Manuel Carrasco le canta a Sevilla es el vídeo supremo, el no va más, el griterío entusiasta, sobre todo femenino, estalla como una algarabía irrefrenable. Circula esta copla (o lo que sea, coplillas dice el autor) por ahí de nuevo y me ha llegado, no la conocía, se parece a Lole y Manuel y al final mezcla las churras con las merinas al unir a Machado (Antonio) con futbolistas y lo que haga falta. Está bien, sirve para atraer dinerito y subir como potencia turística hasta que una crisis cualquiera nos inunde de vacas flacas de nuevo. Mientras, a ver quién nos quita lo bailao.
A las coplillas no les falta ni un tópico, ideal para seguir en la autocontemplación del ombligo hasta experimentar un nirvana flotante que acabe por golpearte la cabeza con el techo de la habitación y provocar un carajazo en el suelo que te muestre otra realidad menos esplendorosa. Como todo debe presentarse en su justa medida, voy a regalarle a Carrasco una letra y que él le ponga esa música que ni es flamenco ni es pop, es la música ornitorrinco, en un rato se saca y el personal, en siendo guapo, voz de mimesis flamenca, de buen porte y con excelente marketing, todo se lo traga. Menos lo que voy a decir ahora porque lo feo a nadie gusta, solidaridad sí, aplauso, también. Pringarse, menos, es más chulo llenar el Estadio Olímpico, desahogarse y extasiarse. 1.650.000 visualizaciones tenían en YouTube las coplillas hace nada. Lo mío está peor escrito y es más basto. Y, encima, soy mucho más feo y viejo que Carrasco. Y no sé cantar y menos así, aflamencado. Pero me queda la palabra.
Un amigo a mí me dijo,
no lo dudes, date prisa,
mira esos seis barrios pobres,
todos los parió Sevilla.
El baile que allí se lleva
es el baile de las tripas,
no está la gente p’a músicas,
si cantan por seguidillas,
por tangos o soleares
es por quitarse la inquina,
que no hay nada más horrible
que ser pobre en Sevilla,
sabiendo como se sabe
que fue grande y fue rica.
O eso nos enseñaron
con pizarras y con tizas.
Ni la Plaza de España
ni el Archivo de Indias
ni la catedral de pago
ni calles, galas o esquinas,
ni Giralda, torres, parques,
ni el de María Luisa,
tienen valor auténtico
junto a humillantes ruinas.
Las vírgenes Esperanzas
no han visto toda Sevilla,
estoy harto de que lloren,
quiero que por fin sonrían,
¿o es que hay quien desea
lágrimas en sus pupilas?
Sevilla será invisible,
no tendrá cielo ni vida
por más coplas que le canten.
Ni marchas de cofradías
ni río ni farolillos
ni una pavesa de dicha
ni sol ni luna en Triana,
mientras no sienta la herida
que lleva en su territorio.
Se mira tanto a sí misma
que, como bruja de cuento,
no ve arrugas ni desdichas.
Un espejo valiente
le dice todos los días:
“Te has quedado encantada
de tanto como te miras”.
Por supuesto, de ninguna manera el señor Carrasco debe cantar una cosa así, a la gente no suelen gustarle otras verdades que no sean las que se fabrican para no saber lo que ocurre a dos palmos de sus narices. Y se trata de que el personal grite de emoción y así engordes la faltriquera, ¿verdad, Carrasco? Haces bien, que la vida son dos días y Sevilla con dos piropos se estremece. Y duerme.