que el cuento siga siendo el laboratorio de la experimentación narrativa, donde la novela busque logros formales y estilísticos de todo tipo», asevera.

Por el momento, Hipólito G. Navarro considera que la salud del género en España es excelente, y aunque le cuesta dar nombres de sus autores predilectos por temor a olvidos graves, lo hace «especialmente pensando en los nuevos, a los que hay que apoyar, porque a nosotros la generación inmediatamente anterior nunca nos citó ni por error», dice. «Me quedaría con casi todo el catálogo de Páginas de Espuma, desde Sáez de Ibarra a Méndez Guédez, uno de los grandes, pasando por Paul Viejo, Felipe Navarro o Valeria Correa, que acaba de publicar un libro excepcional», apostilla.