Mientras escucho Adeste Fideles,
No es casualidad que la banda sonora de ahora, mientras aporreo el viejo teclado del Acer de mi chica, esté tomada por la rotunda voz de Bocelli. Es Navidad y llegó a mi memoria el momento de colocar al Niño de los niños y los mayores, en el humilde y sencillo pesebre al venir de la Misa del Gallo, mientras mamá lo acogía ya bendito como a cualquiera de mis hermanos al ver la vida llenando su pecho y su inocencia. Resbalando por las mejillas del recuerdo surcan las notas del villancico.
Atrás quedaron la Nochebuena en familia, el encuentro de los hermanos que han hecho su vida fuera de la ciudad ( también la chica, que se fue a Sevilla Este ) y los restitos, menú trending topic del almuerzo navideño. La copa y la tertulia, los juegos de mesa y el momento placentero de volver casa reventado de felicidad. ¿Quién tiene ganas de cenar?
El frío, querido enemigo mío, ha sabido comportarse estos días. Ha venido a dar calor a unas fiestas que sí y que no se parecen a las que dejamos atrás en los tacos del calendario.
No voy a caer en el error de comparar qué Navidades son mejores porque desde el momento que falta alguien, ya nunca serán iguales, y porque se recuerdan, principalmente, las de las ausencias, aunque yo he venido a hablar de las que son presencia y del calor que aportan.
Las personas Navidad, son como la abuela, epicentro de las Fiestas y memoria ajada de la mayoría de recuerdos. O los niños, ilusión y diversión. Son la familia que está cuando hay que estar, y los amigos escogidos de verdad.