Mi amigo, Javier Terán

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16 ene 2023 / 05:54 h - Actualizado: 16 ene 2023 / 05:54 h.
  • Mi amigo, Javier Terán

Le conocí en 1990, cuando él ya era un abogado solvente y yo un pasante en el despacho de mi tío Gonzalo, a quien él apreciaba muchísimo. Mi maestro me lo señaló como uno de los mejores laboralistas de Sevilla. Nunca hemos dejado de tener contacto desde entonces.

Abogado de sindicato, prestó sus servicios a para CCOO desde los inicios de su carrera y en muchos juicios hemos sido contrarios, unos ganados y otros perdidos, pero siempre amigos. Adaptábamos un tanto el trato en relación al asunto que nos enfrentase, pero incluso entonces, no se enfriaba nuestro cálido contacto personal. Cuantas veces habré descolgado el teléfono para llamarle ante una dificultad profesional; cuantas veces me habrá ayudado, enviándome la sentencia idónea para invocarla y resolver mi problema; cuanto agradecimiento le debo a su amabilidad. Muchísimo, infinito.

La primera vez que me llamó él a mí, para solicitar consejo en la interpretación de un aspecto jurídico, me dio tal subidón de autoestima, que creo que me ruboricé, menos mal que no me vió por teléfono. La dignidad de los grandes se mide por su capacidad de valorar a los pequeños y no hacerlos de menos.

Letrado culto, de fondo jurídico muy sólido, de exquisita expresión escrita: a las elegantes y pulcras demandas y recursos de Terán Conde, no le sobraba una letra ni le faltaba una coma, como decía Romero de Bustillo; e integrando un alto nivel técnico, en cambio su lectura y comprensión eran asequibles a cualquiera. Como las buenas obras escritas.

Javier era un caballero. Castellano viejo, sus dos apellidos sonaban a percusión; elegante, sobrio en el vestir, siempre con corbata y americana (y jersey, de cuello de pico debajo, en invierno), su bigote y sus gafas le daban un aire monacal. Cuando la nieves del tiempo platearon su pelo y pilló algo de volumen corporal horizontal, me gustaba irritarlo diciéndole que parecía un fraile; y cuando recientemente se operó de cadera y debió usar un andador, que tenía -como mi madre- padecimientos de abuela. Me mandaba a hacer puñetas, y yo me iba encantado a donde él indicase.

Nos gustaba comentar los asuntos, con una cervecita con altramuces por la zona de la calle Júpiter y en uno de esos encuentros, cuando ya llevábamos años de intensa relación entre ambos, me dijo que militó en un partido de izquierdas y no moderado, precisamente. ¿Tú Javier? ¿Pero si eres la viva imagen de la moderación y la prudencia, tu eres de izquierdas intensas? Si, lo soy. Y tú -me preguntó- Yo no, ¡que vá! Y seguimos tomando nuestra cerveza y charlando tal cual. Nos importaba un pepino la ideología. A mí, lo que me compensaba y me llenaba, era poder tratarlo a él, disfrutarlo y aprender.

Su serenidad te irradiaba. Era uno de esos deliciosos izquierdistas interiores, caballerosos y cultos, que jamás admitieron que hubiese que ir por la vida desaliñados para parecer rupturistas. Lo integraría en un grupo con Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Adolfo Cuéllar, Peces Barba, o Manuel del Valle. Personas de equilibrio mental, dueños de su propia conciencia e inmunes a los regadíos ideológicos por inundación. Caballeros, vuelvo a decir.

Esto que digo, no lo digo porque Javier nos haya dejado antes de ayer, porque estos sentimientos que sus amigos tenemos hacia él, él los conocía en vida y sabía que existían. Él tenía conciencia ser querido por su entorno.

Abogado, compañero, contrario y adversario, consultor, consejero, camarada de tertulia laboral. Tertulia que nuestro amigo Pablo, ha tenido el buen gusto de rebautizar con su nombre; expresión verbal de voz contundente y acento castellano conservado, erosionado un tanto en sus cúspides por los vientos del habla sevillana, que lo iban redondeando; hombre, maestro, y buen corazón. Mi amigo, Javier Terán.