Los medios y los días

El placer de la soledad

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30 mar 2020 / 06:00 h - Actualizado: 30 mar 2020 / 06:00 h.
"Los medios y los días"
  • El placer de la soledad

Además de todas esas personas que en mi tierra sevillana se suben por las paredes o gritan porque se aburren o porque no pueden soportar a la familia, además de esas otras que ofrecen sus habilidades cantando desde los balcones o de las que juegan al bingo de balcón a balcón, de ventana en ventana, además de quienes utilizan alguna pillería inocente para salir un rato a la calle, debo recordar que hay otra Sevilla que está a gusto con su soledad, que, como cantaba George Moustaki, nunca está sola con su soledad.

La soledad sonora, como titulara una de sus obras Juan Ramón Jiménez, que la publicó hacia 1908. Juan Ramón le escribe a Rubén Darío y le dice: «La soledad del sabio sería el ideal perfecto. Llegaría uno a escribir sin gritos, a escuchar solamente el enorme rumor del gran silencio de oro del día. El hervidero de plata de la noche sin fin». También son de destacar estas palabras del poeta de Moguer: «Somos como testigos, como oyentes de nosotros mismos, y cuando más solos estamos, más intensamente nos comprendemos”.

En La soledad sonora, Juan Ramón anota: “No me tienta la gloria. Sólo una vida en paz, / rica de los tesoros del amor y la lira, / en una estancia dulce, solitaria, serena, / llena de libros bellos, con flores, encendida!”. Como se sabe, el nombre del libro procede de San Juan de la Cruz, de su Cántico espiritual: “la noche sosegada, / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora”.

No hay tiempo libre en la vida de un ser humano, nos vamos a ir muriendo sin saber todo lo que de maravilloso y edificante dijeron e hicieron nuestros congéneres. Descansar es cambiar de actividad y ahora toca estar solos, con nosotros mismos o con la familia o en los asilos desafiando a la muerte que es lo que están haciendo los ancianos en esos lugares que ahora llaman residencias para la tercera edad. Hasta que el cuerpo aguante. Todo lo más un pequeño alto en el camino, un descanso y adelante de nuevo que la vida es un proceso de aprendizaje para evitar morir estúpidos. Confucio dijo: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un sólo día en tu vida”.

Cuenta Italo Calvino que cuando estaban preparando la cicuta que Sócrates debía beberse para morir, según la condena de un tribunal ateniense, el filósofo se empeñó en aprender una pieza de flauta que no era sencilla. Sus allegados allí presentes le dijeron que para qué quería hacer eso puesto que dentro de poco estaría muerto, a lo que Sócrates respondió: “Para saberla antes de morir”. Es decir, vivir es aprender y el conocimiento es un fin en sí mismo.

El neurocientífico Antonio Damasio afirma que nunca se toma vacaciones, que siempre está trabajando con su mujer, Hannah, y que cuando se las han tomado “se nos hace cuesta arriba buscar en qué ocupar el tiempo libre”.

Estoy seguro de que hay en estos momentos de clausura obligada por el virus miles de personas creando, pensando, concentradas en sus casas, en sus estudios, en sus laboratorios, acaso haya familias alrededor de una mesa rezando o compartiendo la lectura de un libro, de una película, de una serie. Y piensan y se comunican e intentan comprender la vida. A todos esos “raros” van dedicadas estas líneas.