Son y están

«Necesitamos en Andalucía muchas más familias que acojan temporalmente a menores»

Entrevista a Encarnación Vega Iglesias. Fundadora y Presidenta de la ONG Crecer con Futuro

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
27 jul 2022 / 09:45 h - Actualizado: 27 jul 2022 / 19:55 h.
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  • Encarnación Vega, presidenta de la ONG Crecer con Futuro, junto a uno de los carteles de la campaña para ampliar en Andalucía el número de familias colaboradoras que hagan acogimiento temporal de niños o niñas que están en centros de protección de menores.
    Encarnación Vega, presidenta de la ONG Crecer con Futuro, junto a uno de los carteles de la campaña para ampliar en Andalucía el número de familias colaboradoras que hagan acogimiento temporal de niños o niñas que están en centros de protección de menores.

Encarnación Vega Iglesias. Fundadora y Presidenta de la ONG Crecer con Futuro. Hace 18 años dio el paso para afrontar el reto de remediar situaciones lacerantes que sufren niños y niñas. Con su equipo han logrado erradicar que 75 familias con 150 hijos vivieran en Paraguay dentro de un vertedero de basura. Y, por otro lado, han vertebrado en Andalucía con éxito el modelo de familias colaboradoras que acogen en fines de semana y vacaciones a menores radicados en centros de protección y en sus hogares les aportan una gran oportunidad de socialización.

“Todos los niños y niñas tienen derecho a ser felices y crecer rodeados de confianza y amor incondicional. Trabajamos para que puedan soñar y decidir sobre su propia vida. Su futuro también es el nuestro. Cualquier sociedad responsable debe aspirar a que niñas, niños y jóvenes crezcan con futuro”. Son frases esenciales del manifiesto de la ONG Crecer con Futuro. Su cofundadora y presidenta, Encarnación Vega, es de las personas que no se da importancia. Lo que vertebra es importante. Prefiere pasar desapercibida. Es una fecunda aventura solidaria iniciada desde Sevilla junto a sus hermanas Cristina y Elena, y en la que están implicadas en favor de niños en Andalucía y en Paraguay muchas personas desde la labor profesional y desde el voluntariado.

¿Cuáles son sus orígenes biográficos?

Nací en Sevilla hace 69 años. Estoy casada, tengo tres hijos, la tercera es una niña saharaui que acogí y ya tiene más de 35 años. Soy la octava de doce hermanos. Mi padre tenía un taller mecánico de reparación de coches. Y mi madre tenía el enorme mérito de ser ama de casa. Mi barrio de infancia era el Campo de los Mártires, cerca de donde hoy existe la estación ferroviaria de Santa Justa. Era un entorno muy amigable, todas las familias se conocían, los chiquillos estábamos todo el día en la calle después de salir del Colegio Carmen Benítez. Con 18 años empecé a trabajar en Hytasa, que era en Sevilla la empresa emblemática del textil. Ejercía de técnico de calidad de laboratorio. Estuve hasta los 45 años, cuando hubo un reajuste de plantilla y salí con indemnización. Decidí cursar la carrera de Sociología, pero no la pude terminar por mis obligaciones familiares.

¿Cuál fue el punto de partida de esta iniciativa social?

Se fue gestando durante mucho tiempo en el seno de mi familia. Mi madre era a la vez una persona de valores religiosos y de espíritu laico, con mentalidad abierta. A los 12 hijos nos inculcó mucho el respeto y el apoyo a los demás. Nos metió en vena que cualquier persona está a la misma altura que tú, y merece semejante trato. De ahí que durante años, en conversaciones con dos de mis hermanas, cuando comentábamos hechos lamentables que veíamos en televisión, como la situación lamentable que sufren muchos niños que malviven en las calles, decíamos que teníamos que dar el paso. Y lo dimos en enero de 2004, viajamos a Paraguay. Yo estaba trabajando en una oficina de promoción inmobiliaria. Una joven paraguaya que cuidaba en Sevilla a una de mis sobrinas nos habló de la gran cantidad de niños sobreviviendo en la calle y adictos al pegamento de zapatero en el municipio de Encarnación. Cuando llegamos, el nivel de extrema pobreza superaba en mucho lo que podíamos imaginarnos.

¿Qué les impactó más?

