Eurovisión contra la corrección

Israel se alza vencedor en una gala en la que la participación de España pasa desapercibida

13 may 2018 / 08:19 h - Actualizado: 13 may 2018 / 17:39 h.
"Festival de Eurovisión"
  • La representante de Israel, Netta, se llevó el triunfo con una pegadiza canción, ‘Toy’, que además resultaba ejemplarmente moralizante. / Jose Sena Goulao (Efe)
    La representante de Israel, Netta, se llevó el triunfo con una pegadiza canción, ‘Toy’, que además resultaba ejemplarmente moralizante. / Jose Sena Goulao (Efe)
  • Momento de la actuación de Amaia y Alfred. / Efe
    Momento de la actuación de Amaia y Alfred. / Efe

Pese a lo que los agoreros y los partidarios de meter la política en la sopa pronosticaban, Israel logró anoche su cuarta victoria en el Festival de Eurovisión gracias a la muy ruidosa pero pegadiza canción de Netta, Toy, que además resultaba ejemplarmente moralizante (feminista, anti bullying) y con jerebeques arábigos de propina. Su vida será tan corta como los tres minutos que dura el tema, pero al país que la presentó le ha valido para llevarse el Micrófono de Cristal. Veremos cómo se gestionan la ojeriza geográfica una gran parte del público seguidor de un certamen que el año que viene glosará las maravillas de la Tierra Prometida, un país de espíritu europeo pese a su localización en el mapa.

Desde luego mejor que el tema que quedó, incomprensiblemente, segundo; el presentado por Chipre, Fuego, de Eleni Foureira, con Shakira y Beyoncé presentes... muy presentes. Siendo magnánimos podemos afirmar que como hilo musical de chiringuito puede servir para la primera quincena de julio. Austria (tercer puesto), en cuyo tema prácticamente nadie había reparado hasta la gran final, golpeó fuerte con Nobody but you, de Cesar Sampson, muy buen soul merecidamente aplaudido y votado por la audiencia. Además, el envoltorio, tan fundamental en este certamen, resultó ejemplar. Aplaudimos también el violín desbocado del noruego Alexander Rybak, That’s How You Write a Song, quien intentó con bastante -e incomprensible- poco éxito repetir el triunfo que se llevó a su país en 2009 con Fairytale. Serbia movilizó a Sanja Ilić y Balkanika en un tema, cantado en el idioma del país, que engrandece la excentricidad de Eurovisión. Pero Nova deca era, encima, una buena y disfrutable canción de ecos étnicos y mucha cultura (pop) balcánica. Por cierto, incomprensible que el titán cultural que es Alemania pusiera encima de los escenarios a un cantante tan relamido como Michael Schulte canturreando -...en inglés...- You let me walk alone y que, de regalo, se llevara una cuarta posición.

Holanda apostó fuerte con Waylon, un country-rock (más lo segundo que lo primero) pegadizo y vocalmente extraordinariamente defendido. Eso sí, el tema Outlaw in ‘Em se disfruta más en la audición que en el visionado del show lleno de saltimbanquis. A la habitualmente soporifera presentación de Italia hubo que agradecerle esta vez el compromiso mostrado por Ermal Meta y Fabrizio Moro en un pacifista dueto algo desgañitado -Non mi avete fatto niente- pero de sencilla y emotiva coreografía.

Que Tu canción, de Amaia y Alfred, quedara en los puestos de cola solo es la constatación de que el melifluo dueto de gangosa voz masculina tenía muy poco recorrido más allá de las plataformas de lanzamiento de triunfitos patrios; los terceros menos valorados en el televoto. La parejita de pastelosos millenials exudó química, sí, pero la cancioncita no era más que digna de los títulos de créditos de una peliculita puberta y heteronormativa de televisión por cable.

En el terreno de la pura injusticia queda el mal resultado de la formidable canción que presentó Dinamarca, Higher Ground, de Rasmussen, que perfectamente podía haberse alzado vencedor con un tema épico y vikingo, absolutamente cinematográfico.

Resulta curioso que el renacimiento en muchos países de Eurovisión haya venido de la mano de programas culturalmente tan poco comprometidos como son los talent-shows. Seguramente por ello del concurso han sido desterrados sin que medie ninguna euroorden los cantantes consagrados, literalmente barridos por hordas de postadolescentes (Alemania, Irlanda -apostando por la infaltable cuota gay-, Finlandia, Hungría...) que cantan naderías, eso sí, convenientemente ruidosas y almibaradas por toneladas de rímel en forma de efectos digitales.

Se entiende así que en este horizonte Disney (del que no se salva, evidentemente, la canción patria de Amaia y Alfred) un artista como Salvador Sobral ganase el pasado año y volviera en esta ocasión como invitado para poner cordura junto al magisterio de Caetano Veloso en una interpretación conjunta de Amor pelos dois, constituyendo un momento histórico en la historia reciente de Eurovisión.