Nada de fiestas

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19 jun 2018 / 22:16 h - Actualizado: 19 jun 2018 / 22:16 h.

Pues a mí no me produce especial satisfacción saber que Iñaki Urdangarin está entre rejas. Del mismo modo que tampoco disfruto cuando cualquier ser humano ingresa en prisión.

Sea como sea, la cárcel es signo de desgracia, de tragedia, de castigo, de sufrimiento. Ya sé que son necesarias, pero no me alegran cada día. Lo siento, pero no. Las cárceles me recuerdan que el ser humano es esencialmente una catástrofe. Una mala noticia.

Los presos han metido la pata y han causado un daño. Algunos han cometido actos atroces. Es decir, alguien ha salido dañado si un hombre o una mujer ingresan en prisión. Por otra parte, esos presos tienen familia que queda destrozada y es inocente. Otro daño causado. Hay que pensar que, incluso, los hay que llegan a la cárcel por error o por una injusticia. Siempre es una tragedia esto de la cárcel. Lo mires como lo mires, resulta desastroso.

Urdangarin es un listillo venido a menos, un listillo que midió mal sus fuerzas, pero, sobre todo, los apoyos que recibiría en caso de que las cosas se pusieran feas. Urdangarin es un chico bien que pensó que los pringados eran los demás sin saber que se iba a convertir en un noble fracasado y, como todo el mundo sabe, fracasar en el ámbito de los grandes de España o alrededor de la Corona es arrasador para uno mismo, descorazonador, deprimente e imperdonable. Un fracaso de esta índole te convierte en un desahuciado.

Urdangarin es un tontorrón que volverá a vivir como lo estaba haciendo hasta ahora. De lujo. Pero tendrá que explicar a sus hijos qué es lo que ha pasado, qué ha sido todo este lío. Y eso me impide disfrutar con este asunto.

Está bien entre rejas. Pero de fiestas nada.