Nostradamus no dijo nada del final de las librerías

Reconvertirse o morir. Hace unos días La Extra-Vagante mudó su piel en Caótica, un espacio para el descanso, el café y... los libros. Ultramar y Un Gato en Bicicleta son otros negocios que reivindican el libro en el siglo XXI

23 abr 2017 / 06:21 h - Actualizado: 23 abr 2017 / 06:21 h.
"Día internacional del libro"
  • La imagen recoge la entrada de los primeros visitantes al nuevo espacio de libros Caótica, que se inauguró el jueves en la calle José Gestoso. / Manuel Gómez
    La imagen recoge la entrada de los primeros visitantes al nuevo espacio de libros Caótica, que se inauguró el jueves en la calle José Gestoso. / Manuel Gómez
  • Nostradamus no dijo nada del final de las librerías
  • Rayuela está especializada en el segmento infantil.
    Rayuela está especializada en el segmento infantil.
  • Nostradamus no dijo nada del final de las librerías
  • Nostradamus no dijo nada del final de las librerías
  • Imagen de la librería Casa Tomada, de Sevilla.
    Imagen de la librería Casa Tomada, de Sevilla.

Los periódicos no desaparecerán nunca; como tampoco lo harán la radio, el reloj de pulsera o la tarde del Martes Santo. Tampoco morirán las librerías, ya vengan por el horizonte una de legión libros electrónicos y novelas codificadas en rayos catódicos ultramolones. Porque si todas estas cosas desaparecieran –y algunas otras más– el mundo no sería mundo. Vaya usted a saber qué sería. Además hay otra razón de peso; Nostradamus no incluyó nada de eso en sus profecías. Así que podemos respirar tranquilos.

Sin embargo, sobrevivir no es lo mismo que vivir. El manido dicho –¿conocen alguno más gastado?– renovarse o morir ha de ser de nuevo invocado. La librería tradicional ha muerto o, como mínimo, está en vías de extinción. Y las únicas que todavía respiran son aquellas que están a la sombra de grandes empresas que, además de libros, venden lavadoras, guatinés y un viaje a Punta Cana en la planta baja. «El modelo clásico lleva años en desuso; y todavía falta bastante para que desaparezcan, pero las más modestas, han caído», opina el librero Javier Gonzalo. Cuando en 2014, una de las librerías más históricas del centro de Sevilla, Repiso, bajó la persiana para siempre; comenzó una cuenta atrás para otros pequeños negocios a los que no les salvó ni la etiqueta de veteranos.

No es que la gente no compre libros; no al menos si tenemos en cuenta las estadísticas; es más bien que no compramos los libros en sus lugares naturales. «Casi ninguna librería pequeña puede competir con los fondos que manejan gigantes como Amazon; ahí radica el conflicto; y es cuando prende la mecha de la reconversión», argumenta Gonzalo. Reconvertirse es justo lo que han hecho estos días los responsables de La Extra-Vagante, tras verse abocados a abandonar su carismático emplazamiento en la Alameda por la subida del alquiler.

El jueves inauguraron Caótica, en la calle José Gestoso, una segunda parte que aspira a ser mejor y diferente. «Nunca hemos pretendido competir con el modelo de librería en el que una persona llega buscando una referencia, la localizamos en el almacén, se la damos y se marcha», dice una de las socias de la cooperativa que insufla vida a la empresa, Begoña Torres. «Lo que ambicionamos es generar empatía y hacer crecer así un vínculo entre el cliente y nosotros; de ahí sale esa idea un poco romántica que hizo nacer La Extra-Vagante y que ahora se ha reconvertido en Caótica», explica. «Algo está pasando en Sevilla, después de unas navidades lúgubres en la que cayeron varias librerías, estamos renaciendo», dice.

Para Torres y los suyos «Caótica es como un contenedor vertebrado, fundamentalmente, por los libros y sus historias, pero hemos añadido el espacio del café en la planta baja y, en los pisos superiores, también hay lugares para el reposo y la lectura; los llamamos puntos de desconexión, ya se disponga de diez minutos o de una hora, queremos que quienes nos visiten se sientan cómodos», dice.

«Siempre me ha gustado leer literatura de viajes, y también conocer esos lugares que la hicieron posible», reivindica Manuel Rodríguez, responsable de la librería De Ultramar, que ya ha conocido dos ubicaciones diferentes. Poniendo en valor el mucho más económico «viaje interior», Rodríguez apostó hace algunos años por abrirse camino en un segmento casi totalmente desconocido en Sevilla, el de las librerías temáticas. «Esto lo emprendí por amor, que es como se deben hacer las cosas, y aunque escogí un momento complicado, siempre he creído que hay un segmento de población al que le interesan mis libros», dice. Y aunque su negociado no tiene la exclusividad a la hora de vender una guía de viaje para una escapadita de fin de semana a Madagascar; el público valora que, tras el mostrador, hay un tipo que sabe lo que vende, y que se apasiona con la idea de poner tierra de por medio.

«La especialización es fundamental; si hablamos de un fenómeno propio del siglo XXI en el ámbito comercial, periodístico e incluso en lo que atañe a la confección de las propias personalidades de los adolescentes, ese es la especialización», indica el sociólogo Javier Madero. Sentirse únicos, saber que se domina parte del conocimiento universal, escarbar en ello y difundirlo. Por la especialización pasa buena parte de la reconversión. Y ya hemos visto que en este asunto radica el éxito de las librerías que hoy abren sus puertas cada día.

Pereció Repiso, Beta y hasta la venerable Antonio Machado. Pero, casi a la vez, la ciudad empezó a llenarse de nuevas referencias, las que provenían de las nuevas Birlibirloque, El Gusanito Lector o Un Gato en Bicicleta. «Buscamos la sinergía de todo lo que son las artes, tanto el libro como la literatura o las artes plásticas. También tenemos exposiciones, hacemos teatro, conciertos y presentaciones. A través del libro trabajamos todas las áreas de la cultura», indica Jesús Barrera, responsable de esta última; más que una librería, casi una galería de arte en la que pasan cosas y se venden algunos libros.

«No tenemos el escaparate lleno de libros como normalmente tiene una librería, lo que hacemos son instalaciones artísticas», explica. Cuando abrieron sus puertas –hoy están en la calle Pérez Galdós– no sabían si el modelo que casi estaban inventando funcionaría. Pero funcionó. «Un Gato en Bicicleta es un centro comercial en pequeña escala donde puedas recibir un trato cercano y personalizado, a un precio asequible para el público», concluye.

Ahora en las baldas de las librerías no solo hay libros, también se ven (y se venden) vinilos, tazas de café, postales, pequeñas esculturas, serigrafías, cassettes y sobres para envíos por avión. Porque, no perdamos el prisma, se trata, de vender. Aquí de lo que hablamos es de cómo conjugar poesía y vil metal. Algunos emprendedores vieron claro que existía un camino que, hasta hace unos años, estaba lleno de barro y de piedras; el de los libros infantiles. Pese a correr el peligro de magnificarse y quebrar; librerías como Rayuela, entre otras, se han erigido en lugares que son santo y seña del mapa cultural. En la mano de sus menudos clientes está el que, por muchas reconversiones que vengan, abrir un libro continúe siendo un gesto deliciosamente humano.