Luces y sombras de Bohemia

Crítica del concierto del Cuarteto Bética en la XVI Noches en los Jardines del Alcázar

05 sep 2015 / 15:14 h - Actualizado: 05 sep 2015 / 15:19 h.
"Música"

CUARTETO BÉTICA ***

XVI Noches en los Jardines del Alcázar. José Manuel Martínez y Alan Andrews, violines. Michael Thomas, viola. Israel Fausto Martínez, violoncello. Programa: Cuarteto nº 1 en mi menor «De mi vida» de Smetana; Cuarteto nº 12 en Fa mayor «Americano» op. 96 B.179 de Dvorak. Jardines del Real Alcázar, viernes 4 de septiembre de 2015


La flor y nata de la Orquesta Bética acompañó a su artífice y valedor, el incansable Michael Thomas, en este concierto en el que se dieron la mano los dos compositores checos seguramente más sobresalientes, con sus piezas de cámara más populares y reconocidas. Un evento en el que hubo más luces que sombras, si bien las primeras aparecieron antes, en el Cuarteto De mi vida de Bedrich Smetana.

En su vertiente más personal como compositor, el autor de Mi patria hizo en su cuarteto nº 1, ya tardío, un recorrido autobiográfico desde la ilusión romántica de la juventud a la sordera que le afectó al final de su vida, pasando por su pasión por la danza, el amor de su esposa y la celebración de la creatividad. Un paisaje existencial que los integrantes del Bética tradujeron con vigor y entusiasmo, habilidad dramática y acento en los extremos emocionales, pero con una laxa seguridad en el diálogo y la compenetración, demasiada aspereza en el sonido, puntuales caídas de tensión e idas de tono y falta de contundencia en un final que exige además una coda más ahogada y prudente que la exhibida.

También bohemio, Dvorak encontró ecos de su tierra en su paso por la localidad americana de Spilville, donde además descubrió la música autóctona del país y los cantos espirituales negros, todo lo cual intentó plasmar en su antepenúltimo cuarteto. Una pieza cuya aparente espontaneidad y atractiva ligereza encontró eco en Thomas, melódico y contundente esta vez a la viola, José Manuel Martínez aportando lirismo y buen gusto muy bien secundado por Andrews, e Israel Martínez dando cuerpo y volumen al conjunto. Ágiles en sus frecuentes pasajes arpegiados y ostinatos, cautivadores y enérgicos, supieron extraer de la pieza una gran gama de detalles, exuberancia y optimismo. Leonhardt pedía a menudo en sus conciertos que no se aplaudiese hasta el final; en el Alcázar los artistas deberían al menos atreverse a pedir que no se hiciese hasta terminar cada obra, en favor de la unidad y comunión en la interpretación.