Se acaban de cumplir dos años de la muerte de Paco de Lucía y ha sido emotivo ver cómo ardían las redes sociales recordando su marcha, la del genio. Paco se podía perder un año entero y nadie preguntaba dónde andaba, si pescando palometas al curricán o estudiando doce horas diarias para ver qué disco podía marcar un nuevo camino en la guitarra flamenca, como hizo en Siroco o Sólo quiero caminar. A veces tienes que irte definitivamente para que te echen de menos y Paco, además, se fue sin avisar, dando un golpe seco y duro en la nuca de sus seguidores, esos miles de fans que guardaban sus fotografías con él para algún día poder decir que habían estado con Dios comiéndose unas sopas de tomates en un tabanco de Jerez o de Cádiz. No hay muertos como los flamencos, como me dijo una vez Juanito Valderrama mientras derramaba unas lágrimas por Vallejo en su casa de Espartinas y apuraba una copa de vino. Quizás por eso, cuando le preguntaron un día a Manolo Caracol qué ocurriría cuando se muriera, que manda narices, el genio del cante gitano respondió: «¡Ojú, qué lío!».