La vida del revés

La desgracia de poder vacunarse

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06 abr 2021 / 08:11 h - Actualizado: 06 abr 2021 / 08:20 h.
"Opinión","La vida del revés","Vacunas","Pandemia","Coronavirus"
  • Fotografía: EFE
    Fotografía: EFE

Comienza a ser insoportable el frenesí criticón, frentista y estúpido, que estamos desarrollando los españoles. Hace algún tiempo que ya nada nos va bien, nada se acomoda a lo que somos o a lo que queremos ser (¿lo sabemos?); hace algún tiempo que todo es molesto, insuficiente y chapucero (¿somos capaces de hacer las cosas mejor o rajamos sin parar y sin conocimiento alguno?).

Hace poco más de un año, comenzó una pesadilla para todos los seres humanos sin distinción de sexo, condición social o cualquier otra cosa. Un coronavirus puso el mundo del revés de un día para otro, sin intención de hacer prisioneros. Los hospitales se vieron desbordados por completo, la gente moría sin remedio y sin que nada se pudiera hacer por nadie. Y viviendo ese panorama no hubiéramos creído a alguien que dijera que una vacuna estaría lista a principios de 2021. Por supuesto, si alguien hubiera hablado de tres, cuatro o cinco vacunas, nos hubiera dado la risa tonta. Si tuviéramos una memoria algo más robusta (¡qué frágil es la que tenemos!) seríamos capaces de recordar que hace un año hubiéramos dado buena parte de lo que teníamos a cambio de vivir lo que está pasando en la actualidad. Sin embargo, ahora, no estamos contentos, nos parece que la campaña de vacunación es una mierda sin tener en cuenta la velocidad meteórica con la que se ha trabajado para conseguir una vacuna y para fabricarla y para distribuirla..., y son muchos los que se quejan por tener que esperar una hora para ser vacunados. ¡Una hora a cambio de sobrevivir a la peor pandemia de los últimos cien años! ¡Qué desgracia tener disponibles las vacunas que tanto deseamos hace unos meses! Y los políticos siguen haciendo campaña a costa de las vacunas. Y los negacionistas siguen diciendo idioteces.

He dejado de entender lo que pasa a mi alrededor.

El domingo pasado me encontré con un matrimonio conocido. Él médico. Ella enfermera. Se mostraron muy críticos con la gestión del Gobierno central durante los primeros momentos de la pandemia y especialmente contentos con la de Isabel Natividad Díaz Ayuso. Están en su derecho. Hablamos, por ejemplo, de esos primeros momentos en los que salíamos a la calle para comprar sin mascarillas y sin protección alguna. Y él, con fina ironía, se refería a aquello que dijo Fernando Simón sobre las mascarillas y su utilidad (que no estaba claro que sirvieran para algo, vaya). Es verdad que aquellos primeros días fueron un desastre absoluto, pero mi buen amigo el irónico olvidaba un pequeño detalle: en ese desastre hay que incluir todo lo que pasó. Por ejemplo, el trabajo de médicos, enfermeras y auxiliares. A pesar de jugarse la vida para salvar las de otros, a pesar de hacer un trabajo que jamás agradeceremos del todo, se vieron desbordados y los medios y conocimientos de los que dispusieron fueron muy escasos. Eso se traduce en errores que en los hopitales se traducen de una forma muy concreta y nadie les pone en duda su honestidad en el trabajo. Ya sé que esto que digo es poco popular, pero no puedo dejar de referirme a ello por una cuestión de coherencia conmigo mismo.

En España, al comenzar la pandemia, metió la pata hasta el apuntador. Sin embargo, seguimos instalados en las trincheras sin sentido alguno.

Está muy bien que las ideas sean diversas y que los criterios se construyan desde la diferencia de pensamiento, pero no es saludable batallar por todo y en cualquier momento.

Es formidable lo que los científicos han conseguido en un año. Formidable. Es una maravilla que tengamos cerca a miles de sanitarios que trabajan con rigor y enorme compromiso. Es fantástico tener una vacuna lista. Y es una enorme felicidad tener que esperar una hora para poder salvar la vida. El resto es teatro del absurdo.