Detrás del Señor

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02 nov 2016 / 21:04 h - Actualizado: 02 nov 2016 / 23:04 h.
"Cofradías","El Gran Poder","El Gran Poder en el Jubileo de la Misericordia"

En el año 1965 el Señor del Gran Poder salía por última vez de la parroquia de San Lorenzo para recogerse, en las primeras horas del viernes 28 de mayo, en su nuevo templo, hoy basílica, que la fe de sus hermanos y la generosidad de sus devotos habían edificado para Él.

Sigue siendo aquella, ya lejana, la última vez que el Señor –fuera de las fechas habituales de la Semana Santa– se encontraría con su pueblo desde ese altar ambulante que es su paso, ya que como es más que sabido, dos oportunidades posteriores quedarían frustradas por mor de la adversa climatología: cuando en 1995 debería haber ido a la plaza de San Francisco a recibir la medalla de la ciudad, y, más recientemente, cuando hace tres años estaba prevista su salida, en unión de otras Imágenes Sagradas, para la celebración del Vía crucis extraordinario con motivo del Año de la Fe. En la tarde de este jueves 3 de noviembre, al que nuevamente la adversa climatología ha obligado a adelantar la fecha prevista del viernes cuatro, tendremos (D.m.) una nueva oportunidad. ¿Y una oportunidad para qué?, convendría preguntarse.

Confieso que en los últimos tiempos vengo esforzándome en realizar cierta pedagogía para explicar que lo importante respecto a esta salida extraordinaria del Señor, siéndolo, no es que el Señor vaya a procesionar nuevamente por las calles de Su ciudad, ni que discurra por esta o aquella iglesia, o por aquel convento, con independencia de lo emotivo o lo inédito que puedan llegar a ser los momentos que se vivan. Mucho menos si las calles se aforan o no, que música lo acompañará o que túnica vestirá para la ocasión. Lo importante será, sin duda, la causa y motivo de que estos traslados se vayan a producir, cual es Su presencia en estos días en la Santa Iglesia Catedral, para presidir el Jubileo de las Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis en este Año de la Misericordia a petición de nuestro Arzobispo.

Si algo tiene esta Bendita Imagen, si por algo es reconocida su basílica y si por algo son santos los muros que Lo abrazan en su camarín, es por ser lugares donde se derrama la misericordia y se administra el perdón. Señor del Gran Perdón, me atrevería a llamarlo. Incontables somos los sevillanos que ponemos en Sus fuertes y poderosas manos, manos que sabemos que pueden no sólo con Su cruz, sino también con las nuestras, nuestras alegrías y tristezas, nuestras miserias y preocupaciones, y sobre todo, nuestros deseos de perdón y reconciliación con Dios. ¡Qué no habrán escuchado esos muros y cuánto consuelo no se habrá derramado en esa Basílica!

Pues bien, por unos días, esa Misericordia, ese Perdón de Dios, podrá hacerse más patente que nunca desde el corazón de la Iglesia de Sevilla, su Iglesia Catedral. El Señor viene a Su casa, como con infinita amabilidad nos ha trasmitido el Cabildo Catedral, al cual no dejaré de agradecer la sensibilidad y el cariño demostrado con la Hermandad en todo momento. Robándole a Romero Murube el hermoso título que una vez utilizara, serán más que nunca los días de Dios en la ciudad, en los que estamos llamados a acudir a su lado en busca del consuelo que ese rostro de la Misericordia del Padre nos ofrecerá desde el altar del Jubileo de la Catedral.

Esta es la oportunidad que se nos brinda. Para esto sale el Señor. Para esto su hermandad, la que le da culto desde hace cuatro siglos, peregrinará con Él hacia la Puerta Santa de la Catedral. Para esto sus devotos formarán tras de su paso en costumbre heredada de generación en generación. Saldrá a nuestro encuentro, o nosotros al suyo, para decirnos que Él es el único Camino, y la Verdad y la Vida. Que contemplemos su rostro dulce a pesar del martirio, que escuchemos el perdón que brota de Sus labios, que sintamos la misericordia que derraman Sus ojos. Y sobre todo, saldrá para invitarnos a seguirlo, no solo en las calles, sino en nuestra vida. Para que cuando esta vida, como a menudo hace, nos ponga por delante una cruz, sepamos sin dudar que no hay que rechazarla, sino como Él hace, abrazarla, colocarla firme al hombro y seguir sus pasos. Siempre detrás de Él. Detrás del Señor.