Viéndolas venir

Hay que canonizar a las madres

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Álvaro Romero @aromerobernal1
13 oct 2022 / 17:29 h - Actualizado: 13 oct 2022 / 17:31 h.
"Viéndolas venir"
  • Foto: EFE
    Foto: EFE

El Cristo que más cerca sentimos es el que palpita con agobiado aliento humano: el que llora desconsolado ante la viuda a la que se le ha muerto su único hijo, el que reprime el llanto cuando llega tarde al entierro de su amigo Lázaro, el que mira compungido a la muchedumbre y se saca de la manga de su túnica aquel milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Esta obra magnánima, por la que hasta sobraron doce canastas de pan, tiene su alargado haz de luz en tantas familias como en esta España de la crisis perpetua siguen sobreviviendo a pesar de que la suma de sus gastos indispensables es mayor que la de sus ingresos. Las madres lo han llamado siempre 'encaje de bolillos'. Y nadie las ha canonizado aún. Nunca es tarde.

Lo digo hoy, un día cualquiera como hay muchos, que luego solo se nos llena la boca en ese primer domingo de mayo porque lo digan los grandes almacenes. A las madres, como colectivo, hay que empezar por beatificarlas más allá de la santidad de la Virgen porque fuera la madre de Dios. Incluso el mayor mérito de María, mundanamente, que es como podemos entendernos, no fue siquiera parir a Dios, sino nadar y guardar la ropa para parirlo sin que el marido se inmutara, educarlo con el salario de un carpintero, para terminar luego viuda y sin paga, al pie de su propia Cruz. Para cruces, las que llevan tantas madres veinte siglos después sobre sus propios hombros. No hay colectivo mayor ni más fundamental que haya hecho tanto por el mundo. Todavía hoy, al margen del supuesto estado del bienestar en el que vivimos, ¿cuántas madres anónimas construyen diariamente el milagro de la dignidad de sus hijos por encima de la lógica matemática de sus propias posibilidades? Pueblo a pueblo, ciudad a ciudad. En cada municipio habría que construir un monumento a la santidad de quienes nos dan la vida. A lo mejor así hasta frenábamos ese impulso animal de asesinarlas de quienes se olvidan de que fueron paridos por una mujer que hizo tantos encajes de bolillos.