Viéndolas venir

Eva en el Vaticano

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
02 oct 2019 / 08:05 h - Actualizado: 02 oct 2019 / 08:09 h.
"Viéndolas venir"
  • El papa Francisco. / EFE
    El papa Francisco. / EFE

Dudo que alguna vez tuviera sentido lo del celibato en la Iglesia, porque las grandes corruptelas que engrosan su historia, que es también parte de la historia humana, poco tienen que ver con que los sacerdotes se casaran o no. Pero desde luego ahora, en pleno siglo XXI, 88 años después de que la mujer votara en nuestro país, con una crisis galopante de vocaciones y seminarios hambrientos, insistir en que los curas no puedan casarse -al contrario de lo que permiten muchas otras ramas del cristianismo- es condenar al clero a contar con lo que hay, con lo que viene y con lo que ya presuponemos que vendrá a la vista del patio. Insistir igualmente en que la mujer no está llamada al sacerdocio, sino a la vida contemplativa, pasiva, apartada, marginada, lateral, secundaria, en definitiva, es querer cegarse a la nueva realidad social que, por otro lado, no choca para nada con un Jesús rodeado permanentemente de mujeres, asistido, mantenido y hasta asesorado por ellas.

Lo digo porque al papa Francisco le han declarado la guerra unos cuantos cardenales, obispos y teólogos que siempre tuvo enfrente solo por permitir unos cuantos sanos debates, entre los que se encuentran el del celibato y el de la participación más activa de la mujer en la jerarquía eclesial. Lo más bonito que lo han llamado, públicamente, ha sido hereje. Lo demás lo dicen en privado. De modo que solo Dios lo sabe.

Todo porque el papa actual, en su planteamiento afortunadamente heterodoxo de la salvación, está dispuesto a dialogar con quienes piensan, desde puntos tan distantes de Roma como la Amazonía -esa que arde a espaldas de este mundo y del otro-, que los sacerdotes podrían casarse sin problemas y que las mujeres podrían ser ministras de Dios de pleno derecho. El Vaticano, en este sentido, convencido de que ya tiene de su parte a la Virgen María, ha querido hacer un guiño también a Eva, pero en cuanto le han descubierto el gesto esos fariseos que hablan con Dios a solas, para agradecerles lo buenos que son, han dispuesto que algo hay que hacer, y pronto. No darán tregua, pero se van a encontrar enfrente a esa inmensa mayoría del mundo a la que le gustaría que la Iglesia se pareciese en algo más a la doctrina de Jesús de Nazaret, esa inmensa mayoría que lamenta, sin mover un músculo de su propio corazón, que en menos de lo que imaginamos las iglesias sean solo templos, obras de arte inmensamente vacías sobre las que contar el cuento de su historia.