No solo los grupos de niños que por la noche se reunían con bolsas de plásticos para esnifar la cola de zapatero. Lo peor fue descubrir en Encarnación un enorme vertedero municipal, de varios kilómetros cuadrados, en el que muchas personas vivían dentro de la basura y comiendo de la basura. En un ambiente de espantoso hedor. Con niños metidos con los cerdos en los charcos, con gusanos incrustados en su piel. Niños que no estaban ni censados, que no iban a la escuela. En la total ausencia de la dignidad que merece la condición humana.

¿Qué decidieron hacer?

Cuando regresamos a la casa donde nos alojaban, las tres hermanas estábamos desoladas. Mi hermana Cristina enfermó, con fuertes vómitos. A los dos días, volvimos al vertedero y contactamos con el hombre que ejercía de jefe de la comunidad, había unas 70 familias y 150 niños dentro de la basura. Le explicamos nuestra intención de ayudarles, y qué harían ellos. Reunió a toda la comunidad, se comprometieron a usar bien la ayuda, nos dieron permiso para grabar un video de varios minutos de duración. Cuando regresamos a Sevilla, convocamos a hermanos y a amigos. Más de 90 decidieron apoyar económicamente, además de nuestra propia aportación, y creamos la ONG Crecer con Futuro. El nombre se nos ocurrió porque espontáneamente decíamos muchas veces: “¿Qué futuro van a tener esos niños?”. Y definimos cuatro pilares de actuación: educación, sanidad, empleo, y desarrollo personal y comunitario.

¿Cuál fue la receptividad en Paraguay por parte de autoridades y entidades sociales?

Muy buena. Era indispensable establecer que la acción fuera combinada y no meramente que pareciera la iniciativa de unos extranjeros. Quizá algunos pensaban que nos cansaríamos pronto. Se equivocaban. Todos los años viajamos a Paraguay, y el resto del tiempo ayudamos desde Sevilla al grupo de paraguayos que ya lideran Crecer con Futuro desde allí. Acordamos un convenio con la municipalidad de Encarnación y se ha cumplido todo. Se comprometieron a construir 100 viviendas, y las hicieron. También firmaron destinar profesores para el refuerzo escolar y para actividad deportiva, y los hay. La universidad pública aporta una psicóloga. Las autoridades del orden público son las que cumplieron menos y a los ocho años se retiraron. Lo más importante es que el vertedero se cerró, que tienen sus viviendas, y ahora trabajan tratando la basura en naves en las que los camiones la vuelcan. Los niños están escolarizados y la zona está declarada libre de explotación infantil.

¿Cuándo ponen en marcha en Andalucía el programa de acogimiento a menores?

En 2013. Mi hermana Cristina y yo teníamos relación directa con experiencias de acogimiento, yo misma tuve acogida a una niña saharaui. Y veíamos que no estaba desarrollada la figura de las familias colaboradoras. Existía sobre el papel en la normativa, pero la Junta de Andalucía no lo había desarrollado. Y veíamos que muchos niños y niñas, en cuanto llegan a los ocho, nueve o diez años de edad, nadie los quería en acogimiento. Ni en adopción. Y quedaban solo atendidos dentro de los centros de protección de menores, no tenían más horizonte que ese. Estábamos convencidos de que si una familia pudiera tenerlos durante algunos fines de semana, y durante unas vacaciones de verano o durante unos días navideños, a esos niños y niñas les cambiaría la vida radicalmente porque empezaban a tener referencias de familias normalizadas e importantes vínculos afectivos. Y cuando pasan a la mayoría de edad, tienen una mano que les agarra. Porque si eso no existe, cuando llegan a la mayoría de edad y tienen que abandonar el centro de menores, vuelven al núcleo familiar de donde han salido por circunstancias duras.

«Necesitamos en Andalucía muchas más familias que acojan temporalmente a menores»
Encarnación Vega, a la derecha de la imagen, en el Centro Arapyahu que han creado en Encarnación, municipio paraguayo donde lograron erradicar que 150 niños y sus familias vivieran literalmente dentro del vertedero de basuras, y ya disponen de viviendas y escuela. A la izquierda de la imagen aparece su hermana Cristina, cofundadora de Crecer con Futuro.

¿Cuántos menores hay en Andalucía en esas circunstancias?

