Rafael Navarrete, el sacerdote de los divorciados

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09 ene 2020 / 13:24 h - Actualizado: 09 ene 2020 / 13:33 h.
  • Rafael Navarrete, el sacerdote de los divorciados

Desde la elección de Arrupe como Prefecto General de los Jesuitas, su Orden ha permanecido vinculada a todas las causas perdidas.

No en vano, el padre Arrupe inició su sacerdocio como Médico, asistiendo a los quemados de Hiroshima, por la misma bomba atómica con que murieron directa o indirectamente casi 250.000 personas y que puso final a la Segunda Guerra Mundial, mediante la rendición de Japón.

Aun hoy nacen víctimas de aquello, en forma de leucemia o cánceres derivados de la radiación.

Los jesuitas han estado vinculados a muchas causas justas, perdiendo en algún caso la vida en ellas, como Ellacuría en El Salvador.

Fue otro jesuita superviviente de la bomba, Lasalle, quien introdujera el zen en Occidente, sin el cual, probablemente, la reflexión oriental sobre la existencia, estaría vedada a la maldita razón con que nos asimos a la incertidumbre los europeos.

Lasalle llegó a afirmar que el zen no era contradictorio con el catolicismo, del mismo modo como el padre Navarrete intuyó que los fracasos matrimoniales no eran incompatibles con la fe cristiana.

En una Entrevista realizada en el año 1.998 por Amalia Fernández Lérida, hablaba de la “incapacidad no solo física, sino de hacer al otro feliz, de convivir....”

Eran tiempos en que quienes se veían envueltos en crísis matrimoniales, no comprendían qué les estaba ocurriendo, ni cómo afrontar la destrucción de aquello que habían construido para siempre, “hasta que la muerte nos separe”, en un silogismo que acaba convirtiendo en perpetuo lo que a ningún otro contrato alcanza.

En más de veinte años, el padre Navarrete reconfortó y propició nuevas vías de aprendizaje del hecho de fracasar, si es que el fracaso como tal existe...

El entendimiento de las fracturas emocionales de las separaciones, enlaza con Jung, en el efecto liberador de la aceptación como forma de aprehensión de la vida, en cuanto a la asunción de que no todo lo que nos ocurre es necesariamente justo.

El zen, el yoga, la espiritualidad, han florecido frente a la podredumbre del análisis racional de la existencia en forma de constantes e inútiles preguntas occidentales. Navarrete (que falleció hace unos días) fue, como el Padre González Dorado, un precursor.

La memoria de Arrupe, quien fuera sometido por Juan Pablo II, y en sus últimos días evocara sobre tan cruel intervención papal, los juveniles días de la radiación envolviendo Hiroshima, se alza sobre las deliberadas sombras del Opus Dei o los Legionarios de Cristo. No en vano, él constantemente se interrogaba por qué la generosa entrega de los jesuitas, apenas transformaba tan lentamente el mundo.

La respuesta quizás radique en esos primeros separados auxiliados por Rafael Navarrete, y esos hijos que pergeñaron la felicidad a pesar de la desgraciada vida que en algún momento debió asolar a sus padres.

Quizás esa lentitud solo consista en el aprendizaje de la serenidad; la paz con uno mismo, que no es más que la aceptación de lo que Sri. Maharshi definió como el error de creer que el hombre es autor de lo que hace.

Descanse en paz el Padre Navarrete.