Sevilla de gloria y luz

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09 sep 2017 / 23:34 h - Actualizado: 09 sep 2017 / 23:34 h.
"La trastienda hispalense"

Son muchas las procesiones de gloria que septiembre alberga en su calendario mariano, desde las Fiestas de la Natividad de la Virgen y su Consolación en Utrera hasta que Nuestra Señora de Valvanera con la Virgen Sastra de los Reyes y la trianera del Buen Aire, eche los zancos a tierra en una Sevilla que se iluminará de alegría, el próximo 16, desde la calle Real de la Puerta de Carmona, gracias a la Luz que derrocha la única Virgen de Gloria que ha procesionado el domingo de Pascua, acompañando a Jesús Resucitado.

Una estampa acaecida en 1910 con muchísima aceptación popular pero que ha quedado en los anales de la historia de la ciudad como un hecho único y exclusivo que llenó de gozo a los hermanos de esta vieja congregación del siglo XVII y a los duques de Medinaceli, sus devotos protectores.

La procesión en la calle tiene significativos detalles, que sumados la hacen grande y gloriosa, como la Cruz de tronco arbóreo que recuerda la de guía y penitencia del Calvario. El paso, creado por Castillo Lastrucci, es admirable gracias a la maravillosa conjunción de sus cartelas, mascarones, guirnaldas con risueños angelitos y candelabros con zarcillos florales, entre un mar de artesanía de talla dorada. No prosperó la idea de Lastrucci de colocar un ángel con antorcha eléctrica en la delantera, al estilo del sayón del Prendimiento, ni un querubín en la trasera con incensario encendido.

Las hermandades son –como fueron– muy reacias a dar el paso adelante hacia la vanguardia del arte, actitud que alabo y a la que me aferro en pro de una ciudad que sigue sabiendo saborear la parsimoniosa revirá de Imperial a Calería de Nuestra Señora de la Luz en su paseo por las calles de su barrio, alrededor de la parroquia que San Esteban bautizó con su nombre, no en vano su jerarquía de lugareño, estaba más que avalada por su larga vida en la collación, desde que sobre ruinas árabes de mezquita almohade construyera su gótico templo, en el que, desde muy niño, aprendí de mis mayores la parada obligada ante la reja de peticiones y promesas fervorosas para la Salud y el Buen Viaje de los muchos caminantes que, desde siglos atrás, entraban y salían de Sevilla por una de las calles de más trasiego en la historia de la ciudad.

Cristo, coronado de espinas, Rey de los judíos, Rey de los Cielos, en el momento bufonesco al que se ve sometido por sus guardianes romanos, sosteniendo en sus manos la simple caña de la chuzonería pretoriana que para nosotros, los sevillanos, es un cetro de «oro molío» para Cristo en la tierra. ¡Salve, Sevilla! ¡Gloria y Luz de San Esteban!