María

María del Monte recibe mañana la medalla de Sevilla, el reconocimiento que su Ayuntamiento, su ciudad, le hace después de toda una vida de compromiso con Sevilla, haciendo radio, televisión y lo que le pongan por delante

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29 may 2016 / 07:00 h - Actualizado: 29 may 2016 / 09:36 h.
"Música","Truco o trato"
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Bar de moda. Madrid. Años de la llamada movida en todo su apogeo. Fiesta después de una presentación muy alternativa de revista más alternativa aún. En uno de los círculos de bebedores tardíos el traductor de Julian Barnes, el director de una famosísima compañía teatral catalana, la directora de una revista de cine, uno de los promotores de Rockola, un compositor de grupo punk y una periodista provinciana sin cresta ni camiseta de Andy Warhol ni plataformas de vértigo (o sea yo). La conversación, como sucede en algunos ambientes y ni les cuento en los periodísticos, está llena de negritas: nombres de poetas, pintores, fotógrafos o grafiteros, muchos de los cuales a la provinciana (yo) le sonaban a chino. Y alguno le siguen sonando a pequinés porque no todo lo que reluce en la capital es oro, ni por tanto duradero, y el tiempo ha colocado a cada cual en su sitio, que en algún caso y con justicia es el olvido.

Y en esa tan estilosa tesitura la música de fondo cambia de registro, de Siniestro Total o Mecano (ya sé que no son lo mismo pero se mezclaban, la noche nos confunde a todos) zas, sevillanas. No unas sevillanas cualquiera, no. Las sevillanas. Y todos los modernos y alternativos abandonan el gin tonic (aún sin pepino a Dios gracias) y se lanzan a la pista a bailar como posesos Cántame. Nunca he sido una gran experta en el ramo pero les aseguro que ese fue mi momento y esa fue mi noche. Una estudiante de medicina del barrio de Nervión, con el nombre de la Virgen de Cazalla, me había vengado, más, me había metido en el candelero de lo cool sin que yo hubiera hecho mucho merecimiento.

María del Monte recibe mañana la medalla de Sevilla, el reconocimiento que su Ayuntamiento, su ciudad le hace después de varias décadas, o sea toda una vida, dedicada no sólo a las sevillanas, que ya es mucho, después de tantos años de compromiso con Sevilla, con sus hombres y mujeres, haciendo radio, televisión y lo que le pongan por delante.

No escondo en estas líneas, sino más bien exhibo con orgullo, mi amistad con María. Para que quede claro: la quiero. Y la respeto. Desde que la conocí en una caseta de Feria en 1979, debutantes ambas con los micrófonos, ella cantando, yo afortunadamente para la humanidad, en la radio y sin siquiera tararear, pasando por cómo alternaba los estudios y sus actuaciones magníficas de copla en el Embrujo, hasta esa explosión maravillosa del Cántame y otras sevillanas que la convertirían en lo más, o sea la reina y finalmente cuando nos reencontramos un venturoso día, en 1993 en Canal Sur Radio, levantando ella el corazón y la curiosidad de las mañanas de la radio andaluza. Siempre cumplidora, siempre currante, siempre puntual, siempre compañera. Y siempre, ella que muere por un chiste y payasea sin rubor, seria y currante. A muchos que hablan del Ibex, la crisis del Eurogrupo o el cambio de modelo productivo quisiera yo ver trabajar con tanto rigor y tanto escrúpulo como María. Que la alegría es lo contrario de la tristeza y no de la seriedad.

Y mañana, cuando María mire a su madre, Bibi, y se acuerde de ese hombre bueno que era su padre, Antonio, y mire a sus hermanos y a sus seres más queridos, mirará también a sus vecinos, a sus conciudadanos. Porque quien pudo una y mil veces hacer carrera en ese Madrid que la tentó y la tienta con todo tipo de proposiciones, quien cómoda y legítimamente pudo sentar sus bases y sus Ivas en la capital del Reino (qué más natural para una reina) siempre ha querido trabajar desde aquí, viajar y volver aquí, contratar aquí, hacer Andalucía con obras y no solo con palabras.

Será por eso, además de esa honestidad que le impide mentir, que ahora y justamente Sevilla le reconoce por fin con su medalla, aunque el más caro de los reconocimientos, el respeto, lo tiene hace mucho.

Algo que no se guarda en una vitrina sino en el corazón.