La Tostá

El pervertido de la mascarilla

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
03 sep 2020 / 04:55 h - Actualizado: 03 sep 2020 / 04:55 h.
"La Tostá"
  • El pervertido de la mascarilla

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Hazme con los ojos señas,

que en algunas ocasiones

los ojos sirven de lengua.

Lo de la mascarilla por obligación tiene su punto. Me enferma llevarla y para contrarrestar de alguna manera el agobio que me produce el bozal, el trapo, procuro divertirme un poco. Hace meses que me gusta una empleada de un supermercado de Coria del Río a la que veo dos o tres veces en semana. Esta jodida timidez mía me impide preguntarle lo que les preguntaban los mozos a las mozas en mi pueblo: “¿Tranca dentro o tranca fuera?”. Más bien era a los padres de las mozas para saber si consentían o no la relación. Llegaban a la puerta de la casa de la mocita, que la había dejado abierta para la ocasión, cargando con una buena tranca o hinco y preguntaban en voz alta, en el tono de Vallejo: “¿Tranca dentro o tranca fuera?”. Si el suegro consentía el noviazgo, se quedaba con el palo. Si no daba su beneplácito, arrojaba la tranca a la calle. La pasada semana entré en el supermercado coriano y allí estaba ella, recién levantada, con la cara como una rosa, limpiando unas caballas. Me miró y aproveché para sacarle la lengua pensando que con la mascarilla no se iba a dar cuenta. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando vi que se le humedecieron los ojos y que se le aflojó el cuerpo. Diría que empezó a derretirse como un helado en el capó de un coche aparcado en El Carrascalejo, en Coria, a las cuatro de la tarde de un mes de agosto. No puede ser, me dije, con la mascarilla puesta. Entonces pensé que podía haber una ancestral conexión entre la lengua y los ojos, como dice la copla que encabeza el artículo. Sin mascarilla sería incapaz de sacarle la lengua a nadie, y menos a una mujer. La pescadera leyó en mis ojos el deseo, como si fuera un libro abierto. Con lo feliz que estaba dando rienda suelta a mis fantasías de conquistador tímido y ahora voy a tener que llevar, además de la mascarilla, unas gafas oscuras para seguir mandándole señales a la bella dama del supermercado. U olvidarme tanto de una cosa como de la otra e ir a pecho descubierto a por ella, sin tranca ni nada, valiente, como un hombre, y decirle que limpiemos juntos las caballas y los chocos en los pinos de la Puebla del Río durante el resto de nuestras vidas, donde el arroz comienza a buscar cazuelas y los mosquitos van haciendo las maletas para joder a otros terrícolas.

Pescadera del amor,

háblame con esos labios

que nos besan a los dos.