El Buen Fin siempre merece la pena

Hay hermandades más populares que otras. La de San Antonio de Padua ofreció ayer potentes argumentos para acercarse cada Miércoles Santo por San Vicente

12 abr 2017 / 21:42 h - Actualizado: 12 abr 2017 / 23:54 h.
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  • Nuestra Señora de la Palma acompañada con gran prestancia instrumental por la Banda de las Nieves de Salteras. / Jesús Barrera
    Nuestra Señora de la Palma acompañada con gran prestancia instrumental por la Banda de las Nieves de Salteras. / Jesús Barrera
  • Los nazarenos del Buen Fin son muy característicos por vestir la tradicional túnica franciscana que solo utiliza esta cofradía. / Jesús Barrera
    Los nazarenos del Buen Fin son muy característicos por vestir la tradicional túnica franciscana que solo utiliza esta cofradía. / Jesús Barrera

Hay hermandades que siempre parecen correr el riesgo de pasar algo más desapercibidas; quizás ensombrecidas por otras más populosas o más señeras. De las corporaciones del Centro, la que tiene su sede en la Iglesia de San Antonio de Padua, El Buen Fin, es de esas con un sello que le es absolutamente propio y que, sin embargo, muchos sevillanos desconocen. O al menos no conocen como deberían y como merece.

Un año más, agazapados entre el bullicio de la calle San Vicente, admiramos cómo el Santísimo Cristo del Buen Fin no se necesita más que a él mismo para lucir y para estremecer en su paso. Muy dada a cambios y modificaciones –en su recorrido y en la propia ordenación del desfile procesional– la hermandad lleva tiempo acariciando la idea de reconvertir su Cristo Crucificado en un misterio que, seguramente, lo que ganaría en espectacularidad perdería en recogimiento. «El Buen Fin va ahí arriba y ya está; todo lo que lo adornen será para peor», expresaba una hermana de la corporación que rápidamente excusaba con razones médicas su no adhesión al cortejo. Pero sabemos que Sevilla es dada a cambiar de opiniones con desmedida pasión; por lo que nunca faltarán fieles cada Miércoles Santo ante la Iglesia de San Antonio de Padua.

Por Jesús del Gran Poder la cofradía pareció gustarse especialmente, tal y como demostró la Centuria Romana Macarena cuando acompañó durante una larga chicotá con Consolación y lágrimas; una marcha que se crece en cada nueva ejecución y que confiere un aire muy marcial, muy robusto al andar de un paso. Los pasajes de sol y sombra que conferían diferente luz al Cristo de Sebastián Rodríguez incrementaron la sensación de estar siendo testigos de un momento relevante; esos instantes que no siempre se perciben a pie de calle pero que, cuando se sienten, otorgan la constancia inmediata de estar en el momento adecuado en el sitio adecuado.

Es un error del cofrade amateur creer que todo lo mejor pasa siempre a la salida o a la entrada. Porque, ¿cómo no puede formar parte de lo mejor escuchar Virgen de los Ángeles, de Pedro Morales, mientras que Nuestra Señora de la Palma avanza a paso solemne, sin alharacas, buscando la Campana bajo un manto de sol?

Apenas una hora después de su puesta de largo algunos nazarenos, pertrechados con un nada primaveral hábito franciscano, ya empezaban a padecer serios apuros con unos cirios entre los que comenzaban las bajas; acrecentadas cuando la hermandad alcanzaba una Carrera Oficial en la que el calor se hacía sentir como nunca antes en lo que llevamos de Semana Santa.

Y, mientras, primero en San Vicente y luego en la salida a la Plaza del Duque las conversaciones pilladas al azar continuaban organizando el rumbo de la cofradía; misterio versus crucificado, pero también si no se debería prescindir de música tras el Cristo. Lo que le gusta a un sevillano enmendar una historia ajena sería cosa de estudio sociológico. Lo importante, otro Miércoles Santo junto al Buen Fin.