La Tostá

El coronavirus no quiere pinos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
09 jul 2020 / 08:05 h - Actualizado: 09 jul 2020 / 08:07 h.
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Cuando se supo lo del coronavirus pensé que, al vivir solo en el campo, en un pinar, estaría a salvo, pero alguien me dijo que los virus llegan a todas partes y que tenía que tener cuidado. Lo tengo, aunque los expertos me tienen loco. Soy de hacer lo contrario de lo que me dicen que tengo que hacer y cuando nos decían que no era obligatorio llevar mascarillas me hice algunas con unos dodotis que había por casa. El problema es que todo era ponerme una mascarilla y darme ganas de ir al váter. Entonces decidí que solo me las pondría para ir a Mercadona. Bueno, un día me puse el dodotis en la cara para ir al banco y sonaron todas las alarmas. Ni el cajero funcionaba.

Las últimas noticias son que el virus se puede contagiar por el aire y ahora no sé qué hacer, si andar con mascarilla por entre los pinos, con el oxígeno que hay en estos parajes de La Puebla del Río, en el entorno de Doñana, tan puro que te duele el pecho, o pasar de todo y si me trinca el bichito, que me vayan dando. Soy de los que creo que vamos a palmar todos por causa del virus porque la gente no se ha tomado esto en serio y ya estamos viendo los rebrotes, a pesar de que nos decían que en verano, por se debilitaría por el calor. Pues parece que no. En cuanto nos descuidamos, ahí está. No descarten que en dos semanas o tres estemos de nuevo confinados, lo que sería un verdadero desastre. Pero si el Gobierno entendiera que es necesario, pues nada, adelante con los faroles.

Hace unos días estuve en Mercadona de Coria del Río y presencié la discusión de un matrimonio de edad muy avanzada. El viejecito acabó tan irritado que se fue para un carrito y empezó a lamerlo, como queriendo acabar con todo, con su vida. ¡Cómo no lo pondría la parienta! Asustada, la pobre mujer se fue para el bote de gel alcohólico, se empapó las manos y comenzó a limpiarle la boca al marido. Creo que ni siquiera llegó a rozar la barra del carrito con la lengua, que solo hizo el amago, pero fue una situación delicada. Entonces pensé que no sería mala idea plantarle cara al virus. Buscarlo, en vez de huir de él. Si estuviera en los pinos de Arrayanes, donde cada mañana, al levantarme, lo primero que hago es salir fuera de la casa y cargar los pulmones de oxígeno puro, estaría ya enterrado.

Así que o no se contagia por el aire o es que no ha aprendido aún a venir aquí. O le dan miedo de los mosquitos, que todo puede ser. Aquí hay insectos voladores que parecen gallos de pelea. El otro día vi uno de cerca y tenía toda la cara de Fernando Simón.