Las Guerrilla Girls toman Baltimore

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Pepa Violeta Pepavioleta
24 nov 2019 / 08:05 h - Actualizado: 24 nov 2019 / 08:05 h.
  • Las Guerrilla Girls toman Baltimore

Observar lo cotidiano, nuestro entorno, de una forma diferente, desde la belleza plasmada en forma de arte, es uno de los privilegios más hermosos del que puede hacer gala el ser humano. Sin los/as artistas, esos/as individuos/as que a veces parecen rozar la divinidad y adquieren forma de humanos, estaríamos condenados/as a morir de realidad.

Lo corpóreo y lo inmaterial propio de lo artístico, confluyen en un noble intento por llegar a las emociones más primitivas de una sociedad individualista y ausente. A veces el arte, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, nos recuerda quiénes fuimos. Nos sacude la conciencia a golpe de belleza y entra como elefante en una cacharrería, a lo más recóndito de nuestras emociones, siempre con la intención de quedarse. Ese poder de transformar la esencia de los individuos, debe ser bien entendido y bien repartido. No es casualidad, que también la lucha para que las mujeres estén presentes y visibles en el mundo del arte, esté incluido dentro de los temas a trabajar en la agenda feminista. No es justo que la mirada masculina ejerza en solitario este poder. Especialmente para el público, que siendo sujeto receptor del arte, tiene derecho a construir realidad, sin sesgos de género que lo condicione.

Pero también porque llevamos siglos perpetuando cultura vista e interpretada desde la masculinidad hegemónica. Y algo tan importante y presente en nuestro ADN no puede quedarse a medias. Ellas, tienen que tomar los espacios arrebatados, no sólo como creadoras sino como gestoras culturales y agentes en los órganos decisorios. Ni estrategias inclusivas, ni una sociedad cada vez más informada del lastre que supone seguir enganchados a las discriminación, han conseguido cerrar esta brecha.

Quizás por eso, a veces necesitamos medidas drásticas para conseguir resultados perdurables y las acciones positivas se hacen vitales para corregir un desequilibrio que ni el tiempo ni el avance social, acaban de mitigar.

El Baltimore Museum of Art, ha tomado buena nota y ha pasado a la acción, anunciando que en 2020 solo añadirá obras de mujeres a su colección permanente. En la última década, solo un 11% del arte adquirido por los museos de Estados Unidos para sus colecciones permanentes, han sido obras de mujeres y en Europa el panorama tampoco pinta diferente. Los comisariados siguen siendo territorio de hombres y cuando son ellas las encargadas de la gestión cultural, hasta el criterio del carpintero que pase por la instalación, tiene más valor que el de la propia comisaria.

Al Baltimore ya os informo, no le va a costar trabajo alguno llenar sus salas con obras realizadas por mujeres, porque no es ahí donde está el problema, como quiere justificar el patriarcado. Arte creado por mujeres a los largo de la historia hay para aburrir, lo crucial ahora es sacarlo de los almacenes e incentivar que las pinacotecas sean más diversas y equilibradas.

Esta decisión del museo, ya está sembrando controversia entre los aliados. Se sienten víctimas de un sistema de cuotas que los discrimina como hombres. Tachan de provocadoras estas medidas, que les impiden exponer o vender sus obras en este museo durante un año. Convendría recodarles, que desde el año 1914 que se fundó el Baltimore, han tenido años suficientes para rentabilizar su negocio.

Este tipo de medidas que ya se aplican en otros espacios y países del mundo funciona. Favorece el reequilibrio y amortigua el impacto de siglos de discriminación. Reduce desigualdades heredadas que ya vemos en cifras y porcentajes. Corrige sesgos psicológicos y nos acerca a ese momento deseable en el que podamos preguntar a nuestras criaturas por nombres de mujeres pintoras, esculturas, ilustradoras... y no sea silencio lo que escuchemos.

No sabemos si en este cambio de rumbo de la galería ha contribuido en cierto modo Michelle Obama, encargando su propio retrato a la artista Amy Sherald, autora también de una obra espectacular “Rockets”, ultima adquisición por parte del museo. Inevitablemente Baltimore me trae a la memoria a las Guerrilla Girls y todos esos movimiento contracultura de los años 80, que exigían cambios, para hacer del arte un espacio inclusivo, garante de la diversidad. Instrumento generador de conciencia. Cuando en 1985 el MOMA de Nueva York, montó una exposición (An Internacional Survey of Painting and Sculpture) con 169 artistas, de los cuáles solo 13 eran mujeres; un extraño grupo con máscaras de King Kong, tomó la entrada al museo para exigir respuestas a este acto discriminatorio.

Un sentimiento de frustración se apoderó de estas gerrilleras, al comprobar que a finales de siglo las diferencias entre los sexos persistían y las mujeres artistas continuaban sin tener el reconocimiento merecido. Un batallón de mujeres anónimas, feministas, procedentes de distintos países que se atrevieron a acusar directamente a las instituciones, como cómplices de una desigualdad latente.

Ya estamos un poco cansadas de tanta protesta y de tener que entrar en los museos a través de nuestros propios desnudos, interpretados por hombres que buscan musas que encajen en sus fantasías. Necesitamos más arrojo y valentía institucional y que esta toma de conciencia a la que ha llegado el museo Baltimore, se convierta en ejemplo para otras pinacotecas. Especialmente las financiadas con dinero público. No podemos permitir que el mundo de las artes, siga siendo el cortijo de unos pocos privilegiados que se niegan a compartir espacios de forma equilibrada. Como público tenemos también una responsabilidad que empieza y termina en el momento en el que decidimos a qué llamamos CULTURA.