Los medios y los días

Jesús de Nazaret, decapitado

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07 jun 2020 / 05:00 h - Actualizado: 07 jun 2020 / 05:00 h.
"Los medios y los días"
  • Jesús de Nazaret, decapitado

La vista de la imagen decapitada y con las manos cortadas del Corazón de Jesús en La Roda (Sevilla) es impresionante, tétrica, deprimente, desoladora. Nos lleva a países donde dominan otras religiones en los que se han consumado actos parecidos con representaciones religiosas católicas. No deben preocuparse los habitantes de La Roda, todos comprendemos que existen malnacidos en cualquier parte, si es que en este caso los verdugos fueran del pueblo.

Me he acordado además de los talibanes cuando, a gran escala, destruyeron en 2001 dos estatuas de Buda en Afganistán, con orígenes en el siglo V, porque les parecían impías e indignas de su forma no sé si de pensar o de no pensar. A pesar de mi condición de ateo, en estos casos me puede la crispación y me domina un apasionamiento que me impulsa irracionalmente a querer que a gente así se la apartarte para siempre de la circulación y dejarnos ya de blandenguerías. De inmediato entro en razón, aunque sí solicito un castigo fuerte porque no se trata sólo de un atentado contra el patrimonio y la cultura de un pueblo, va mucho más allá la gravedad del acto.

Yo, desde pequeño, he visto a mi madre cómo le besaba las manos al Gran Poder, cómo rezaba ante la efigie de San Cayetano y cómo se iba, en determinadas épocas del año, cada viernes, a orar ante Jesús Cautivo. Y lo hacía de verdad, podría o no estar equivocada, pero mi madre, humilde, trabajadora, inmigrante del pueblo a la ciudad, aquello lo hacía con el corazón y eso hay que respetarlo, carajo. Los seres humanos necesitamos factores que otorguen sentido a nuestras vidas y levanten ilusiones y más en estos tiempos en los que la pandemia va a dejar un efecto secundario seguro: nos vamos a sentir más vulnerables porque ya hemos visto que eso que siempre le pasaba a los otros no sólo nos puede ocurrir a nosotros sino que pueden venir acontecimientos peores.

Entonces, si ya en una existencia digamos normal buscamos cobijo en un lugar u otro, en una idea u otra, en una imagen o en otra, en estos días la presencia de esa figura se vuelve aún más necesaria. Y en unos momentos, bajo la oscuridad de la noche, el delincuente iconoclasta mutila una esperanza, un consuelo; se permite la licencia de, en minutos, destrozar una imagen que llevaba allí 70 años.

Además, suponiendo que sea un descerebrado ignorante quemaiglesias que se las dé de progresista, le ha cortado la cabeza y las manos a alguien cuya religión deja constancia de una persona que se rebeló contra el poder establecido con palabras y hechos, que vino a encender hogueras, no a apagarlas, eso del opio del pueblo no lo escribió Marx para rechazar la religión sino cierto tipo de religión que aleja a las gentes de lo real en lugar de despertarlas.

Hay sujetos que se han equivocado en todo cuando utilizan ciertas ideologías u otras religiones para convertirlas en la religión más extendida: la de la ignorancia del significado profundo de la religión para la mayoría de las personas, una cosa es discrepar y otra no respetar hasta esos extremos de fanatismo los sentimientos de los demás. En el fondo, el decapitador le ha dado la razón al decapitado, demostrando que, en efecto, enciende hogueras, acaso para alumbrar las mentes, llenarlas de lucidez con el fin de que desde pequeños les enseñen a los seres humanos el valor de estas representaciones y su derecho a criticarlas civilizadamente, no a destruirlas en actos propios de esa ortodoxia tan peligrosa que siembra la ignorancia.