Desvariando

Cuánto queremos a nuestros enfermos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
19 dic 2020 / 09:49 h - Actualizado: 19 dic 2020 / 09:50 h.
"Desvariando"
  • EFE/Javier Cebollada
    EFE/Javier Cebollada

Todo ha sido aprobarse la Ley de Eutanasia y darnos cuenta de cuánto queremos a nuestros mayores y enfermos terminales, que por cierto la mayoría están ocultos en residencias y hospitales. Capaces son ahora sus familiares de ir a por ellos no vaya a ser que haya un exterminio masivo ordenado por el Gobierno social-comunista para aligerar el equipaje de las pensiones y los hospitales. Soy tremendamente respetuoso con quienes están en contra de la eutanasia, porque tengo mis dudas y a veces no sé qué pensar sobre todo esto, sinceramente. También estoy a favor de la vida, cómo no. De hecho, sigo sin entender lo del aborto, o sea, que casi cien mil mujeres al año decidan abortar. Curioso, ¿no? Me refiero a que por un lado acabamos con la vida de criaturas que aún no han nacido, y por otro hay quienes están en contra de que una persona que sufre por causa de una enfermedad sin solución pueda tener la opción legal de interrumpir su vida con ayuda de su familia o de los médicos y acabar así con el sufrimiento.

Todo va muy deprisa. El Gobierno aprovecha la pandemia y el apoyo que tiene en el Congreso para aprobar leyes que ni siquiera se pueden analizar con tranquilidad porque hay tantas cosas cada día y estamos tan angustiados, que es imposible digerirlo todo. Es tremendo eso de que estar a favor de la eutanasia es ser un criminal, como leí ayer mismo en las redes sociales. Algunos están viendo ya camiones llenos de enfermos terminales camino de un crematorio en contra de su voluntad. Se trata solo de que alguien pueda decidir si quiere o no seguir viviendo en circunstancias muy concretas. Y les recuerdo que miles de enfermos sin solución mueren en nuestro país esperando a que sus familiares reciban ayuda del Estado. O que hay familias que se privan de cosas esenciales para poder cuidar bien a algún miembro dependiente. O que no hay plazas en residencias del Estado y que las privadas son solo para los que pueden pagarlas.

Les voy a contar una historia muy dura. Hace años conocí a una mujer de Nervión que cuidó de su marido en una cama durante veinte años. Recibió una descarga eléctrica en casa y se quedó en estado de coma y engarrotado, siempre de la misma postura. La mujer tenía ayuda externa, una persona de día y ella se ocupaba de noche. Me conmovía cómo le hablaba, las cosas que le decía, los chillidos de cariño que le daba y con el amor que le hacía todas las cosas: sacarle balsa con un extractor, limpiarlo cuando defecaba, lavarlo o acariciarlo cuando se agitaba. Él parecía que reaccionaba a las caricias y los chillidos de su esposa, la mujer de su vida y madre de sus hijos. Un día le hablé a la mujer de la eutanasia y casi me echa a la calle. Eso no se podía nombrar en su casa. Lo amaba de una manera como he visto pocas veces en mi vida. La admiraba por ello, pero reconozco que no la entendía. No era una cuestión de esperanza, sino de amor al hombre que se fue el día de la descarga eléctrica y que nunca encajó aquella marcha. Quizá también de inseguridad por si iba o no a poder vivir sin el hombre de su vida y padre de sus hijos, aunque fuera en aquellas circunstancias. Se podrían contar cientos de historias como esta, en un sentido o en otro. El tiempo hará que veamos todo como algo normal en una sociedad avanzada.