La Tostá

El cante jondo en el campo

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
06 ago 2019 / 09:30 h - Actualizado: 06 ago 2019 / 09:41 h.
"Flamenco","La Tostá"
  • El cante jondo en el campo

Recuerdo que cuando vivía en Palomares del Río, en Cuatro Vientos –década de los sesenta–, sobre las diez o las once de cada noche pasaba por nuestra puerta un vecino del pueblo para guardar la viña familiar, que estaba cerca de Sartarén. Todo era pasar Cuatro Vientos y escuchábamos cómo empezaba a cantar unos fandanguillos de Huelva con una voz algo temblona, seguramente por el miedo, porque no había ni una farola en el trayecto y había noches que eran tan negras como la boca de un lobo, a pesar de ser verano. Le pregunté a mi abuelo que por qué cantaba Juan Manuel y me contestó que porque tenía miedo. A veces, el mozo llegaba a la viña y seguía cantando sus fandangos, que ya escuchaba desde la cama. Una niña se perdió/ camino de Santa Olalla. Es uno de mis primeros recuerdos del cante jondo, una voz en el campo venciendo al miedo en una perfecta afinación y con una potencia sorprendente. Cuando no había amplificadores del sonido, los cantaores tenían una técnica que consistía en lanzar lejos la voz sin descomponer la melodía ni el compás. Eso explica que algunos cantaran en las plazas de toros, en la etapa de la Ópera flamenca, aunque que solo tuvieran un hilo de voz. Porque existía esa técnica. Hoy les quitas el micrófono a un cantaor o a una cantaora y no se escuchan ni ellos mismos. Se han quedado sin voz. Juan Manuel no era cantaor profesional pero tenía una voz sana y limpia. Seguramente, un purista de hoy lo tildaría de gaché, es decir, de payo sin duende y sin jondura. Pero aquellos fandanguillos de Santa Olalla me parecían joyas de la música clásica y a lo mejor fueron determinantes para que me sintiera atraído por esta música tan andaluza. Como vivo en pleno campo me siento en el porche de casa y canto ese mismo fandango. Vivo cerca de donde Juan Manuel tenía su viña y casi podría asegurar que cuando elevo el tono me escuchan en Cuatro Vientos porque trato de recuperar aquella vieja técnica de los cantaores de antaño. No lo hago porque tenga miedo, como mi paisano, sino para espantar a los malos mengues. La soledad del campo es que ni pintada para esto, para alejar de la cabeza todo eso que nos meten cada día desde la televisión y los medios de comunicación en general, que parece que se ponen de acuerdo para amargarnos la existencia. Así que quitar la tele, salirse al porche cuando se van los mosquitos con todos sus muertos, acariciar a tus perros y cantar algún que otro fandango, es una estupenda terapia. Corres el riesgo, eso sí, de que tus vecinos piensen que estás más loco que una cabra, aunque tampoco es tan grave estar loco.

Dice cosas este loco
que no saben a cordura
pero a locura tampoco
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