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El carrito de capota

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Álvaro Romero @aromerobernal1
31 jul 2017 / 21:37 h - Actualizado: 31 jul 2017 / 22:21 h.
"Viéndolas venir"

Los escaparates se inundan de nuevas tecnologías que los mayores llaman chismes porque no van a necesitarlos en lo que les queda de vida. Pero constituyen un negocio que se une al ocio, que solo antes parecían antónimos. Hay momentos en que uno teme que la sociedad se robotice definitivamente. Pero la humanidad abre grietas sobre sí misma como esos jaramagos que asoman bajo el aluminio de los centros comerciales. Y nos deja instantes de pureza al menos en esta Andalucía profunda en la que todavía late de verdad la tierra. Aquí existe un solo fenómeno capaz de colapsar una acera, una calle, así venga el Papa de Roma: el carrito de un recién nacido.

La criatura puede estar dormida o despierta, da igual, allá al fondo, bajo tantos pliegues de cariño. Pero enseguida pululan a su alrededor cuatro, seis, diez personas admirándose de la ternura que no ven ya por ningún lado. Algunas chillan de emoción, otras sonríen y los demás comentan el milagro, el aire de familia por alguno de sus cuatro costados, lo que se parece a su padre o a su madre o a una prima; los hoyuelos de su abuelo; la forma idéntica que tiene de cerrar los labios de su tía; las piernecitas rollizas; la melena que tiene; y alguien descubre que se ríe o hace una pompita... Y es entonces cuando el mundo se congela y el sol puede salir por Antequera, por ejemplo. Si usted va con prisa y el revuelo se ha formado contra la pared, no se le ocurra pedir permiso, ni un por favor, ni un apártense, porque nadie lo va a escuchar. Es un momento mágico de rara conjunción planetaria, el instante en que la infinitud del cosmos toma conciencia de que todo tiene un origen y una garantía de continuidad, la fracción de segundo en que merece la pena abandonarse a la indolencia del universo, que puede seguir girando luego.

No me imagino la estampa en New York.