Claroscuros en la zarzuela igualitaria de Juan Latino

La compañía de títeres, máscaras y música barroca que fundaron en 2010 la canadiense Julie Vachon y el jiennense Francisco de Paula Sánchez trae al Maestranza la sorprendente historia de aquel esclavo negro que llegó a catedrático de Latín en la Universidad de Granada

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
04 feb 2023 / 12:11 h - Actualizado: 04 feb 2023 / 12:13 h.
  • Claroscuros en la zarzuela igualitaria de Juan Latino

Francisco de Paula Sánchez, el intérprete de Juan Latino y de sus títeres a lo largo de su vida -además de colaborador en el maravilloso guion de Julie Vachon para contar esta sorprendente pero cierta historia de un esclavo negro en la España Imperial-, recordó ayer tarde, entre los aplausos del final, que La increíble historia de Juan Latino iba a estrenarse el 14 de marzo de 2020, aquel día “de infausto recuerdo”. El drama que sufrió todo el teatro –y la Cultura- a partir de entonces es ya bien conocido, pero también se ha demostrado que las letras acabaron imponiéndose a aquel virus que consiguió cambiarnos la vida durante demasiado tiempo. Estuvo bien que la sala Manuel García del Teatro Maestranza estuviera llena de niños, como lo han estado otras salas en las que últimamente se ha representado esta zarzuela barroca que celebra la tolerancia y pone en valor los claroscuros historicistas que permiten indagar más allá del acostumbrado maniqueísmo con que se nos presentan tantos aspectos de la leyenda negra de la España del XVI, aunque también sirva para recordar la evidencia olvidada de los miles de negros esclavos que durante siglos hubo en Andalucía, como reflejó hace solo tres años el director de cine palaciego Álvaro Begines en su documental Cachita. La esclavitud borrada. Tuvo también algo de metafórico que entre el público se encontrara Antonio Rodríguez Almodóvar, el rescatador de tantos cuentos clásicos a la luz de una luna infantil como la que también se lució ayer tarde, hasta en forma de máscara tan viva...

La compañía de Julie y Francisco ha vuelto a hacer honor a su nombre, Claroscuro, no solo por la cuidada estética de su puesta en escena con contención de recursos, sino por la metáfora que encierra al volver sobre los hechos pasados en los que nada fue ni blanco ni negro del todo. Lo hizo con Lazarillo, en 2015, y volvió a conseguirlo con Perdida en el Bosco, en 2018, obra coproducida con el Teatro de la Zarzuela y que giró por festivales, teatros y auditorios de toda España, e incluso con Donde van los cuentos (2019), una distopía futurista con música electrónica, otro espectáculo de pequeño formato que fue estrenado en la Feria del Teatro del Sur y seleccionada en FETEN y la Mostra de Igualada. Ahora, con esta historia del esclavo negro que consiguió ser poeta y catedrático de latín en la Universidad de Granada, en la misma época en que Garcilaso de la Vega y Juan Boscán habían consolidado la italianización de la poesía española, vuelve a demostrar que siguen existiendo interesantísimas historias que contar que no proceden del repertorio de la fantasía, sino de la más fantástica de nuestras realidades, siempre contada a jirones por culpa de los intereses creados.

Esclavo desde el vientre de su madre

El fondo permanente de la biblioteca de Gonzalo Fernández de Córdoba, que vivía en Granada con su abuela Elvira, la hija del célebre Gran Capitán; el lugar de los títeres; y los instrumentos de la época (guitarra barroca de Enrique Pastor y vihuela de arco de Sofía Alegre) construyen un escenario que atrapa enseguida al espectador, en la magia de volver sobre su imaginación cinco siglos atrás, hasta el año 1518, que es cuando llega al puerto de Sevilla Juan Latino sin que aún se llamase así, en el vientre de una esclava negra etíope que compran finalmente Luis Fernández de Córdoba y Zúñiga, IV conde de Cabra, y su esposa Elvira Fernández de Córdoba, II duquesa de Sessa (la hija del Gran Capitán). El niño negro se cría con el hijo de la pareja noble, Gonzalo, hasta el punto de que, durante sus tiernas infancias, se consideran hermanos entre sí. Sin embargo, cuando llega el momento de la formación, Gonzalo tendrá maestros particulares en la biblioteca y a Juan Latino lo empujará su condición de esclavo a los establos de los caballos...

Vista la historia desde la mirada de los niños –los títeres niños que eran Juan y Gonzalo y los niños espectadores, que se comportaron como adultos- es como se comprende el sinsentido de que unos niños estuvieran destinados a mandar y otros, a obedecer; unos a ser ricos y otros a no salir de pobres; unos a triunfar y otros a ser invisibles, y tan solo por una diferencia en el color de su piel. El rico repertorio musical de la época, que conjuga piezas del viejo mundo europeo con otras del África negra, adelanta la positiva mezcolanza que la propia trama de la historia va a ofrecer, en ese tránsito del Juan Latino títere al Juan Latino interpretado por la máscara de Francisco de Paula Sánchez. La versatilidad –y excelente dicción- de Julie Vachon en cuantos personajes va interpretando en el camino de la vida del muchacho Juan nos termina ofreciendo el mosaico de una sociedad oscura en la que se va abriendo la luz que representan las letras y el conocimiento. En ese empeño está el muchacho Juan Latino que enseña a Gonzalo a jugar al ajedrez, siempre detrás de la puerta, aprendiendo gramática e historia solo por lo que oye a este lado del muro que no es solo físico, hasta que la abuela Elvira de Gonzalo permite que el negrito asista a las clases con su nieto. Esa decisión será providencial para que este continúe por su camino de la milicia y aquel por el camino de la gramática latina y la poesía. Juan Latino, alabado por Cervantes y Lope de Vega, sobreviviría a su amo –luego amigo- Gonzalo Fernández de Córdoba- veinte años, pues moriría el mismo año que Felipe II después de haber publicado tres volúmenes de poesía y de haberse convertido en un reputado catedrático en la Universidad de Granada desde la Nochevieja de 1556... Es necesario que estas historias tan verdaderas de superación real y de igualdad histórica recalen más a menudo por el Maestranza, un teatro que sigue en el epicentro de la historia.