Me gustas con tus defectos

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02 ene 2020 / 06:28 h - Actualizado: 02 ene 2020 / 08:35 h.
"Opinión","La vida del revés"
  • Me gustas con tus defectos

Las oficinas son una pasarela. Los supermercados, los colegios, la universidad, las iglesias, los tanatorios; todo se ha convertido en una enorme y ridícula pasarela. El aspecto de las personas es fundamental (cosa que podría no estar mal), casi decisivo (cosa que es un desastre, una estupidez y, desde luego, denigrante para muchas de esas personas). Incluso para ir a comprar churros los domingos por la mañana, nos vemos obligados a ponernos de punta en blanco.

Nos jugamos un posible puesto de trabajo si la corbata que llevamos puesta está pasada de moda o si el tacón de los zapatos es más o menos alto o ancho. Tienes posibilidades de tener amigos sólo si vistes ropa cara y de marca o luces un chándal marca Acme. Estás condenado a tener un solo tipo de amistades. Y esto de la ropa, del aspecto, no deja de ser anecdótico si lo comparamos con la delgadez, las canas, las arrugas o sufrir de estrabismo. Un defecto físico, que pueda percibirse por otros, marca la vida de cualquiera (la del que lo padece, claro). En el colegio comienzas siendo la gorda, el bizco, el paleto o cualquier lindeza que se le ocurra al gracioso de turno que, por regla general, suele ser un marmolillo intelectual aunque eso no se castigue del mismo modo. Y arrastras esa carga hasta que te mueres. Sí, hasta el final, porque una persona obesa que deja de serlo siente terror pensando que puede volver a serlo. Los marmolillos intelectuales también se mueren siendo más tontos que pichote.

Todo el que tiene un defecto físico sabe lo que supone; todo el que viste saltándose las normas que un grupo social impone sabe lo que se sufre y se pierde por el camino; todo el que está fuera del canon de belleza establecido puede darse por, digamos, fastidiado. Y no crean que estas son cosas de gente rica. En cada estrato social ocurre lo mismo. Unos juegan a lucir marcas carísimas y otros a vestir ropa deportiva de colores imposibles.

Se me antoja ridículo todo este asunto. Ridículo, injusto y más que peligroso. Alguien que sufre por su aspecto físico no puede gustarse y, por extensión, no puede llegar a gustar. La inseguridad y los complejos son el peor enemigo del que quiere pertenecer al mundo. Una espiral de sufrimiento que termina en depresión, en anorexia o, en el peor de los casos, en suicidio. Sea lo que sea será fatal para el individuo.

Nos enseñan que la belleza es fundamental. Pero no nos muestran el camino adecuado para saber mirar todo como si fuera una obra de arte. Usted, querido lector lo es, pero también lo es la chica gordita que tiene enfrente, el niño que tiene los dientes como teclas de piano descolocadas. En lo que creemos feo podemos encontrar una belleza aplastante. Nos enseñan que nuestra fealdad, nuestro sobrepeso o nuestra calvicie es motivo de vergüenza; nos enseñan que la mofa es algo que algunos tienen que saber soportar. Nos enseñan a amar lo otro, a desear bellezas ajenas y a detestar nuestras carencias estéticas. Nos enseñan, en definitiva a ser infelices.

Naturalmente, esto es un disparate. Que alguien se sienta mal, que se sienta un bicho, que por gastar la talla cuarenta y seis en lugar de la treinta y ocho enferme, es lamentable. No quererse, no sentirse bien con lo que es uno mismo es una tortura absurda que nos imponen desde los medios, desde el cine, desde el mundo de la moda, desde casi cualquier lugar.

Puede que sea un tópico esto que voy a decir, pero es tan cierto como tópico: la belleza está en la cabeza. Dentro, claro. Lo que ocurre es que no nos lo enseñan o si lo hacen es de pasada. El mensaje no es ese es el contrario: la belleza es lo que puedes comprar, lo que puedes consumir. La inteligencia es un valor a la baja comparado con un torso perfecto o unas pantorrillas maravillosas.

¿Dónde conduce todo esto? Pues como casi siempre a territorios vitales para el ser humano. Por ejemplo, es algo sabido y vivido por todos que queremos ser amados a toda costa. Pero, si somos imperfectos y las posibilidades van desapareciendo, todo se convierte en un desastre. Hay que pensar en un dato muy curioso: hoy que el culto al cuerpo es absoluto, el número de separaciones y de fracasos en las parejas es descomunal. Parece que nunca estemos conformes con lo que tenemos o con lo que somos, que un pequeño fallo es suficiente para tirar una relación por la borda. Si se valorase lo listos que son unos y otros, lo bien que razonan, tal vez, cambiase la cosa. No sabemos querer porque no nos queremos, porque no somos capaces de valorar lo que podría hacernos felices. Sencillamente, hacemos lo que está de moda, lo que nos dicen que hay que hacer. Buscamos soluciones fuera de nosotros cuando están dentro. Buscamos amores cuando deberíamos comenzar por enamorarnos de nosotros mismos. No nos gustaremos mientras ocultemos nuestro aspecto.

Les confesaré algo. Hace muchos años que sólo me fijo en lo que me interesa. Y, hoy, se me van los ojos detrás de hombres y mujeres con el alma limpia. Porque (hagan la prueba) eso es la belleza más arrasadora que podemos llegar a percibir. A esos no les hacen falta prótesis ni ropas extraordinarias porque tienen la cabeza en su sitio. Y ahí, ahí y no en otro sitio está la belleza.