Los maté porque eran míos

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Pepa Violeta Pepavioleta
28 abr 2019 / 11:56 h - Actualizado: 28 abr 2019 / 11:59 h.
  • Los maté porque eran míos

En un ejercicio repugnante de ponerme en la piel de un maltratador, supongo que algo parecido a esta horrible creencia de que las vidas ajenas le pertenecen, sustenta el hecho de que decida en algún momento de su inútil existencia, asesinar a su mujer y a su hijo. Que sus vidas le pertenecen. Ese “son míos” del que poco se profundiza, debido a una cultura machista que legitima la instrumentalización de los/as hijos/as y el uso de la violencia para mantener el control; planta el pilar fundamental sobre el que analizar porqué los maltratadores no son, ni serán, buenos padres nunca.

Siempre que hay casos como este último de Tenerife, la sociedad, después de recuperar la voz ante la atrocidad, empieza con el debate manido de las custodias; y los familiares de las mujeres asesinadas por sus parejas, su particular periplo por los juzgados para evitar que el padre pueda ejercer la tutela de los hijos e hijas cuando acabe su condena y esté listo para el proceso de reinserción (aquí podéis acompañarme si gustáis en mi incredulidad queridos/as lectores/as). Menores expuestos/as a la sinrazón humana, víctimas y supervivientes de la violencia, no lo olvidemos. Tampoco deberíamos olvidar de quién es la responsabilidad de velar por el bienestar de estos/as menores y qué podemos hacer para garantizarles una madurez y un desarrollo emocional que les permita convertirse en adultos/as sanos/as y felices.

Hasta no hace mucho, los/as hijos/as de mujeres víctimas de violencia de género ni siquiera eran contemplados/as como “víctimas" por ley. Ahora el marco jurídico recoge este gran detalle que se pasó por alto en su día. En una vuelta de tuerca más, podemos hacer uso de nuestra capacidad de análisis y conocimiento de los procesos de recuperación en contextos de violencia, para entrar de lleno en la figura del padre maltratador y qué grado de implicación debe tener en la vida de sus descendientes.

El suceso de Tenerife ha teñido de negro la semana, con un doble asesinato. Pero ha sido especialmente duro interiorizarlo por lo macabro del relato. El nivel de preparación del crimen, el engaño por parte del asesino para llevar a su familia a la cueva, donde mató a la mujer y a uno de sus hijos con unas piedras... una atrocidad que tiene nombre y apellido: machismo. Y dentro de ese machismo que es el concepto sustentador de la pirámide, hay otras muchas cuestiones que pasamos por alto cada vez que se produce un caso de este tipo en España, por eso estas noticias no dejan de producirse.

Precisamente, en este último caso de violencia machista salvaje, debemos poner el foco en el superviviente, el menor de seis años. Y dedicar especial atención a su proceso de recuperación, porque permítanme que confíe más en esto, que en el de reinserción del padre. No nos desviemos de lo importante, entre tanto discurso basura que nos quieren hacer ver que el asesino era un enfermo mental.

Estos menores saben lo que es el miedo, lo tienen inoculado en vena. Han jugado a esconderse para no ver, a callar para no provocar estallidos de violencia, a correr para no morir. En el caso de mujeres víctimas de violencia que han salvado sus vidas, se encuentran con que una vez rota la relación con el maltratador, sus hijos/as tienen que pasar parte de su tiempo con el padre, el agresor. Nos viene a la cabeza el caso de Juana Rivas y con él, la lucha de una madre por defender a unos menores hastiados de violencia.

Y aquí estamos la sociedad en bloque, haciendo alarde de nuestra doble moral e indignación, porque no entendemos como podemos privar a un padre de disfrutar de sus hijos/as. ¿Acaso un maltratador, con su particular código de valores y conducta, puede ejercer como un buen padre? Las sociedad rechaza esta ruptura paterno/filial y sino que se lo digan a Juana Rivas, que se ha topado con un aislamiento social brutal por intentar poner cordura a un sistema que protege más a los presuntos asesinos y maltratadores con capacidad de reinserción, que a las verdaderas víctimas.

Los maltratadores utilizan a los/as menores para hacerle daño a la madre, si no consiguieron matarla ya hacen ellos de sus vidas un calvario con la tutela y el régimen de visitas. Esperando la oportunidad idónea para ejercer su derecho a decidir sobre vidas ajenas a placer. El tiempo que éstos menores conviven con su verdugo se convierten en protectores de la madre, pierden la inocencia, la armonía y la tranquilidad en la que deben desarrollarse y socializarse. Aprenden desde la violencia y el poder de ejercerla para mantener el control. Su madurez emocional queda minada y la capacidad para generar relaciones saludables futuras, también.

Un machista aunque no de golpes educará a sus hijos en la cultura del miedo y el odio a las mujeres y a las hijas en la sumisión y la culpa. La rueda de la violencia no cesará de girar si no la frenamos y dejamos de poner en duda, si un hombres machista y maltratador puede ser buen padre.

Casi 200 huérfanos llevamos ya por culpa de la violencia machista en los últimos seis años en nuestro país. Cambiarán los nombres, las ciudades y las formas de morir. Pero todo se resume en lo mismo. Por eso, dejemos de abrir la boca y ponernos las manos en la cabeza buscando explicaciones, de cómo una persona puede maquinar asesinatos tan espeluznantes. No son enfermos, ni psicópatas. Son machistas y en nuestra mano está ponerle fin a esta lacra. Tenemos las herramientas, los mecanismos y el empuje necesario para acabar con un sistema que sólo siembra odio y dolor.