España, su bandera y su himno

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24 ene 2020 / 07:15 h - Actualizado: 24 ene 2020 / 08:46 h.
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La bandera de un país cualquiera debería ser un símbolo que representara a todos los ciudadanos de ese trocito de universo (minúsculo e insignificante comparado con el probable infinito, todo hay que decirlo); un símbolo que representase los valores, las tradiciones, el carácter de ese país, su futuro; un símbolo capaz de reunir, a su alrededor, a todos y cada uno de los individuos nacidos, criados y muertos, en ese territorio. Algo así. Por ello, no resulta extraño que un muchacho británico o estadounidense tome el sol luciendo un bañador decorado con la bandera de su país. Los franceses, los italianos, los belgas o los argentinos lo hacen del mismo modo. Sucede algo similar con el himno nacional de los distintos países. En cualquier evento de importancia, ciudadanos de todo el mundo escuchan con emoción y cantan con devoción la letra correspondiente de un himno que les hace sentir que sus raíces les sujetan al suelo. Esto ocurre en todos los rincones del mundo. Excepto en España y cuatro lugares.

Es algo con lo que vivimos hace años (muchos, muchísimos) y que, finalmente, no parece importar demasiado. La costumbre hace que cualquier cosa se reduzca y se pueda arrinconar como si no existiera. Pero no, el caso es que este problema existe. Que nadie quiera enfrentarse a él (me refiero a nuestra clase política) no lo convierte en algo irreal. No, no, no. En España la bandera representa a unos pocos (al menos eso creen muchos); en España el himno no tiene letra porque nadie es capaz de pensar en algo común; en España tenemos un problema con este asunto gravísimo. Porque esto es el reflejo de la falta de identidad, de una fractura enorme que arrastramos desde hace años; de la debilidad de una unidad impuesta que algunos se niegan a asumir. Un asunto gravísimo que ha llevado a muchos países a tener conflictos más que serios.

¿Qué ocurre con la bandera de España en España? Algún famoso ha dicho que es fea (creo que fue Miguel Bosé). Si ese fuera el problema no habría razón para preocuparse. Se le pone un lazo a gusto de todos y arreglado. Tratar de reducir el problema de este modo es una estupidez. Por tanto, descartaré la cuestión estética. Son muchos los que dicen que no se ven representados en ella. Aquí ya topamos con problemas mucho más profundos. Por un lado, la España quebrada, partida en dos; en la que unos quedaron del lado de los vencedores y otros de los vencidos; en la que todos tienen razones de peso para acusar al de enfrente de ser un asesino, de provocar una guerra. No hay que olvidar que todos esgrimen sus razones y las esgrimen con toda la fuerza que pueden. La bandera actual nos lleva hasta la dictadura (modificar el escudo para aliviar el problema fue un intento fallido puesto que no se consiguió el efecto buscado); hasta el recuerdo de una guerra terrible y sus consecuencias desoladoras. Pero, también, hay muchos que esto lo interpretan justo al revés. Es la bandera republicana la que representa la matanza de sacerdotes y de inocentes. Esto es lo que hay. Dos Españas. Una fractura que parece irreparable. Por si era poco, unos se apoderan de la bandera y hacen que otros se llenen de razón. Lucir una pulsera con los colores rojo y amarillo es señal de ser un facha. No patriota o español o, simplemente, un individuo de ideología colocada en la derecha política. No. Facha. Es este un término despectivo a más no poder. Pero no lucir eso mismo te convierte en un rojo. Esto significa que, por extrañas razones, la bandera se utiliza para algo más torticero que otra cosa. En España tenemos fachas y rojos. Como suena. Algo inaudito y asombroso. Unos llegan al poder y plantan una bandera enorme en la plaza de Colón (cosa, por otra parte, maravillosa). Pero lo hacen para marcar diferencias con los de enfrente, con los de la otra España (cosa lamentable e irritante). ¿Qué conseguimos con esto? Ahondar en la herida. Cosas de nuestra clase política. Una muestra -otra- de lo poco preparados que están para gobernar un país. Pero la cosa no queda ahí. Muchos españoles dicen que su bandera es otra porque no se sienten españoles. Catalanes y vascos sobre todo. Los que lucen la bandera española ya no son fachas. Son españoles (termino despectivo en algún territorio de nuestro país). Es decir, nuestra bandera, al final, o no es de nadie o es de unos que la han secuestrado sin pudor.

Ya sé que este análisis no es profundo en exceso. Que nadie lo tome como un estudio serio que quiere sentar cátedra. Tan sólo es una reflexión que toma la experiencia personal como base y queda por escrito. Pero les aseguro que algo de esto hay. Por supuesto, el que escribe cree que salir a la calle con una bandera en el reloj es una cosa normal y muy saludable. Pero con cualquier bandera; con la que sientas como propia.

Con el himno pasa algo similar. Y con la letra más de lo mismo. Pero como esto es España, el humor se deja caer por aquí y convertimos un problema de identidad nacional en una juerga en la que gritamos lolorololorolorololo cuando suena nuestro himno. Y aquí todos amigos. Mientras no nos liemos a guantazos no pasa nada. En algunos lugares, se pita y se grita para que no se pueda escuchar, como signo de rechazo. Pero se les pasa enseguida. El fútbol acaba con nacionalismos o con lo que sea.

El problema es que algún día eso no funcionará. Porque la cosa es seria. ¿Recuerdan ustedes la que se lío en la antigua Yugoslavia? Pues no lo pierdan de vista. Mientras utilicemos un símbolo como la bandera para hacer política, para ganar votos (esto es peor aún) o para generar odios y rencillas entre nosotros, estaremos en peligro. Hay cosas que no se pueden tocar. La persona vive su religión, su ideología, su filosofía, sus amores y sus fobias, en la intimidad. Y en España no queremos asumir algo tan sencillo. Por ejemplo, que los catalanes amenacen con una independencia inmediata no todos lo tienen que entender. Que se quemen banderas de España en las plazas de no sé dónde, tampoco. Del mismo modo que no se puede obligar a un pueblo entero a tragar con ruedas de molino.

Un país (el más grande del planeta Tierra) representa lo que un grano de arena a una playa inmensa si lo comparamos con el universo. Muy, muy, poco. Aunque algunos quieran disfrazar de grandiosidad sus fronteras. ¿Merece la pena derramar una gota de sangre por ello; merece la pena plantearse algo así ante nuestra finitud? Cada uno sabrá qué contestar llegado el caso.

De momento, no estaría mal que llegásemos a un acuerdo entre todos que nos permitiera vivir en paz. Y dejarnos de creer que somos importantísimos cuando somos lo que somos. Muy poca cosa. Casi nada, diría yo.