El melifluosillo

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13 jun 2015 / 18:23 h - Actualizado: 13 jun 2015 / 18:26 h.
"La segunda vez","Elecciones Autonómicas 22-M","Manuel Chaves González","Susana Díaz","Albert Rivera","Juan Marín"

La RAE define melifluo, palabra proveniente del latín melliflŭus, que destila miel, con dos acepciones. La primera: que tiene miel o es parecido a ella en sus propiedades. La segunda: dulce, suave, delicado y tierno en el trato o en la manera de hablar; utilizado comúnmente en sentido peyorativo. En el amor, se afirma de una persona que es meliflua, cuando sus sentimientos son cambiantes en atención a alguna circunstancia o interés del día a día. Los melifluos, como los veletas, son carne de divorcio y, tan pronto pueden encontrarse declarando con pasión la imposibilidad de entender la vida sin el sufrido ser amado, como desearle el peor de los destinos. Son desleales. Un auténtico peligro para los corazones sensibles.

Don Felipe González ha viajado por Venezuela con billete de ida y vuelta presurosa. El expresidente no ha sido melifluo, ni veleta, por el contrario, ha sido franco, duro en su condena a lo que el régimen bolivariano llama «democracia» y el común de los mortales «dictadura con atentados continuados a los derechos humanos»; es decir, marchó con las ideas claras y, a pesar de las circunstancias adversas que ha sufrido durante su periplo, continúa con ellas intactas. También ha mostrado su disposición y solidaridad hacia los opositores encarcelados por el único delito de pensar diferente al repulsivo régimen establecido por Hugo Chávez, hoy continuado por un tal Maduro. Quien, por cierto, desde entonces, no ha parado ni un solo segundo, no ya de destilar, sino de derretirse en miel parlamentada hacia mi comandante. Un espectáculo harto empalagoso y muy desagradable de presenciar.

La segunda del señor González en España, doña Susana Díaz, sí ha sido delicada y tierna con los señores Griñán y el padre de Paula Chaves, con los ERE, con las minas de Aznalcóllar... En definitiva, meliflua con la corrupción en general de su partido en la Junta. Pero, sin lugar a dudas, el melifluo con mayúsculas, la medalla de oro con diploma de excelencia en dicha actitud derretida, vaga e indeterminada ha sido la del licuado merodeador de la política, a la sazón incomprensible líder de Ciudadanos en Andalucía, hasta que el don Albert Rivera lo remedie, Juan Marín. Dulce, suave, blandito al fin y al cabo, ha cerrado, preso de un irreprimible frenesí, un pacto de precaria consistencia.

El melifluosillo elevado al cubo y la meliflua están condenados a un matrimonio infeliz o a divorciarse. La boda no se sostiene. Sobre todo por la parte de Ciudadanos. Me consta el disgusto de la familia del novio en general y de la parte andaluza en particular. Se acaban de declarar amor eterno, con noche de bodas copiosa para el ansioso adoquinillo, a quien no le importan los cuernos de la desposada con el padre de Paula Chaves, ni con los que han promovido el desaguisado de Aznalcóllar, ni siquiera con los alcaldables del PSOE relacionados con los ERE. En breve, llegará el padre del melosillo, el señor Rivera, gritando: ¡coño Juan, deja ya a tu mujer que no vas a caber por la puerta...!