Viéndolas venir

La lección de Luna Fulgencio

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Álvaro Romero @aromerobernal1
11 sep 2020 / 15:26 h - Actualizado: 11 sep 2020 / 15:44 h.
"Viéndolas venir"
  • Luna Fulgencio, durante el programa de Pablo Motos.
    Luna Fulgencio, durante el programa de Pablo Motos.

Estos días en que los niños se han reencontrado en las puertas de los colegios, después de un duro confinamiento en el que nos dieron tantas lecciones a los adultos y después de un verano en el que se han adaptado como un guante incluso a las irresponsabilidades de sus mayores, muchos de ellos han llegado con la disciplina aprendida de la distancia social que luego no les puede garantizar el pupitre, pero otros, como olvidadizos niños que son, enseguida se han abrazado a sus amiguitos, en unas estampas enternecedoras que nos han recordado que solo el amor será capaz de hacerle frente al bicho.

En este desastre absoluto en el que se está convirtiendo nuestro país, mientras se le abren las costuras por los lugares más feos del traje prestado de una sociedad crecientemente infantilizada, nos consuela que al menos el mundo infantil sigue fiel a su sabia condición.

Una niña, con más sentido de niña que de actriz, puso en su sitio el otro día a ese presentador de la tele que ya se ha resbalado tanto por sus lagunas mentales sobre igualdad y valores. El comunicador, como se dice ahora, no sabía con quién se estaba comunicando y le preguntó a la niña que qué actor le gustaba más. Evidentemente, la chiquilla se tomó lo de actor en su sentido literal de trabajador y eligió a uno de género femenino: Blanca Suárez, dijo. Pero al presentador no le satisfizo la respuesta, con lo que él mismo se dejaba caer en un doble y despreciable error: porque quería una respuesta sexualizada y heterosexual. La niña lo abofeteó dialécticamente con la única respuesta que debía haberle dado desde el principio: “Que tengo 9 años, no tengo 26”.

La niña se llama Luna Fulgencio y ha venido, incluso desde el cine y la televisión, para recordarnos a todos que es despreciable ese asesinato de las infancias que estamos practicando sin ser conscientes de la gravedad, ese empeño por vestir a las niñas como provocadoras adultas, esa sinrazón de esperar de ellas la asunción de un modelo que, simultáneamente, criticamos luego en otros contextos, esa hipocresía de esperar de nuestros pequeños cosmovisiones y comportamientos sobre los que luego nos preguntamos, ingenuamente cínicos, de dónde surgen en un mundo que ya no nos gusta, en una sociedad de la apariencia capaz de subvertir los fondos en formas y las formas en productos de usar y tirar.