El barrio que vive en el corazón de cada vecino

San Bernardo empieza y termina donde lo hacen los rezos de sus hermanos, al margen de donde residan.

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
28 mar 2018 / 19:27 h - Actualizado: 28 mar 2018 / 23:16 h.
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  • El barrio que vive en el corazón de cada vecino
  • <p>Arriba, Cristo de la Salud a la salida del templo del arrabal taurino bajo el Sol del Miércoles Santo. </p><p>Abajo, esfuerzo y sincronía de los costaleros para una levantá./ Fotos: Diego Arenas</p>

    Arriba, Cristo de la Salud a la salida del templo del arrabal taurino bajo el Sol del Miércoles Santo.

    Abajo, esfuerzo y sincronía de los costaleros para una levantá./ Fotos: Diego Arenas

El arrabal extramuros en el que el hijo del rey San Fernando instaló su campamento antes de entrar a la ciudad o en el que otro monarca, Carlos III, reconstruyó la Real Fábrica de Artillería. La vecindad que compartió tardes de gloria con Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez o José Rivas, El Moreno Chico. La misma que vio arder el templo, y sus imágenes de cabecera, en los disturbios de los años treinta. La que sobrevivió a varios éxodos poblacionales en las décadas de los cuarenta, sesenta e incluso finales de los ochenta. Ese barrio de valentía torera y fundiciones obreras se mantiene vivo en el corazón de quienes profesan su fe al Cristo de la Salud y su Madre del Refugio. Por encima de la distancia, de los años, e incluso de los achaques de la edad. Cada Miércoles Santo, el barrio y la hermandad, que son un todo sin costuras ni debate territorial, brinda al tendido de la tradición la mejor de las faenas cofrades. Indultando incluso a quienes han llegado hace poco y han levantado modernas construcciones en contraposición a aquellas casas de vecinos en la que todo se compartía. Es la grandeza y la categoría de San Bernardo.

Ana nació en una de esas antiguas viviendas. Como «bautizada, confirmada y casada» en la parroquia que se construye en el siglo XVI, esta vecina de 85 años es el vivo ejemplo de una devoción que resurge y se robustece ante las adversidades. Hace cuarenta años que tuvo que hacer las maletas pero nunca ha dejado el barrio. Sí, ella lo lleva siempre consigo. Ella y su marido, Pedro, que han sabido transmitir el amor al Cristo de la Salud a sus hijos y nietos en ese barrio inmortal que se levanta una y otra vez. «Él me da fuerzas cada día. He estado toda la semana que si venía o no. Al final estamos aquí como siempre», explica sentada en una silla de playa en el umbral del garaje que cuadra con la puerta de la iglesia. «Hemos venido toda la familia. Es un día muy grande. No todo el mundo es de San Bernardo», añade mientras que revela que este año le pedirá «un poquito más» porque está «algo pachucha».

A esa hora, en la casa de un amigo, en la calle Cofia, Manuel Ramírez, se enfunda la túnica después de una década sin hacerlo. Este año la mejor fotografía que hará será la que vean sus ojos a través del antifaz, «con cirio» en el último tramo de palio. En estos momentos no puede evitar acordarse de sus padres. También de un compañero de batalla, el periodista Fernando Carrasco. Con los ojos empapados por la emoción, accede al interior del templo. El reloj del barrio dice que es la hora y las puertas se abren para dar salida al mar de capirotes negros que se agita en marejadilla de nervios.

Los sones de Presentación al Pueblo de Dos Hermanas saludan al Cristo muerto de San Bernardo. «¡Qué cosa más grande, Dios mío!», expiran mientras lo ven perderse por la calle Gallinatos con la escolta del Regimiento de Artillería Antiaérea Número 74 de Dos Hermanas bajo el mando del cabo Ruiz. En la calle ancha le aguarda su gente, la de toda la vida, bajo un sol, ya abrasador.

Hay que esperar casi una hora para ver salir el palio. Este año más dorado y reluciente tras la restauración de los respiraderos. La banda de la Cruz Roja interpreta San Bernardo mientras que el barrio ruge con fuerza al desbordarse los sentimientos. Caen pétalos de rosas desde el edificio de enfrente. Un vecino arranca las flores de las macetas del balcón para prolongar esta ofrenda floral. Así es San Bernardo: lo da todo por su Virgen y su hermandad. Es la entrega sin reservas a una devoción que mantiene en pie un arrabal bendecido por la Salud y el Refugio de María.