2-D

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03 dic 2017 / 09:58 h - Actualizado: 03 dic 2017 / 09:59 h.

El engolado discurso nacionalista siempre me ha parecido cursi, además de afectado como para ser creíble. Sin embargo, no oculto un cierto grado de admiración a quien lo practica. Porque está constatado que hablar siempre en primera persona del plural y no importarte que los demás te miren raro o que directamente te pongan bajo sospecha demuestra mucha seguridad en uno mismo. Hay quienes llegan incluso a convertirlo en puro arte. Porque hacer creer que detrás de tus palabras va implícita la voluntad unánime de millones de personas, exige de mucho ensayo previo, hasta el punto de que a veces suceda que actor y personaje se confundan. El pueblo, dicho con la lenta cadencia con que lo hacen los creyentes nacionalistas para emocionar al auditorio y a las propias palabras que le siguen, ha de percibir que quien lo invoca a gritos con cánticos y banderas es nada más y nada menos que su conciencia despierta, el pepito grillo de un nosotros siempre desvalido y abandonado a su suerte, necesitado de guía. El resto de palabras le caen lenta y vehementemente de la boca, las de amor de padre, las coléricas de la madre, las de fraternidad en comunión de historia, vida, cultura, cielo, campos y mar. Es uno el pueblo, no trino, y ya sean pocos o muchos los que comulguen con la causa, la nación debe responder siempre como sujeto único y singular. Porque los pueblos se distraen, o les cantan nanas para que se duerman, o andan con la barriga y los pies calientes. La conciencia se irrita y por eso lo vela, para despertarlo y prescribir el medicamento que ingerirán los demás.

Los nacionalistas no perciben que hay cosas que no se discuten por la sencilla razón de que ya son, de que existen y de que son como quieren ser. El consuelo es que esto también puede aprenderse. Ocurre el día que uno acepta que cada cual vota lo que le viene en gana, que el voto es libre y que las razones para votar una u otra cosa pueden ser tantas como ninguna. Ese día uno se perdona a sí mismo y hace las paces con todos los demás. El pueblo, perdónenme la herejía, existe sin necesidad de nacionalistas.

Un 4 de diciembre de 1977, hace justo 40 años, sin Twitter, ni Facebook y con un solo canal de televisión en manos de un gobierno a la contra, los ciudadanos andaluces inundaron las calles para pedir autonomía, libertad, trabajo, sanidad, educación e igualdad. Por una vez, necesaria, fueron un solo río, y con tanta fuerza que su cauce quedaría trazado para siempre en forma de Estatuto, de autodeterminación. Desde entonces no parece que hayamos tenido la necesidad de reivindicarnos como un solo sujeto político, sencillamente hemos vivido como mejor nos pareció. Lo diré claro: el 4-D es historia y hoy, 2 de diciembre de 2017, presente. La urgencia está en este, no en aquel.