Unos 2.400. ¡Hay tanto por hacer! Crecer con Futuro ya es un referente importante en el modelo de las familias colaboradoras, y se tuvo en cuenta para la nueva Ley de Infancia y Adolescencia de Andalucía que se aprobó en 2021. Nuestra labor ya está protocolizada. Funcionamos con los aportaciones de nuestros socios y hemos empezado a recibir apoyo del Gobierno andaluz, con cargo a la asignación tributaria del 0,7% del IRPF. Además, hemos logrado que esté reconocido el derecho a apoyar económicamente a las familias colaboradoras, y confiamos en que se materialice porque aún no hay fondos estipulados para ello.

¿Cuántas familias están vinculadas para realizar este tipo de acogimiento?

Actualmente ya tenemos 70 familias. Con la campaña de promoción que hemos hecho al final de la primavera, hemos conseguido que se interesen más familias y estamos en la fase de entrevistarlas para determinar su idoneidad. Sepan que puede aspirar a ello cualquier persona mayor de 25 años que resida en Andalucía. Tenga o no niños, viva en pareja o en solitario. También puede ser de nacionalidad extranjera, de hecho hay cuatro extranjeros afincados en nuestra tierra que llevan años colaborando con nuestra asociación. Quien esté interesado, puede contactar con nosotros, en la página web https://crecerconfuturo.org están nuestros datos y direcciones, y les atenderemos gustosamente.

Recuerde alguna experiencia inicial que les reafirmó en esta iniciativa.

La primera pareja colaboradora dio el paso tras asistir a una presentación del proyecto por mi hermana Cristina y yo en un club social del barrio de Montequinto. Se llaman Chari y Pepe, los dos son dentistas. Se entrevistaron con nosotros, y con nuestro equipo de valoración, en el que hay trabajadores sociales y psicólogos, y se comprobó que cumplían todo lo necesario para encarnar este programa. Cursaron su solicitud en la delegación de menores en Sevilla, y les asignaron una niña española de nueve años, que estaba en un centro de menores desde que tenía cuatro años de edad. Nunca había salido del centro. Llamémosle María, porque su identidad está protegida. Pronto cumplirá 18 años y su vida es infinitamente mejor.

Explíquelo.

Esa niña entró con cuatro años en un centro de protección de menores, junto con otros hermanos, por la negligencia en su cuidado por parte de sus padres. Cuando Chari y Pepe empezaron cinco años después a compartir su tiempo y su hogar en fines de semana y vacaciones, era una niña de fracaso escolar. Hoy en día, ha terminado primero de Bachillerato, y en Cuarto de ESO todas las notas fueron sobresalientes y notables. Y quiere hacer una carrera para ser dentista como sus padres de acogida. Y rompe el círculo vicioso. Forma parte de una familia donde ha habido casos de abandono infantil durante tres generaciones. Ella va a ser la primera que tendrá otro futuro.

¿Las familias biológicas de esos niños y niñas suelen colaborar o ponen trabas?

De todo hay. Muchos se niegan a que tengan familias colaboradoras. La primera labor de concienciación se hace desde los centros de protección de menores para convencer a las familias de lo positivo que es esta experiencia. Que no consiste en quitarles sus padres y madres. Se habla mucho de sumar. Es darles oportunidades de ocio, de educación, de ambientes, de desarrollo emocional. Es por el interés superior del menor, que prima sobre el de los adultos. Y también se trabaja mucho con los niños para explicarles en qué consiste, y que para nada es reemplazar a sus padres. Sin su voluntad, no se pone en marcha y no salen del centro. Por nuestra experiencia de varios años, ya hemos vivido casos de todo tipo. Desde madres que no aceptan nunca la acogida de la que se beneficia un hijo, a abuelas que han ido a conocer a la familia colaboradora para darle las gracias y decirle: “No voy a olvidar nunca lo que habéis hecho por mi nieto”.

¿Qué rutinas son las habituales en esa convivencia?

Lo común es que recojan al niño o niña el viernes a mediodía, o al salir de su colegio o acudiendo al centro de menores, y allí los llevan el domingo al atardecer. Un fin de semana sí y otro no. En verano, se ponen de acuerdo las familias colaboradoras y el centro de menores. Los pueden tener un mes, hay quienes los acogen 15 días de julio y después otros 15 de agosto, o 30 días seguidos. Depende de lo que hagan, si viajan o no, si les han apuntado o no a un campamento, etc. Sea cual sea la época del año, lo que más demandan esos niños o adolescentes es hacer vida de hogar. Tienen enorme necesidad de eso, lo prefieren a ir de excursión a un lugar maravilloso.

¿Cómo se supera la desconfianza inicial?

