El fenómeno Miguel Poveda

Todo fue dar el zapatazo en La Unión y algunos de los más influyentes escritores empezaron a llamarlo el ‘Camarón blanco’. Aunque alguna vez se haya dicho, no es de ascendencia andaluza, sino murciana y manchega

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
09 dic 2016 / 23:37 h - Actualizado: 09 dic 2016 / 23:37 h.
"Desvariando","Miguel Poveda"

Miguel Ángel Poveda León es un catalán de Barcelona –aunque criado en Badalona–, cantaor que a raíz de conquistar varios premios en el Festival Nacional del Cante de las Minas, en 1993, se convirtió de la noche a la mañana en una figura del cante flamenco. Escuchando cómo cantó en aquel certamen aún no sé cómo le dieron tantos premios, incluida la preciada Lámpara Minera. No era entonces ni mucho menos un buen cantaor, pero es verdad que tenía solo 20 años y que a esa edad es difícil serlo, salvo que seas un genio, que no es el caso. Ni lo era cuando ganó aquellos premios ni lo es en la actualidad, aunque sea la figura del cante más popular y mediática, que eso no se le puede negar, y quizás el único capaz de llevar a miles de personas a un auditorio bajo la etiqueta de flamenco.

Todo fue dar el zapatazo en La Unión y algunos de los más influyentes escritores empezaron a llamarlo el Camarón blanco. Aunque alguna vez se haya dicho, no es de ascendencia andaluza, sino murciana y manchega, y tampoco es verdad que el hecho de no tener raíces andaluzas fuera un problema para sus aspiraciones artísticas, porque no lo fue para Sabicas o Carmen Amaya, dos genios de la guitarra y el baile. Tampoco para el gran guitarrista madrileño Ramón Montoya o el cantaor castellonense Juan Varea. Y por supuesto, lo de no ser gitano nunca ha sido un problema para este cantaor, como también se ha dicho, puesto que muchos de los mejores cantaores de la historia no lo fueron.

Miguel Poveda no nació aquel mes de agosto de 1993 en La Unión, puesto que ya cantaba en tablaos barceloneses, sobre todo para bailar. Entonces, siendo muy joven, su referencia era la gran cantaora catalana Mayte Martín, como quedó claro cuando cantó en el concurso levantino. Era clavado a ella, porque una de las grandes cualidades de Poveda es la de imitar, es un gran copista. Decirle a un cantaor que es un buen copista es arriesgarse a que te llame y te riña, como si esto fuera un insulto, cuando no lo es. En la música clásica, un buen copista es el que se ciñe a la partitura y sabe interpretarla a la perfección, y solían ser valorados en otros tiempos. En el cante, según Fernando el de Triana, Tomás Pavón era un buen copista, y estamos refiriéndonos a uno de los grandes genios.

A pesar de la fama que cogió en poco tiempo y de lo arropado que estuvo durante años en su tierra, en 2003, sintiéndose poco querido e incomprendido, Poveda decidió venirse a vivir a Sevilla, una de las cunas más importantes del cante. Recuerdo que me llamó por teléfono para pedirme que escribiera sobre él o que le hiciera una entrevista en este diario, porque apenas trabajaba y, además, quería cambiar de aires. Quedamos en el Quitapesares, el bar del entrañable Pepe Peregil, y allí me contó muy por encima sus pretensiones y el motivo de hacerse sevillano de adopción. Aquella decisión fue determinante en su carrera, puesto que llegó y besó el santo: Sevilla lo acogió muy bien, como en otros tiempos atendió a Manuel Torres o a Chacón, sin que pretenda hacer comparaciones.

Ves la cantidad de galardones que posee, desde 1993 hasta la fecha, y te preguntas, sinceramente, que por qué. En 2007 recibió el Premio Nacional de Música, que se le ha venido negado a grandes cantaores. Tiene la Medalla de Andalucía y en 2010 fue nombrado Hijo Adoptivo de la Provincia de Sevilla, por citar solo algunos de los reconocimientos. Son premios merecidos, está claro, porque si hay algo que no se le puede negar a este cantaor es que es un gran trabajador y muy emprendedor. Le gustan la fama y el dinero y sabe que no todo se puede dejar al azar o al capricho de que te quieran o no los duendes una noche. Luego está lo de caer bien o no a la gente y él cae muy bien a un público variopinto, sobre todo a las mujeres, que se lo comen. La última vez que estuve en uno de sus conciertos, en Sevilla, pude comprobar hasta qué punto lo adoran, cómo lo jalean cuando se da una pataíta por bulerías –no es Dieguito el de la Margara, pero tiene ángel–, las cosas que le piden y los piropos que le lanzan.

Ciñéndonos solo al cante, despojándolo del marketing, Miguel Poveda es un cantaor solo resultón, sin una buena obra discográfica –de cante jondo, se entiende–, sin estilo propio, escaso de conocimientos y de profundidad. Cantar no canta mal, pero no ha enganchado a los entendidos, que aunque están un poco devaluados, son los que lo podían haber llevado en volandas al podio de los más grandes. Poveda no va a quedar como el cantaor de este tiempo, luego no será un cantaor de época, como en su tiempo lo fueron Chacón, Marchena, la Niña de los Peines, Caracol, Mairena, Fosforito, Lebrijano, Morente, Menese o Camarón. De hecho, y a pesar de su fuerza y fama, los jóvenes no cantan por él, no lo imitan ni lo tienen como referencia de cante, porque no posee estilo propio y tampoco le ha aportado nada relevante a los palos fundamentales.

Sin la menor duda, cuando sus seguidores lean el artículo se preguntarán que a qué viene ahora decir todas estas cosas sobre Miguel Poveda. Sencillamente, porque el debate está siempre ahí, al ser quien es y representar lo que representa en el mundo del flamenco y la copla. Miguel es el artista con más fuerza desde hace tiempo, mueve lo que ningún otro cantaor puede mover y es lógico que haya quienes quieran que se opine sobre los motivos de su fama. Dentro de unos días va a actuar en Fibes, en Sevilla, y eso siempre es noticia.

Alguien me preguntó hace unos días que si eso era bueno para el flamenco, como muy preocupado. Malo no es, desde luego. Ojalá fuera capaz de vender cien mil entradas. Lo que ocurre es que Poveda ha traspasado la barrera del clásico cantaor, convirtiéndose en estrella de la música y en uno de los grandes artistas de nuestro país. Porque, eso sí, es un artistazo.