Lutero

Esta semana se ha celebrado el quinto centenario de la Reforma Protestante, un acontecimiento que reivindica la figura de Martín Lutero y su contribución histórica más allá de la religión

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04 nov 2017 / 22:35 h - Actualizado: 04 nov 2017 / 22:35 h.
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Mientras en casi todos los rincones del mundo la fiesta de Halloween llenaba las calles de niños y jóvenes con disfraces terroríficos y calabazas iluminadas, otra celebración (mucho menos popular pero con una enjundia histórica sin parangón), tenía lugar el pasado 31 de octubre en Wittenberg (Alemania): el quinto centenario de la Reforma Protestante de la Iglesia que se inició en ese mismo lugar de la mano de Martín Lutero. El 31 de octubre de 1517, el teólogo agustino colgó en la iglesia de la ciudad germano oriental de Wittenberg sus ’95 tesis’ contra la venta de indulgencias en la Iglesia católica. Las consecuencias de este gesto, que terminó provocando un cisma en la Iglesia cristiana, fueron sin embargo mucho más allá del ámbito religioso. Sociedad, cultura, política e identidad europeas son herederas de aquel suceso singular.

La conmemoración, que puso fin al extenso programa de actos, exposiciones y conferencias del denominado ‘Año Lutero’, culminó con un encuentro de las iglesias católicas, ortodoxas y protestantes que han querido escenificar los esfuerzos ecuménicos para lograr la unidad de las iglesias cristianas. A buenas horas, mangas verdes. El rumbo de la historia sufrió un giro irreversible cuando, casi simultáneamente, en diversos lugares de la cristiandad surgieron figuras que cuestionaron los errores y abusos de la doctrina oficial dictada desde el Papado. Ello dio lugar a interminables debates, discusiones, conflictos y al enfrentamiento abierto en las llamadas guerras de religión.

En esos comienzos del siglo XVI Europa estaba en ebullición: las ideas y el arte del Renacimiento irradiaban su luz a todo el continente, empezaban a funcionar las primeras imprentas y surgían estados nacionales aupados por las monarquías absolutas que pugnaban por zafarse del poder de Roma. El nacimiento de la iglesia anglicana (a la medida de los intereses de Enrique VIII) ilustra a la perfección el contexto histórico al que nos referimos. Porque no era religión todo lo que relucía en aquellos protestantes, sin ninguna duda. Nunca es sólo religión.

Ello no resta, sin embargo, el más mínimo mérito a aquel sacerdote agustino que, movido por su fe, su conciencia y su sentido de la justicia, arremetió contra la ‘mundanidad’ de la Iglesia de Roma y contra el negocio que tenían organizado los papas con la venta de indulgencias, es decir, con el ‘perdón de los pecados’ a cambio de cuantiosas sumas que sirvieron para llenar las arcas de la Iglesia y levantar la basílica de San Pedro. Y no sólo contra eso. También contra el paripé del celibato que el alto clero se saltaba a la torera y contra el comercio de reliquias, que igualmente era un negocio muy rentable aunque es inexplicable que incluso en aquel tiempo no se lo tomaran a guasa: desde leche de la Virgen hasta paja del pesebre y si se quiere el colmo del asunto, ‘varios’ prepucios de Jesús, cuya autenticidad se disputaban otros tantos enclaves religiosos.

Se diga lo que se diga, Lutero fue un personajazo, y su contribución a la historia puede considerarse impagable aunque sólo fuera por el modo en que impulsó la alfabetización. Al propugnar la lectura individual de la Biblia en aras de una relación con Dios sin tantos ‘intermediarios’, los fieles en masa tuvieron que aprender a leer y los países protestantes dieron un paso gigantesco en su desarrollo. Pero también tuvo alguna influencia negativa, porque existían ciertos aspectos de carácter nacionalista y antisemita en su pensamiento que se relacionan con la etapa más negra de la historia de Alemania. Eso y que si llega a extenderse hasta aquí se carga las procesiones de Semana Santa. Y entonces qué iban a ver los turistas alemanes cuando vienen a visitar Sevilla...