Son niños y niñas que se han creado un gran caparazón. Porque los educadores que conviven con ellos en centros de menores, o en casas junto a otros ocho o nueve niños, hacen una gran labor, pero no hay una continuidad de largo recorrido, porque cambian de destino, porque se van a otro trabajo, etc. Y a los chicos y chicas les hace daño encariñarse con alguno de ellos que les cae muy bien, porque con el tiempo se va y deja de estar en su vida. Una de las cosas que primero preguntan a las familias colaboradoras es si cobran por ello. Porque están acostumbrados a convivir con profesionales que les dan afecto, pero saben que están pagados porque es su trabajo. Cuando la familia colaboradora le explica que lo hacen de manera voluntaria y gratuita, les parece algo extraordinario.

¿Usted también ha acogido en su casa?

Sí, he tenido a un chico que salió del centro de menores cuando cumplió 18 años, lo conocí mucho tiempo antes, y me lo llevé a casa hasta que pudimos encauzar su itinerario formativo y social. Ahora está cursando un grado. Es un ejemplo similar al de Ramón, que fue acogido por una familia colaboradora cuando tenía 16 años de edad, sin ningún horizonte de futuro, y en esa relación descubrió tanto la importancia de los estudios que ha terminado un ciclo superior de integración social, el próximo curso comenzará Trabajo Social, y ha estado de erasmus en Italia. Todo esto es imposible para esos chicos y chicas si no tienen el apoyo de una estructura familiar. Y cuando son mayores de edad, se mantiene el vínculo de apoyo y acompañamiento desde la familia de acogida.

¿Cómo reestablecen la relación con sus familias biológicas? ¿Son capaces de liberarse de las causas que truncaron su infancia?

La mayoría de los chicos y chicas intentan volver a su familia biológica, haya pasado lo que haya pasado. Incluso maltratos tremendos. Tienen que comprobar que lo que les han contado era o no verdad. Porque muchas familias, cuando hacían uso del régimen de visitas en el centro de protección de menores, les dicen: “Te han retirado sin que nosotros queramos, porque éramos pobres...”. No les cuentan la verdad, ni los abusos, ni los maltratos, ni los abandonos. Y fantasean con lo que les dicen sus familias. Con 18 años, muchos comprueban la verdad. Por ejemplo, ver que su madre vende droga. Y tienen el reto de emanciparse y salir de ahí.

¿Qué suelen detectar para desestimar la solicitud de una familia para colaborar con acogimiento?

No basta con tener buen corazón. Es necesaria formación, y un compromiso muy grande. Porque son chicos y chicas que padecen muchas carencias, muchas inseguridades, los conflictos de lealtades. Hay personas que se ofrecen porque quieren llenar el vacío de no haber podido tener hijos. Pero eso no funciona cuando te relacionas con un menor de 12, 13 o 14 años. También se detecta en las entrevistas a personas que piensan que basta con poder darles un plato de comida y un techo.

¿Qué debe hacerse a nivel institucional y a nivel social para acelerar que la mayoría de los 2.400 niños y niñas en centros de menores tengan estas oportunidades?

En la Junta de Andalucía han tomado conciencia de que es mucho mejor para los niños y niñas que cuando sean retirados de sus familias, puedan entrar directamente con una familia colaboradora de acogida. Las investigaciones de los psicólogos acreditan que cuanto menos tiempo está institucionalizado un menor en centros o en pisos tutelados, más posibilidades tiene de salir adelante cuando llegue a la mayoría de edad. Necesitamos que toda la sociedad andaluza conozca esta realidad, y cómo puede ayudar a resolverla. Necesitamos muchas más familias colaboradoras. Y entonces no sucederá lo que le pasó a Ramón cuando, con 12 años, fue por primera vez a un colegio, y le decían: “¿Por que estás en un centro de menores? ¿A quién has matado?”. Y le costaba que le creyeran cuando respondía que él no había hecho nada. Hay que prevenir y evitar toda esa injusta estigmatización. Y un ruego encarecido a la administración autonómica: la tramitación de un expediente para autorizar que un menor vaya a una familia colaboradora no puede tardar más de un año. Los equipos están formados por un abogado, un trabajador social y un psicóloga. Por ejemplo, para Sevilla y provincia, son nueve equipos, y siempre les falta alguien. Y las familias que han dado el paso y son idóneas, ven que han pasado dos años y nadie les ha llamado, y se aburren y se borran de la lista.