La Tostá

La guasa de los bancos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
29 nov 2021 / 06:39 h - Actualizado: 29 nov 2021 / 06:43 h.
"La Tostá"
  • Una sucursal bancaria. / EFE
    Una sucursal bancaria. / EFE

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En Coria del Río había dos sucursales del banco donde tengo, sobre todo, las deudas, y ahora hay solo una que está en una calle céntrica donde no podría aparcar ni Pedro Picapiedra con su troncomóvil. Si tienes que hacer una gestión en caja te tienes que ir casi al amanecer para ponerte en cola y hacer la gestión antes de las once de la mañana, porque a partir de esa hora ya no te atienden en ventanilla. No puedes esperar dentro, para evitar el frío o el calor, sino en la calle y no hay ni una maldita silla para sentarte. O sea, que si llega una persona mayor o impedida, se tiene que joder. A veces sale una señora o señorita y te dice que puedes hacerlo todo en el cajero menos destrozarlo y llevarte el dinero a casa. Soy muy torpe para estas cosas, que me han pillado ya algo mayor, y solo sé sacar dinero, cuando hay saldo. La empleada insiste y te dice que eso lo saben hacer ya hasta los más torpes. Lo de pagar recibos a través del dichoso cajero. Y claro, te sientes un inservible, alguien del medievo. Me ha ocurrido que al ir a hacer alguna operación me he encontrado a un señor con una mesa playera pagando recibos y se ha llevado cuarenta minutos ocupando el cajero, como si estuviera en un chiringuito de La Higuerita comiendo sardinas asadas. Como no dominas el cajero, entras a caja después de haberte llevado hora y media en la cola y un señor con cara de cernícalo viudo enjaulado te dice que si es para una transferencia a un banco distinto, de la competencia, le tienes que perder el cariño a 6 euros. O sea, que pierdes tres horas de tu valioso tiempo, acabas con las rodillas y la cintura partidas, con un cabreo de mil demonios y, encima, atracado a plena luz del día en el banco donde tienes tu dinero, los ahorros, la hipoteca, la luz, el agua y el recibo de los muertos. Una empresa que existe gracias a mí, que les dejo mi dinero para que lo muevan en su beneficio. Cada vez que voy a hacer alguna gestión en mi banco tengo que hacer veinte kilómetros y dedicar media mañana a la operación. Llego a casa maldiciendo a todos los banqueros, agotado y con cara de gilipollas. “Tu banco amigo”, dicen en la publicidad. Con amigos así, ¿para qué queremos enemigos? ¿Cuándo narices les vamos a quitar los cuentos a los bancos españoles? Y todavía podemos empeorar.