Los tesoros de Sevilla

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
01 feb 2020 / 10:07 h - Actualizado: 01 feb 2020 / 10:08 h.
"Desvariando"
  • Los tesoros de Sevilla

Cuando te vas de Sevilla y vives en el campo, entre pinos, sin coches y un silencio que corta el aire como una navaja barbera, piensas en la ciudad y solo recuerdas ya a algunas personas a las que quieres pero que no ves ya casi nunca. Estos días he venido dos o tres veces por asuntos de trabajo y siempre que lo hago recorro el centro, el casco antiguo, y por cada calle que paso voy viendo los números para intentar saber dónde vivían los artistas flamencos del XIX. Pasé por Jimios y recordé que en esa calle tuvo academia Miguelito de la Barrera, un bolero al que todavía tienen por sevillano pero que era natural de Antequera, aunque se crió en Sevilla y murió aún joven en la calle Trajano, donde también tuvo academia junco con su hermano Cayetano, que era también bailaor de la escuela bolera. Miguel de la Barrera no era hermano de Manuel de la Barrera, como se había creído siempre, así que cuando los periódicos se referían a los hermanos de la Barrera era por Miguel y Cayetano y no por Manuel de la Barrera y Valladares.

Cerca de Jimios, en la calle Harinas, tuvo su imprenta Silverio Domínguez Conde, el hijo no reconocido de Silverio Franconetti y nieto del torero y cantaor El Isleño, de San Fernando. Este impresor fue durante años presidente de la Tertulia El Arenal, en la que se daban cita grandes escritores, pintores y políticos de los años veinte. Juan Silverio Domínguez nació en la calle Rosario, donde su padre abrió uno de los cafés cantantes más importantes de la historia del flamenco, el Salón Silverio, cerrado en 1888, quedando el local para almacén de la popular Farmacia El Globo, que hacía esquina con Tetuán. Ya no existen ni el café ni la farmacia. Ni la imprenta del hijo del genio del cante, donde, por cierto, se fabricó algún que otro libro de coplas jondas, Alma flamenca, editado en 1928. Pasé por estas tres calles y casi me dieron ganas de llorar porque no hay nada que recuerde a estas personas tan importantes en la historia de Sevilla y que han caído en el más lamentable de los olvidos. ¿Es o no es para llorar de tristeza?

Sin moverme mucho de la zona, pasé por la calle Albareda, donde también vivió Silverio. Y por la Plaza de San Francisco, el lugar donde murió, una antigua casa de vecinos de dos o tres plantas que ocupaba el solar donde luego se construyó el Banco de España. También vivió en esa casa Paco el Gandul, otro cantaor importante, de Triana, aunque siempre se creyó que era de Cantillana, donde solo vivió. Francisco Hidalgo Monge, que así se llamó, era cantaor y algo así como la mano derecha de Silverio. Se fue a vivir a Madrid cuando empezaron a cerrar los cafés en Sevilla y en la capital de España murió pobre como una rata y olvidado por todos. Todo un personaje sevillano, excelente intérprete de los caracoles que luego popularizó el jerezano Don Antonio Chacón en Madrid. Y un gran humorista, del que se cuentan infinidad de anécdotas muy divertidas, como aquella en la que invitado a una sopa de pescado solo se comía las mejores presas. Alguien le preguntó que si no le gustaban las cabezas, a lo que respondió: “No, es un pueblo muy aburrío”.

Cansado de andar, unos amigos de Arahal y Paradas me llevaron a Casa Moreno, en la calle Gamazo, para que conociera a Emilio Vara, lector de El Correo desde niño. Casa Moreno es el ultramarino más antiguo de Sevilla y en la trastienda hay una barra atendida por el citado Emilio, que es hijo de un periodista de Abc de su mismo nombre. Me habían hablado de él pero nunca me había dado por conocer esta tienda-bar tan entrañable y antigua, donde te puedes encontrar a gente famosa o a sencillos trabajadores que van a que Emilio les quite las penas. Este hombre escribe unas notas que cuelga en una de las paredes del local y son tan interesantes que podrían convertirse en un estupendo libro de autoayuda. Si Dios y los toros de Machacaera no lo impiden regresaré para seguir conociendo a este hombre de Triana, un tesoro de una Sevilla que se resiste a morir.