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La Tostá

Ellos nunca lo harían

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
25 jun 2020 / 07:45 h - Actualizado: 25 jun 2020 / 08:08 h.
"La Tostá"
  • Ellos nunca lo harían

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Lo siento por quienes piensan que es un despropósito tratar a un perro como si fuera una persona, en lo que se refiere a los cuidados y necesidades. Indudablemente que hay que tratarlo como lo que es, un animal, pero no por eso hay que maltratarlo. Ayer leía en este mismo diario que habían denunciado a una persona por dejar a su perro en el coche, con 40 grados, algo que pasa con demasiada frecuencia. Si ocurre con niños, ya me dirán. Este verano se ven más perros abandonados en el campo porque algunos se hicieron con uno para poder salir de casa en los meses de confinamiento, y una vez que ha pasado, el perro está de más. Decenas de miles de mascotas se abandonan a su suerte en verano para poder irse tranquilos a la playa de vacaciones. ¿No es para que venga un virus y no quede ni un alma? Somos lo peor que habita el planeta, aunque haya personas maravillosas que llevan a cabo una gran labor en favor de los necesitados, los enfermos, los dependientes. En general, el ser humano merece la pena, pero a veces vemos cosas, por ejemplo en las redes sociales, que nos dan ganas de buscar el botón que apaga el mundo. Tengo en estos momentos tres perros y cuatro gatos. Es verdad que vivo en el campo y que puedo permitirme ese lujo porque hacen su vida fuera de la casa y tienen un bosque para ellos solos. Pero en verano, cuando el mercurio marca más de cuarenta grados a la sombra, les abro la puerta, pongo el aire acondicionado del salón y están fresquitos mientras veo la televisión. Me miran con una ternura increíble, porque saben que nunca les voy a fallar. Que cuando hace calor, les proporciono fresco. Y cuando hace frío, calorcito. Tuve un grave accidente hace algo más de un año, del que me tuve que recuperar metido en una cama o sentado en una silla de ruedas durante varios meses. Alguien me planteó la posibilidad de dar a mis dos perras, Pastora y Rufina –todavía no tenía a Sira–, ante la imposibilidad de poder ocuparme de ellas, al vivir solo. Y no lo hice, prefería morirme antes de llevarlas a una perrera o dárselas a alguien que les pudiera hacer daño. Luché por ellas y siguen conmigo. Les parecerá increíble, pero han sabido agradecerme el gesto de una manera que me parte el corazón. Nadie me obligó a tener las mascotas que tengo y sopesé bien hacerme con ellas. Cuando traemos un animal a casa, un perro o un gato, tenemos que tener claro que son parte de la familia y que necesitan un veterinario cuando enferman y dos o tres comidas al día. Además de caricias, mimos y el compromiso de que salgan diariamente al campo para que hagan ejercicio y disfruten de la libertad. Cuando vivía en Mairena del Alcor veía cada tarde y cada mañana un perro atado a una cadena, guardando una parcela en la que no vivía nadie. El dueño iba una vez al día a darle de comer, generalmente sobras de la comida de casa. Jamás lo vi acariciar al perro, hablarle o mirarlo con ternura a los ojos. Sin embargo, el pobre animal se hacía polvo cuando lo veía llegar a la parcela en su coche, moviendo el rabo, con las orejas tiradas hacia atrás y dando unos gemidos de cariño que me conmovían. Ellos, los perros, nunca harían algo así. Jamás nos abandonarían. Y como está el mundo, es un consuelo.