Viéndolas venir

Pedro y Pablo

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Álvaro Romero @aromerobernal1
29 jun 2019 / 11:10 h - Actualizado: 29 jun 2019 / 11:12 h.
"Viéndolas venir"
  • Pedro y Pablo

La Iglesia celebra hoy las onomásticas de San Pedro y San Pablo, personajes de la Historia de Cristo que seguramente sin la fuerza de la fonética parecida de sus nombres no hubieran derivado tan juntos a lo largo de los siglos. Bien es cierto que los dos murieron como mártires en Roma, en el año 64 y 67, respectivamente, una ciudad llamada a ser el epicentro del catolicismo que ellos dos representan como semillas. A uno lo crucifican al revés y al otro le cortan la cabeza. Pero sus personalidades, sus circunstancias y sus historias son tan radicalmente distintas, que el caso de su binomio inseparable le sorprende a uno porque representa una de esas estrechas colaboraciones históricas para una causa común, tal vez el envés del envidioso Caín con su hermano Abel.

Creo que mucha gente cree aún que San Pedro y San Pablo eran dos apóstoles de los doce que seguían a Jesús por los pueblos de Galilea, y no es así. De hecho, Pedro no conoce a Pablo sino después de toda esa vida pública del Mesías que termina con la Resurrección que no todos terminan de creer. Precisamente en ese punto se alían, un poco desde la distancia, para atender aquel consejo del mismísimo Cristo: “Quienes no están contra nosotros, están a nuestro favor”. ¿Qué sería de este país si, por ejemplo, se aplicaran el consejo las izquierdas desunidas o tantas instituciones como no terminan de conseguir logros generales por culpa de egos particulares?

Pedro, que antes de ser bautizado así por la metáfora de lo que estaba llamado a representar se llamaba simplemente Simón, fue un humilde pescador del Mar de Galilea que tuvo la suerte de que Jesús se cruzara en su vida. Era brutote y tremendamente humano. Le podía la cabezonería para que Jesús no le levara los pies en la última Cena y sacó su espada para cortarle la oreja a uno de los soldados que prenden a su Maestro en el Huerto de los Olivos, pero en el momento de la Pasión les dice a quienes le preguntan que no lo conoce de nada, tras lo cual y tras el gallo madrugador llora amargamente, por la conciencia tristísima de que es solamente un hombre. Aun así, Jesús tiene claro, desde mucho antes de sus traiciones, que iba a ser piedra de su Iglesia.

Pablo, por su parte, no se llamaba Pablo, sino Saulo, y era un ciudadano romano muy culto que había bebido en las fuentes de la cultura griega y que, después de perseguir a los cristianos, se convierte, prácticamente, en el fundador del Cristianismo como institución al transfigurarse en el principal evangelizador por múltiples comunidades del Mediterráneo y en el más fino teorizador de la nueva religión a través de sus deliciosas cartas.

Hoy felicito a todos mis amigos Pedros y Pablos, que no son pocos. Pero no puedo evitar acordarme de los santos que motivan sus onomásticas y de la sucesión de Pedros y Pablos que nos ha dado la historia, incluso la reciente, desde los Picapiedras de mi infancia hasta estos dos que tenían que haber pensando sus confluencias antes de volver al cuento de la buena pipa de las imposibles coaliciones de gobierno.